13ª FERIA DE ABRIL

Puerta del Príncipe, abierta según reglamento, para Roca Rey

Roca Rey ha cortado tres orejas y ha salido a hombros por la Puerta del Príncipe. Pablo Aguado, toreó, y cortó una.

Andrés Roca Rey en su salida a hombros este sábado en la Real Maestranza de Sevilla

Agencia EFE

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Hoy, Juan Ortega, era algo más que un deseo. Un sueño que, con súbita e inexplicable ilusión, le activa los sentidos a quien representa ese arte abierto lleno de fragmentos donde la perfección se vislumbra. La ovación al romperse el paseíllo fue de órdago. Y la recibió el solito, sus compañeros se la dejaron sólo para él.

Volver a hacer lo hecho, no solo es difícil, sino imposible. Porque la grandeza es esquiva y por naturaleza inaccesible debido a las distintitas instancias por la que pasa la lidia. Sin embargo, lo admirable es que en todas las inflexiones de ese hacer en el ruedo se reconoce el arte inconfundible de un torero siempre fiel a sí mismo. Juan Ortega mostró por momentos esa heterodoxia original de un arte sin escuela. Ese estilo que sintetiza fielmente el toreo. Todo ello resultó altamente bonito, pero no emotivo. No tuvo toros para desplegar esa tauromaquia que con tanta ilusión hoy quería mostrar. Sin embargo, se palpó el sabor de esos muletazos diestros acompasados por el temple al noble y apagado toro primero de Victoriano del Río. Y esos rítmicos pases por bajo con la pierna genuflexa, trazados muy despacio y armónicamente bellos al inválido cuarto. Poca cosa, pero se toreaba. No hubo más que dos estocadas que bastaron para acabar.

También toreó, poco, Roca Rey, pero cortó las orejas – tres- y salió a hombros entre la multitud por la Puerta del Príncipe. ¿Qué pasó? Que la primera figura del escalafón empleó con talento todo su arsenal de armas para ganar la batalla y encandilar a su gente. Serio, riguroso y capaz de incrementar su valor con embestidas noblotas y cansinas, el peruano aprovechó la calidad del anovillado segundo para dar un centenar de pases con ambas manos de los cuales menos de media docena tuvieron la verdad del toreo, por despacio, por belleza y por autenticidad. Al menos fue la apariencia de una larga faena que se reveló escasa de contenido y con arrimón final. Aunque una cogida, sin mayores consecuencias, aceleró los corazones y tras unas ajustadas bernadinas y el estoque hundido las dos orejas no se hicieron esperar. De pena.

Más justo, quizá, fue el apéndice cortado al quinto. Un toro sin fuerzas, distraído, parado, al que Roca Rey prologó faena con unos estatuarios muy quieto y derecho como un junco, para después hilvanar faena a un animal sin humillar. La altura de la muleta en el trazo se elevó a la exigencia de la embestida del animal, pero el consabido arrimón final logró el milagro, junto con la estocada, para sumar el tercer despojo que reglamentariamente abre la puerta de la gloria.

Pero he aquí que lo mejor quedaría aún por llegar. Bastaron pocos muletazos al apagado sexto toro de la tarde para darse cuenta de que Pablo Aguado es un verdadero artista del toreo. Se notó la precisión de cada pase en esa lidia genuflexa de enorme calidad. Y en el natural lento y eterno con esa expresividad que invita a la emoción. Porque fue con el toreo de izquierda con el que constituyó la columna fundamental en la que sustentó una faena de muletazos trazados uno a uno por las características de la embestida cansina de un toro sin fuerza. Un toreo diestro final, natural y espontaneo, epilogó una faena rotundamente firmada con la espada que sumó para la concesión de una justa oreja.

Al tercero lo toreó tan despacio de capote como bella fue la verónica. También con la derecha toreó a cámara lenta a un toro a la defensiva por su escasa fuerza. Detalles, sólo detalles que definieron un toreo hecho para degustar. Tras el espadazo fue ovacionado.

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