3ª FERIA DE SAN MIGUEL

Daniel Luque hace el toreo en el emotivo adiós de El Juli en Sevilla

El Juli se despidió con honores de ¡torero! ¡torero! en tarde rotunda de Luque, que corta dos orejas. Castella fue ovacionado.

El Juli en su despedida de la Real Maestranza de Sevilla este domingo

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Se ha ido con todos los honores quien ha estado dos décadas y media mandando en el toreo. Desafiando las elementales reglas del juego. Una forma de jugarse la vida a modo de tirasoga entre lo humano y lo animal. Entre la inteligencia y la fuerza bruta. Entre el arte y la bravura. Y así, tarde a tarde, fue buscando la fluidez de su toreo, el tono determinante y reposado con el que otorgó a su tauromaquia el toque pasional deseado. Todo ha terminado en un magisterio plenamente maduro. En feliz viaje sin nostalgia por el toreo de siempre. Ese que otorga coherencia y verdad con respuestas a la sensibilidad.

Julián López El Juli ha hecho mucho ruido en veinticinco años de matador de toros, y le ha metido gas al motor de la Fiesta. Un talento mostrado desde chiquillo cuando aún soñaba con ser torero. Cuando jugaba al toro con la fantasía de hacer real una historia que ha marcado su vida. Linda historia que ha llegado a su fin con demostrada eficacia.

Porque Julián ha vuelto a apostar, en la tarde del adiós, por un toreo firme magistralmente trazado con la izquierda, enlazado y con secuencias de lo mejor de una tauromaquia con estilo muy propio. Lo hizo con el cuarto toro de Garcigrande, noble y flojo, al que recibió con una larga cambiada hincado de rodillas en los medios para seguir lanceando a la verónica con ritmo y cadencia. Después, el recorrido del muletazo diestro tuvo la despaciosidad de fondo y la facilidad para embeber la noble y desfondada embestida. Los naturales de frente excelsos y los pases de pechos de notable ejecución. Con su peculiar estilo de matar hundió la espada y un público entregado lo premió con una oreja que paseó en apoteósica vuelta al ruedo.

Con el manso primero sólo lució en un templado y genuflexo inicio de faena. Un toro de acometidas complicadas que buscó las tablas en el ecuador de la faena. Con los aceros se eternizó.

Sin embargo, la tarde fue de Daniel Luque. Inmenso el sevillano en su hacer con el tercero de la tarde. Un buen toro que le permitió torear con el capote parando el tiempo. Fueron sólo dos verónicas, pero estremecedoras por la lentitud del lance. Hizo el toreo con una intensidad apabullante, con el que expresó su tauromaquia y su valor. Un toreo que debería bastar para confirmar que lo hecho fue mucho más que un muletazo diestro y un natural. Fue faena dotada de argumentos, de muletazos en redondo hilvanados con cambios de mano excelsos. De un toreo de izquierda a la vez claro, hondo y preciso. Naturales que se perfilaron como fuente de inspiración tan emotivos como sentidos. Una lidia medida que finiquitó con contundente estocada. Las dos orejas fueron demostrativas del hacer de un gran torero.

El noble sexto se quedó sin fuelle muy pronto. Aquí su toreo fue más profundo, despacioso, con el compás más abierto, hasta que el toro se le paró y no hubo más.

Castella sustituyó al lesionado Morante. Lo hizo después de salir el día anterior por la Puerta del Príncipe. Y creo se equivocó. De todas formas, vino a demostrar que lo conseguido horas antes no fue producto de la casualidad, pero no tuvo toros para demostrarlo, y cayó en la monotonía de pases sin fundamento en la lidia del noble y soso quinto. Al segundo, que acabó rajado, lo veroniqueó con lentitud después de recibirlo en los medios con las dos rodillas en tierra. Y poco más. Faena ligadita, sin mando y sin convencer. Con la espada, bien.

El Juli se despidió de los ruedos en la Maestranza con la sencillez de una figura del toreo. La mayor de la suerte en su nueva vida.

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