1ª FERIA DEL PILAR

Enrique Ponce disfruta, a hombros, de otra amable despedida en Zaragoza

El valenciano dijo adiós al coso de La Misericordia cortando dos orejas al cuarto 'juampedro'. Oreja para Emilio de Justo y Jorge Isiegas.

EFE

Enrique Ponce, a hombros en su despedida de Zaragoza

Agencia EFE

Publicado el

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Paco Aguado

El diestro Enrique Ponce salió hoy a hombros al final de la primera corrida de abono de la Feria del Pilar de Zaragoza, después de cortarle dos orejas al cuarto toro de Juan Pedro Domecq por una faena generosamente valorada y premiada por público y presidencia, en la que era la penúltima tarde del valenciano en ruedos españoles.

En esta campaña de despedida Ponce regresaba a la capital de Aragón tras cinco años de ausencia, justo desde la tarde en que, en este mismo ruedo, su banderillero Mariano de la Viña sufría las gravísimas cornadas que le tuvieron al borde de la muerte. Por eso mismo, el maestro de Chiva brindó hoy la muerte de su primer toro al subalterno albaceteño, que aún arrastra las consecuencias de aquel tremendo percance.

Por todo ello, ese acabó siendo el momento de más emoción del veterano levantino en la lidia del que abrió plaza, un toro protestado de salida y con el que, pese a la aparente nobleza del animal, no pasó de una actitud especulativa, la misma que mantuvo en la primera parte del trasteo a su segundo, un "juanpedro" de 627 kilos y con tanto volumen como pacífica nobleza.

Con dilatadas pausas, llenando la escena con más prestancia que contenido, Ponce fue poco a poco confiándose más y mejor con tan claras y suaves embestidas, pasando de guiarlas antes casi a punta de espada a ajustarse con más temple y a media altura en las últimas tandas de toreo fundamental.

Faena larga pero poco intensa, que remató con hasta cuatro de sus personales poncinas, pases con la rodilla flexionada en uno y otro sentido, mientras la banda se recreaba en los solos de trompeta del pasodoble "La Concha" flamenca".

      
             
      

Se creó así el ambiente propicio para que el forzado entusiasmo se desatara por completo cuando el valenciano tumbó al franciscano astado de una estocada caída y se pidieron y se concedieron esas dos excesivas orejas que facilitaban la salida a hombros de la Misericordia.

El caso es que la presidencia no mantuvo luego tan laxo criterio con los otros dos compañeros de cartel, en tanto que le negó otro segundo trofeo del quinto, también pedido con fuerza, al extremeño Emilio de Justo, aunque esta vez con justicia. No en vano, el trasteo del torero de Cáceres no llegó a alcanzar el nivel que propició el más bravo y entregado de los ejemplares de la sierra sevillana.

De Justo, después del triunfo de Ponce y de no acabar de centrarse con un segundo desclasado y brusco, salió a por todas en el saludo al fino cuatreño con una larga de rodillas a portagayola y otra más en el tercio, para luego enjaretarle una docena de chicuelinas que tuvieron continuidad en el galleo para llevarlo al caballo.

      
             
      

Con el público igual de entregado que con Ponce, volvió a arrodillarse para iniciar una faena de muleta en la que brillaron sobremanera la entrega y la profundidad de unas embestidas que el torero ligó y movió con poco asiento y una excesiva velocidad de brazos y muñecas, antes de tumbarlo de una estocada defectuosa.

La negativa presidencial de esa segunda oreja evitó que De Justo acompañara al torero que se va en esa su última salida a hombros en Zaragoza, pero también que lo hiciera Jorge Isiegas por no atender tampoco la fuerte petición de trofeo para el zaragozano, tras hacerle una faena empeñosa a un toro de escasa transmisión y cobrar la mejor y única estocada en su sitio de toda la tarde.

Antes, con el tercero, el joven torero maño -que sustituía a Tristán Barroso, impedido por una lesión para tomar su anunciada alternativa esta tarde- había llevado con un compuesto temple, con capote y muleta, a un tercer toro al que hizo así ir a más y mejor para ligarle dos reposadas tandas de naturales y un buen final de ayudados y remates de gusto.

      

Todo eso que le valió la más que justificada oreja que empezaba a abrirle esa puerta grande que luego la presidencia le negaría