4ª FERIA DE ABRIL
Una birria de corrida
Infumable corrida de Juan Pedro Domecq en la que solo Morante fue ovacionado. Manzanares y Aguado, silenciados en sus lotes.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Hemos vuelto a la realidad. Viendo lo de hoy, lo de ayer y lo de anteayer parecía un espejismo. Se marchitó la ilusión y volvió la decepción con los toros de Juan Pedro Domecq. Una birria de corrida. Mal presentada, anovillada y de nobleza cansina y bobalicona que aburre y desespera. Además sin una gota de casta y bravura en su sangre. Fracaso total de una terna que paga con creces sus exigencias. Y fracaso, un año más, de una ganadería no apta para la emoción.
Lo mejor de la tarde lo ha hecho Morante con su primero. Un toro de una sosería imperante al que el torero cigarrero logró exprimir sus nobles embestidas. Quizás, porque sintetiza fielmente el toreo. Y lo que hace resulta a más de interesante, distinto. Como acontece siempre a un torero de fuerte personalidad, y el de La Puebla la tiene. Es realidad rotunda de una tauromaquia ejemplo de sensibilidad y talento.
Así que con dos verónicas y la media ofreció pistas acerca de sus intenciones de componer una lidia basada en la mano derecha con la que hurgó en los resortes de la naturalidad y la torería. Toreó despacio y ofreció sensacionales pases de pecho. Incluso con la izquierda anduvo extremadamente sensible. Algunos naturales fueron tremendos, templados, hondos y colmados de inspiración. Con los molinetes, trincheras y otros adornos dejó demostrado la hondura creativa de su toreo. Todo apareció espontaneo y sencillo, siendo en verdad mucho más complejo de lo que aparentó. La espada resultó caída y parte del público valoró más la imperfección del acero que lo hecho y dicho por el genio. Y la oreja se esfumó.
Con el cuarto, un adefesio de toro, manso y a la defensiva y, además, picado en demasía, desistió de inmediato. Fue visto y no visto. Toca esperar a la próxima.
Manzanares ha demostrado que sigue siendo un torero de muchísimas posibilidades, pero hay que profundizar en ellas. Volvió la cadencia en unas verónicas con ritmo al segundo. Un toro mansito y sin calidad en sus cortas embestidas. Las chicuelinas de mano baja tuvieron sabor. Y poco más, algunos redondos con la derecha y mucha voluntad. Tras la estocada y un golpe de verduguillo la gente no se pronunció.
Ni una gota de casta mostró el anovillado quinto que, pese a cuidarlo en varas, pasaba por las telas como alma en pena. Trazó muletazos el diestro de Alicante, pero sin atisbo de emoción. Y para mayor desgracia lo mató mal.
Con la verónica, Pablo Aguado, fue capaz de infundir ese momento de emoción contenida. El elegante y lento lance añadió el necesario punto apasionado para convertir lo hecho en el ejemplo que definió la autenticidad de un capote que rozó lo excepcional. Se intuía la sosería del noble toro tercero nada más prologar el sevillano una faena que no tuvo más que escasos detalles en un toreo a media altura, extremadamente sensible, que quiso hacerlo suyo antes de entregárselo al público expectante. Todo muy bonito, pero sin emoción. Con la espada falló.
El sexto adoleció de todo, Ni casta, ni fuerzas, ni nada. Eso sí, fue lo mejorcito en presentación. Pablo lo intentó todo con su acostumbrada naturalidad, en incluso quiso bajar la mano, pero ahí el toro claudicó. Así que corrida infame, plaza llena y público… contento por la rapidez en que sucedió la función. Algo es algo.