12ª FERIA DE ABRIL

Alcurrucén se dejó la casta en la dehesa

Mala, por descastada y parada, la corrida de los Hermanos Lozano. Sólo Sebastián Castella fue ovacionado.

Natural de Sebastián Castella a su primer toro de Alcurrucén en Sevilla

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Los toros de Alcurrucén fueron perdiendo fuelle, uno tras otro, hasta llegar al sexto. Toros de bonitas hechuras, nobles, pero sin una gota de casta en su sangre aguada. La bravura parecía desintegrada nada más asomar por la puerta de chiqueros. Desaparecida para convertirlos, quizá, en animal manso, apagado y lastimero que ni siquiera le valen a los grandes artistas del toreo.

Desconcertante situación en tarde de máxima expectación. Con ese cartelito de “No hay localidades para hoy”, tan deseado por la empresa, luciendo en la puerta principal de taquillas. La feria desanda el camino iniciado en el comienzo para llegar al desencanto de un público superado por los acontecimientos. ¿De quién la culpa?

A la sombra de su propio pasado, el toreo actual busca la inspiración en la empalagosa nobleza. Ingrediente que, lejos de permitir el auténtico triunfo, lo amordaza en una simple colección de pases, algunos de belleza desapasionada, otros banales y aburridos, y lo más antesala de un futuro incierto que evidencia que la emoción, sostén de las tardes de toros, puede acabar sesteando en los laureles.

Fue la tarde de los toros de la familia Lozano una pesadilla para el aficionado. Una tarde chusca y verbenera de voces discordantes en los tendidos, de ovaciones a destiempo, de inepto vocerío pidiendo la devolución de un toro manso, de aplausos a los picadores por obviar la suerte de varas. Y así, de manera vulgar y sólo con el intento de la terna por sobreponerse a los acontecimientos toreando, pasaron dos horas y media de pesadez, toses catarrales y aburrimiento.

Porque Morante, unos de los grandes toreros actuales, y de todas las épocas, se estrelló con la falta de casta que mostraron sus dos toros. El primero, bonito por hechuras, se le quedó parado en un suspiro. Ni el detalle se recuerda en una lidia que no existió. Mas ganas puso con el cuarto. Pero muy poco consiguió. Otro toro noble, de humillación en su embestida, pero muy pronto se le quemó el poco motor y se paró. Aquí sí se recuerda el dibujo de dos verónicas y la media, el trazo de un encantado muletazo diestro, algún que otro natural y molinete, y nada más. A los dos lo mató fatal. Toca esperar a que llegue San Miguel.

Los mismo vale para Castella. Muy seguro toda la tarde con sus dos toros. Pero cansino como él solo. Toreó despacio a la verónica al noble y soso segundo, al que no picó. Tuvo su momento el inicio genuflexo muy templado de inicio de faena. Todo lo demás fue querer y conseguir poco. Lo intento por ambos pitones, y ya al final consiguió hilvanar una serie diestra con cambio de mano al natural que gustó. Tras la estocada recibió una ovación. El manso quinto le valió en la muleta hasta que se apagó.

Con valor, y haciéndolo todo despacio consiguió hilar con la derecha templados muletazos que fueron rematado con buenos pases de pechos. También con la izquierda quedan grabados dos naturales larguísimos. Y aquí todo acabó porque el toro también dijo no. Con un espadazo casi entero lo finiquitó.

Y Tomás Rufó dejó muestra a la desesperada con dos muletazos diestros de puro clasicismo al noble y parado tercero, y amplió el toreo a derecha con el apagado sexto, al que le recetó no más de tres trazos hilvanados para que algún soñador del tendido los convirtiese en ese buen toreo que atesora el diestro toledano. Otra vez será.

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