8ª FERIA DE SAN FERMÍN

Roca Rey repite triunfo pero Pablo Aguado firma la faena más pura y templada

El peruano sale a hombros tras cortar una oreja a cada toro de su lote. El sevillano pasea un trofeo del tercer 'jandilla'.

Andrés Roca Rey en su salida a hombros este viernes de la plaza de toros de Pamplona

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

El peruano Andrés Roca Rey, que salió a hombros después de cortar sendas orejas, repitió hoy triunfo en San Fermín durante el octavo festejo del abono, en el que el sevillano Pablo Aguado le hizo a un buen toro de Jandilla una faena de templada pureza y naturalidad, premiada únicamente con un trofeo.

Ese toro de la divisa azul fue, en realidad, el único con fondo de un encierro muy desigual en cuanto a trapío pero muy parejo en su bajo nivel de raza, con una insulsa movilidad en su mayoría o bien protestando sin celo o queriendo rehuir la pelea, justo lo que no hizo ese "Jaramago" al que Aguado cuajó con la mano izquierda.

El torero sevillano, que sustituía a su paisano Morante de la Puebla, estuvo muy activo durante toda la lidia, e incluso interviniendo en su turno de quites en el segundo para intentar, y lograr, el único toreo a la verónica que, hasta ahora, ha podido considerarse como tal en estos Sanfermines.

También fue notable su manera de manejar el capote con ese tercero, al que sujetó con efectividad de salida para ligarle otros tres hondos lances y luego seguir fijando a un animal que desde el inicio buscó la querencia de toriles. Aun así, el temple de Aguado no solo le desengañó de sus intenciones sino que le ayudó a ir a más y a mejor.

Las dos primeras tandas le sirvieron al hispalense para ir alargando las nobles embestidas y dejar al toro en óptimas condiciones para, ahora así, cuajarle dos soberbias series de naturales, con el puro aroma de la clásica escuela sevillana, basado en la naturalidad de la figura y en la suavidad de las muñecas, siempre con el más absoluto reposo.

Tan fuera de contexto en esta ruidosa plaza, como le sucedió la tarde anterior a Juan Ortega, el sevillano no se desconcentró ni se desmotivó, sino que, concentrado en su toreo, añadió también a lo fundamental la orfebrería de muy bellos adornos - kikirikís, molinetes, cambios de mano...- y un precioso cierre de ayudados por alto con las dos rodillas en tierra, y todo con perfecta medida.

Tras una estocada un tanto caída, como único pero, le dieron una oreja, sin más, que no refleja la calidad y el regusto de un toreo que en cualquier otra plaza se hubiera jaleado y aplaudido con mucha más fuerza que en esta Pamplona bullanguera en la que solo lo supieron apreciar los buenos catadores.

Porque el bello trasteo de Aguado, que no pudo repetir con el muy descastado sexto, tuvo, sin ir más lejos, la misma valoración estadística que los dos de Roca Rey, con méritos muy distintos pero ni superiores.

Con todo, el peruano salió claramente decidido a repetir su primer y sobrevalorado primer triunfo de esta feria, dejándolo claro desde las dos largas cambiadas a portagayola con que saludó a su lote.

Luego, lo mismo con uno que con otro, siguió bullendo en el capote, con lances a pies juntos, gaoneras ajustadas y chicuelinas volanderas, y se dilató en un largo trasteo con el primero, un toro noble y de medido celo pero con duración, desde el arranque de rodillas y un muleteo de trámite durante tres o cuatro tandas de muletazos hasta, cómo no, un final en la distancia corta, el típico "arrimón" del peruano que esperan sus incondicionales.

Y el mismo protocolo se repitió con el quinto, un jabonero de pobre encornadura que apuntó a rajarse pero tomaba los engaños por abajo y con recorrido, solo que esta vez, Roca, que quiso reposarse más, lo muleteó sin mucha sinceridad y se lo pasó por la periferia en sus también típicos circulares invertidos: lo suficiente para llevarse, tras una buena estocada, la oreja que le sacaba a hombros por segunda vez esta feria hasta las calles de Pamplona.

Abría cartel el ya veterano Cayetano Rivera Ordóñez, que hizo un breve, despegado y muy gestual trasteo al descastado primero, que no pasó de dar medias arrancadas, y no logró atemperar, pese a su insistencia, el desmotivado calamocheo del flaco y cornalón cuarto, al que tardó en matar para enfado del sector "animalista" de las peñas.

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