7ª FERIA DE FALLAS
Sordo despliegue de valor y mando de Daniel Luque en un ambiente gélido en Valencia
El sevillano paseó una oreja mientras Castella y Emilio de Justo se van de vacío ante un manejable, aunque descastada, corrida de Juan Pedro Domecq.

Daniel Luque, durante su actuación este lunes en Valencia
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Paco Aguado
El diestro sevillano Daniel Luque, que cortó la única oreja, hizo hoy en València un sordo despliegue de valor, mando y temple ante su lote de toros de Juan Pedro Domecq, en una tarde desapacible y con un gélido ambiente en los tendidos, al margen de toda la alegría festiva de las Fallas.
Y fue precisamente por desarrollarse en ese contexto, en ese contra ambiente, a lo que hay que achacar que la buena actuación de Luque pasara prácticamente desapercibida y fuera rácanamente premiada en una feria donde se han concedido trofeos con muchos menos méritos que los que hizo el de Gerena, autor del toreo más sincero que se lleva visto hasta ahora en ese ruedo.
Para empezar ya le cuajó al segundo de la tarde las primeras y únicas verónicas, propiamente dichas, de las tres corridas de toros celebradas, más que nada porque las dio asentado y guiando con las palmas de las manos los vuelos del capote en el que embebió al fino ejemplar de Juan Pedro Domecq.
A falta de un punto más de fuerzas, Luque ayudó mucho al animal en un acertado y sabio inicio de faena, llevando largas y mecidas las nobles embestidas en ayudados por alto y en trincherazos hondos que fueron clave para el resto de la faena, compuesta por tandas de pases por ambas manos en los que citó, embarcó, ligó y remató las embestidas con absoluta sinceridad y total ajuste.
Fue faena de torero sobrado, de absoluto asiento de las zapatillas y de gran arrogancia en la expresión, adornada con unas sobradas luquecinas de su firma y rematada de un pinchazo, del que salió golpeado en el pecho, y una estocada de perfecta y recta ejecución, merecedora, a tenor del nivel de premios de la feria, de dos orejas y no de una.
Tuvo así que buscar Luque ese segundo trofeo con el quinto, el toro de peores hechuras de la corrida y que, tal vez por eso, fue también el de peor juego, pues siempre defendió con aspereza su falta de raza, sin someterse nunca al no menos sincero planteamiento de su matador, que le dio todas las ventajas con un valor sordo y una paciencia de buen lidiador de la que, entre el frío, pocos se enteraron.
Tampoco ayudó mucho el tercero de la tarde, al que faltaron fuelle y recorrido en las sositas arrancadas con las que insistió tesonero y sin lucimiento Emilio de Justo. Pero para compensarle, en sexto lugar y como sustituto de un titular devuelto por flojo, al cacereño le correspondió enfrentarse al ejemplar más claro de la corrida.
Este terciado "juampedro" se arrancó con alegría y prontitud a todos los cites, de largo o en corto, que le planteó De Justo, solo que siempre se encontró con una muleta movida con ligereza y que le embarcó en ligados pero muy cortos embroques, acompañando más que gobernando tan clara bravura.
Sebastián Castella, por su parte, dejó una desangelada y muy pobre impresión en Valencia, al alargarse más de la cuenta en dos trabajos insulsos, vacíos y sin criterio alguno, lo mismo con un primero manejable y que fue a menos que con un cuarto cinqueño, bravo, entregado y de largo cuello al que el francés acabó aburriendo, igual que al tendido, a base de tirones y brusquedades