2ª FERIA DE SAN JORGE
Ginés Marín solventa con el último manso una plomiza tarde en Zaragoza
Meritoria faena del extremeño que, sin embargo, se queda sin premio y da una vuelta al ruedo. Tarde sin brillo de Ureña y Fernando Adrián.

Ginés Marín, en la vuelta al ruedo tras el sexto toro en Zarragoza
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Paco Aguado
El diestro extremeño Ginés Marín solventó con una meritoria faena al manso y brusco toro que se lidió en último lugar, y que quedó injustamente sin premio, el plomizo ambiente que dominó la segundo corrida de la miniferia de San Jorge, celebrada hoy en la plaza de Zaragoza.
El trasteo de Marín llegó después de dos horas largas de festejo, después de que cinco de los serios pero desrazados o mansos toros de Villamarta fueron dejando con escasas opciones a una terna que se dilató unos esfuerzos poco o nada lucidos entre un silencio desangelado y solo alterado por detalles puntuales y tampoco de gran mérito.
Por eso se agradeció que el diestro de Badajoz se dispusiera a someter a ese sexto, bajo de agujas y de hondo trapío, que empezó pronto a buscar su querencia de manso y a reservarse y a escarbar en cada cite, lo que, en banderillas, su subalterno Víctor del Pozo resolvió con un inteligente y meritorio par de dentro a afuera.
A la muleta llegó el de Villamarta embistiendo con bruscos arreones, oleadas de bravucón, más de que bravo, que pegaba siempre tras escarbar y pensárselo con la cara entre las manos, unas claras amenazas que Marín no tuvo en cuenta, sino que, sin dudarle, aguantó con firmeza para irle sometiendo poco a poco con su muleta.
Alternando las dos manos, fue aplacando esa violenta falta de ritmo para sacarle incluso algunos naturales templados y más largos de lo que quería el toraco, en el que fue un largo pero muy meritorio pulso que venció el matador antes de una gran estocada, algo trasera pero fulminante, sin que la presidencia, de manera injusta, atendiera finalmente una petición de oreja más que merecida para el extremeño.
Ya al primero de su lote Marín lo había toreado con suavidad a la verónica para luego muletear con aseo, pero con menos apuesta a un ensabanado alunarado de poca fuerza en los riñones y al que por eso costó rematar sus arrancadas.
El toro de más opciones de la corrida fue el segundo, un colorado de finas hechuras que, muy sangrado en varas, amagó con rajarse pero acabó embistiendo con prontitud y mucho mejor son que todos sus hermanos.
Con él se vio a un Fernando Adrián con una entrega y una decisión más aparentes que concretas, ya que su faena no dejó de ser una larga serie de pases ligeros, desplazando hacia afuera las inercias del animal en la primera parte del trasteo, para luego empalmarlos en la pala del pitón y rematar con algunos adornos vistosos, con menos sustancia de lo que le ofrecía el de Villamarta.
Ya con el quinto, que se derrumbó en varias ocasiones por su falta de fuerzas, el madrileño, que buscó la espectacularidad en un inicio de rodillas poco apropiado, no acabó de coger ni el sitio ni el pulso para asentar su nobleza.
El lote de Paco Ureña se compuso de dos toros tan hondos como parados, sin fondo alguno. Y si abrevió con el primero, muy frenado y que acabó en la querencia de tablas, se dilató tercamente con el cuarto, también de escaso empuje pero con un manejable pitón izquierdo, al que el murciano no sacó nada en limpio aunque insistiera hasta dar tiempo a que sonara un aviso sin llegar a entrar a matar.