1ª FERIA DE SANTIAGO

Navalón emerge del barrizal hasta la puerta grande en la novillada inaugural de Santander

Accidentada novillada con agua y percances de distinta consideración. Oreja para un valiente Marco Pérez.

Samuel Navalón en su salida a hombros este sábado en Santander

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Samuel Navalón salió a hombros por la puerta grande en la primera de abono de la Feria de Santiago de Santander, una novillada picada de Casasola condicionada por la constante y copiosa lluvia que inundó el ruedo desde la lidia del segundo, en la que también destacaron el toreo de gran clase, pero sin espada, de Javier Zulueta, y el gesto macho de Marco Pérez tras salir de la enfermería para matar al segundo de su lote tras una tremenda cogida.

El festejo adquirió tintes dramáticos cuando el joven héroe de Salamanca, Marco Pérez, voló en voltereta espeluznante entre las astas del segundo. Que se lo echó a los lomos con violencia en un lance de frente por detrás en el que se le venció sin darle opción a rectificar la posición. Lo recogió desde el suelo y volvió a arrojarlo con furia a las alturas. Paliza de órdago para el adolescente que, por la mañana, había saboreado las mieles del triunfo en la plaza francesa de Mont de Marsan. Ingresó en la enfermería visiblemente conmocionado.

Se hizo cargo de la lidia Samuel Navalón, que también fue cogido al intentar un pase de pecho. Nada reseñable ocurrió ante la pronta bajada de persiana del utrero.

Salió de la enfermería Marco Pérez para matar al quinto. Con la paliza a cuestas, bajo la lluvia, sobre el barrizal, confirmó que quiere ser torero. Tras otra voltereta emergió del lodazal como un Cristo; el rostro magullado, la taleguilla rasgada, el terno blanco y plata transmutado en un vestido machacado de color inefable. Y se puso a torear, erguido, con la plomada de los riñones asentados y la cintura flexible. Imponiéndose al ocasional reponer del novillo. Funcionaron la cabeza, las muñecas y el corazón, con el que empujó una espada que quedó atravesada, precisando luego cinco golpes de verduguillo. Cortó una oreja.

Samuel Navalón emborronó con un bajonazo una labor notable ante el que abrió plaza y feria, enclasado y débil. Lo recibió a porta gayola y también de rodillas inició el trasteo muletero, lastrado por el poco poder del utrero de Casasola. Al natural lo pulseó con gusto y lo ligó sin enmendarse, aunque a veces resultara más conveniente perder pasos para no agobiar. Esféricos los naturales y la arquitectura de la faena, con su epílogo de arrimón, circulares y bernadinas ceñidísimas. A pesar de lo muy defectuoso del espadazo, la presidencia otorgó una oreja de criterio errado.

Navalón volvió a situarse de hinojos frente a toriles para recibir al cuarto: nobletón, sin clase ni celo, de salida de muletazo mirando a tablas y al tendido. Fue heroica su actitud de querer, y conseguir, hacer el buen toreo en la cuerda floja, en el alambre que suponía torear en una superficie tan deslizante. Que dos resbalones hubo en la cara de la res. Cobró la estocada de la tarde, echándose encima de los pitones y, en consecuencia, dejando el acero contrario. El respetable captó esto y el conjunto de un esfuerzo más allá de la razón, que esa es la esencia del toreo. De ahí, a las dos orejas otorgadas por un palco desnortado, hay un trecho.

El colorado tercero perdió las manos con reiteración en los primeros tercios. El presidente, Juan Bautista, llegó a asir el pañuelo verde. Una rodada más del novillito hubiera dado con sus huesos en toriles. Pero no hubo tal y se mantuvo, en el ruedo y en pie, bajo un diluvio.

Javier Zulueta se inventó una faena que nadie vislumbraba. Hay que tener mucha clase, cabeza y técnica para no tirar una sola vez a un animal que acreditaba pura invalidez. Todo fue seda, pulso y elegancia. En el toreo en redondo y en los sabrosos remates de las series. La obra la jalearon los paladares más finos, mientras el público se refugiaba del aguacero en gradas y andanadas. La espada no viajó certera.

Al sexto le enjaretó un mazo de verónicas cumbre, que pasaron desapercibidas para la masa: tan despacito, tan ofreciendo el medio pecho, tan fundido con la embestida. Lenta fluyó también su muleta; que debía pesar un quintal cuando la arrastraba con mano baja al natural. Zulueta alternó con buen tino ambas manos y por ambas respondió con obediencia el utrero. Todo lo presidió una clase excelsa, desde el toreo fundamental hasta los ayudados, por alto y por bajo, postreros. El acero volvió a encasquillarse.

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