2ª feria de san miguel
Borja Jiménez, una auténtica verdad
Borja Jiménez, que malogró con la espada faena de dos orejas, dio la única vuelta al ruedo de la tarde. Roca Rey saludó una ovación y Manzanares fue silenciado. Los toros de Garcigrande un verdadero fiasco por su falta de fuerzas.
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Manuel Viera | Sevilla
Me gusta contar historias que son auténticas verdades. Historias que desprenden emociones y esconden el juego de la vida delante de un toro. Historia, al fin y al cabo, de un torero de una lucidez e intensidad inusual. Les cuento como ha dicho el toreo Borja Jiménez. Sobre todo en logradas series con ambas manos, mejor con la derecha que con la izquierda. Sucedió con el quinto. Como casi todos se quedó sin picar. La escasez de casta y la nula fuerza fue la nota predominante de la bien presentada corrida de Garcigrande.
La lidia a “Diablillo” estuvo cargada de momentos emotivos. Desde la larga cambiada de rodilla en los medios delante de la puerta de chiqueros, pasando por el temple que le imprimió al toreo con la derecha rodillas en tierra en el prólogo de faena, hasta el emocionante cambio de mano y final por abajo con el concluyó su obra.
Entusiasmó tanto a quienes vieron esta forma de torear que pareció se trataba de un concierto de Mozart en bella sinfonía de templados muletazos diestros y naturales de ensueño, aunque lo hiciese acompañado de las notas del pasodoble Juncal. Amén de un dominio de la lidia impecable, su toreo ahondó más en lo expresivo que en lo virtuosístico. Un toreo de creíble verosimilitud, muy sentido, estupendamente resuelto y sólidamente planteado. Los lances a pie juntos tuvieron un encanto y un ritmo admirable, y el toreo con la derecha irradió una profundidad y una intensidad siempre acorde con la autenticidad de su concepto. Algunos naturales resultaros profundos, despaciosos eternos. Los cambios de manos excelsos. Un toreo que se mostró trascendente por su profunda lentitud y exquisita belleza
Probablemente por esto haya tanta sensibilidad en su tauromaquia. Quejido potente en completos y extraordinarios trazos que acababan lentamente detrás de la cadera. Todos iguales y todos distintos. Un toreo disfrutado que provocó la emoción. Un toreo colmado de pureza que llega y atrapa. Borja le ha dado un renovado impulso a su tauromaquia convirtiéndola en un espacio emocional basado en la verdad. Pero he aquí que todo se malogró con los aceros. La totalidad de la gente que ocupó hasta completar el lleno en los tendidos de la plaza empujaron el estoque que habría que poner rúbrica a tan excelsa obra. Pero el acero no entró. Hasta cuatro veces lo intentó. Hundiéndolo cuando ya estaba negado el triunfo de las dos orejas posibles. Una pena.
Con el segundo lo intentó todo. Un muerto en vida. Todo lo que hizo careció de emoción por las características del toro. Incluso intentó el arrimón ante un toro sin vida por esa ansia en conseguir el triunfo. Y además lo pinchó.
La corrida de Domingo Hernández fue un fiasco por su nula casta y escasez de fuerzas. La suerte de varas fue un simple tramite simbólico, pese a que los varilargueros se llevaron la mas fuerte ovaciones del público de sol en las retiradas al patio de caballos por no picar. Ver para creer.
Manzanares mostró su cadencia en los templados muletazos con la derecha en el inicio de faena al primero. Después atisbó su toreo con esa característica suya de desplazar las embestidas hacia fuera. Lo intentó con la izquierda sin éxito, y el toro se le paró. Muy mal con la espada.
También se le paró el cuarto al que se le picó más de la cuenta y no hubo nada que hacer. Alguna ligereza en el toreo diestro y ni lo intentó con la izquierda. Pinchó antes de dejar la estocada.
Sí tuvo algo de calidad en sus cortas embestidas el tercero. Mostró nobleza y humilló a los engaños, pero su poca fuerza le hizo claudicar. Roca Rey lo toreó despacio dibujando muletazos con cambios de mano del gusto del público. Un circular fue lo mejor de un trasteo que quedó en muy poco. Se paró el toro, se arrimó el torero, para dejar después media estocada que bastó para mandarlo al desolladero.
El sexto, si un atisbo de fuerza, no le sirvió siquiera para esbozar su toreo. Lo intentó, pero sin brillantez. Acabo con él de media estocada.