Madrid - Publicado el - Actualizado
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Dispuesto. Entregado en cuerpo y alma a no dejar pasar tan soñada oportunidad. Entregado a desmenuzar su toreo y hacer de la lidia un derroche de naturalidad. Y casi lo consiguió. Porque la solidez de su concepto y, sobre todo, la transparencia y calidad de la que hizo gala, tiñeron de sutiles muletazas dos faenas sólo enturbiadas por el mal manejo de la espada. No obstante, quedó la lidia con la que Pablo Aguado ejemplificó de manera contundente calidades y actitudes.
El temple actuó como hilo conductor en la deliciosa faena del sevillano al tercer Torrestrella. Un toro de noble, aunque cambiante, embestida y dudosa casta. Momentos emotivos en una lidia llevada a cabo con solvencia, lógica y, sobre todo, con admirable naturalidad. Una lidia muy de cintura en los excelsos, por lentísimos, muletazos zurdos. Detalles verdaderamente emotivos de un toreo de frente al natural rematado con excepcional pase de pecho. Un toreo que brilló en el amplio abanico de trazos a derecha e izquierda que le dieron contenido a unas formas cautivadoras. Dos pinchazos antes de la estocada acabaron con el sueño del apéndice ya casi ganado con toda justicia.
Sin embargo, el toreo volvió a estar presente en el propio templo del toreo. Aguado revalidó triunfo con otra notable obra ante un clima de expectación que se convirtió desde el inicio genuflexo en emotivo gozo. Tuvo el sexto toro de Álvaro Domecq nobleza y clase en su embestida, y bien que la aprovechó Pablo. Fue faena caracterizada por un tinte expresionista, y una verdad y frescura en el concepto que irradió destellos de una hermosa lidia, dicha y hecha con ambas manos, colmada de sensibilidad, empaque y sentido del ritmo. Muy puro todo, muy ligado y rematado. Pinchó. Pero esta vez, tras hundir la espada en el segundo intento, la oreja no se le resistió.
No fue el comportamiento de los toros de Torrestrella el esperado. Ni muchos menos. Le faltó a la corrida casta y fondo. La suave y templada embestida del sexto no salva un encierro del que se esperaba mucho de él.
Así las cosas, Javier Jiménez se encontró en primer lugar con un mal bicho de feas hechuras y escasa fuerza. Un toro que sólo le sirvió para dibujar trazos anodinos carentes de emoción. Le puso unas tremendas ganas a su hacer, pero poco consiguió. Nada. Un pinchazo precedió a la estocada.
Con el cinqueño cuarto se desanimó. Embestidas a la defensiva y genio sin fondo en un ir y venir cansino. El diestro de Espartinas, pese a su apuesta, no acabó de hacerse con las complicadas acometidas. Insustancial porfía que para nada sirvió.
La nobleza en la embestida del segundo la aprovechó Lama de Góngora para dibujar la verónica echando el paso adelante. Aplaudidos lances que elevaron el optimismo de un público que esperaba deseoso al sevillano “exiliado” en México en las últimas temporadas. Las bondades del toro también las aprovechó en un inicio de toreo por alto que tuvo sabor. Y ya en los medios hilvanó el pase diestro despacio y rematado con el detalle por bajo y los de pecho. Fue lo mejor, porque empleando la izquierda no le pasó. La espada todo lo emborronó.
No fue bueno el también cinqueño quinto. La falta de casta se convirtió en sosería para una lidia de intentos, sin continuidad y contenidos. Quizá a Paco le faltó apostar algo más en su tarde sevillana más soñada.
Sevilla, miércoles 11 de abril de 2018. 3ª de abono. Media entrada
Toros de
, desiguales de presencia y hechuras y faltos de casta. De nula fuerzas el primero; venido a menos el noble segundo; noble y de dudosa fijeza el tercero; con genio y a la defensiva el cuarto, de sosa nobleza el quinto; buen toro el sexto.
Javier Jiménez, silencio tras aviso y silencio tras aviso.
Lama de Góngora, saludos y silencio.
Pablo Aguado, saludos y oreja