3ª FERIA DE LA COMUNIDAD

Valencia llora y se lleva a hombros a Enrique Ponce para despedirle en una tarde histórica

Enrique Ponce, izado en hombros hasta el hotel. Valencia rinde homenaje a uno de sus artistas más universales

Redacción Toros Redacción COPE Valencia

Publicado el - Actualizado

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Salvador Ferrer

Bajo ningún prisma periodístico este texto se debe entender como una crónica taurina al uso. El lector que pretenda hallar un análisis meramente circunscrito a la histórica corrida de ayer ya puede abandonar el enlace. Darle a cerrar pestaña, escribo.

En el Restaurante Civera, templo del buen comer, estaban en una mesa Miguel Báez Litri, testigo de alternativa de Ponce, Javier Conde, Pepín Liria, El Tato, Fermín Bohórquez, amigos íntimos… Una generación de torería coetánea al poncismo que acabó sacando a hombros al maestro. Fue precioso. La gente tomó el ruedo como los franceses la Bastilla. Las banderas de la Real Senyera, los gritos de torero, torero. Una muchedumbre de adueñó de la calle Xàtiva. El Maestro no merecía menos. Ni un final tan emotivo: muchos lloramos. De alegría y de emoción.

Una marea humana esperaba la llegada de Enrique Ponce zigzagueando la estatua de Montoliu, lugar de encuentro. La reverencia y la impaciencia, por colleras. El entusiasmo y la nostalgia, también. El maestro de Chiva, a paso de procesión, hizo su último via crucis hasta la capilla, dependencia adyacente del patio de cuadrillas. Hasta en 115 ocasiones el mismo trayecto vestido de torero. Con más o menos necesidad, con mayor o menor bagaje, con mayor gloria, pero 115 veces. La plaza que le vio nacer, crecer: consagrarse. La plaza que más le ha visto.

El patio de cuadrillas parecía la parada de metro de la Puerta del Sol. Admiradores, curiosos, fans, los de la foto, los que tocan el vestido, los impertinentes que tocan la cara… Policías, autoridades, seguridad, personal de la plaza, periodistas, reporteros gráficos…

Talavante y Romero, Alejandro y Nek, andaban por allí testigos del tumulto. Tras el despeje de plaza y del patio, Ponce, a sus 53 años, cruzó los 52 metros de diámetro de la plaza. Lento el paseíllo. Sereno. Atronadora la ovación, larga, sentida, llena la plaza a rebosar, la emoción a flor de piel. La piel de gallina.

      
             
      

Enrique llevaba de estreno un blanco y plata con cabos negros. Como el vestido del debut de luces en Baeza, como la presentación con caballos en Castellón. Vestido como comenzó todo.

“Luso” fue el penúltimo toro de Ponce en Valencia. El segundo, castaño, con 570 kilos, perdió las manos. Pero tuvo motor, fondo y casta. Se desmonteró Fernando Sánchez con un par cumbre. Sonó la diana floreada, tantas tardes premonición de triunfo poncista, sorista o espartaquista. Brindó a su público, en la boca de riego. Paso firme y convencido. El prólogo fue muy suyo. Por abajo, abriendo caminos. Con un cambio de mano monumental. Faena muy de izquierdas, las hombreras dejadas caer. A rachas el viento y la intensidad. Hubo una serie en redondo bien construida, maciza y muy toreada. Y volvió al natural, provocando con la voz. La espada, el aviso, el toro y la oreja cayeron casi al mismo tiempo.

Antes de salir al ruedo “Bisutero” la afición le hizo saludar. Bien hecho el toro pero tardo y sin clase. El penúltimo toro se lo brindó el hijo al padre, Emilio, la discreción en persona. El Soro largó una diana floreada. Pero el toro estaba para pocas flores. Una lástima. Y una anécdota en una trayectoria inigualable. Enrique pidió el sobrero antes de doblar el cuarto y el deseo le fue concedido.

      
             
      

El séptimo salió con feo estilo. Sin pasar, sin clase. Pero fue a más: enrazado el Juan Pedro. Ponce se puso pronto con él tras brindar al respetable. Empujó Ponce, el público y el toro. El toreo en redondo nació y murió macizo. Cada derechazo era un fogonazo de historia: cada natural un monumento a la historia. Acabó genuflexo, muy Ponce, cogiendo al toro por el lomo en doblones muy toreros. Y un epílogo de poncinas. Con la espada dibujó una “A” y el público le gritó: “torero, torero, torero”. Lo mató por arriba y amarró las dos orejas.

Talavante tuvo enfrente un descarado “garcigrande” que hizo tercero. Comenzó de rodillas en el tercio. Mortecina la embestida del toro. Pero decidido Alejandro, inspirado, a no ser convidado de piedra. El extremeño supo vestir la faena con toques de inspiración: molinete, arrucina, cambios de mano, y varios derechazos sublimes a cámara lenta. Y un fajo de naturales en el epílogo marca de la casa. Mató bien y paseó una merecida oreja.

Nek firmó un buen quite por saltilleras en los medios al quinto. Talavante brindó al público. Al toro le costaba desplazarse, a regañadientes. La faena no levantó el vuelo. El viento ya se encargó de desarmar las intenciones.

      

Nek se convirtió en matador de toros con “Pisaverde”. Parlamento largo del torero de Chiva hacia el nuevo torero de Algemesí. Inició Nek por abajo tratando de sujetar y encelar la embestida del toro. Molestó Eolo. La muleta flameaba como las banderas del tejadillo. Ingobernable el mayor enemigo de los toreros. Apuró las embestidas Nek, hasta las bernadinas finales, en el burladero justo que ocupaba Carlos Mazón, presidente de la Generalitat. Ximo Puig jamás pisó una plaza de toros en su mandato. Tampoco ir a los toros supone gestionar bien. Que conste.

El sexto era una lámina. Bajo, hondo, acapachado. Y serio. Y con clase, con gran tranco. Pero no duró nada. Nek lo recibió de rodillas y lo llevó al caballo con chicuelinas al paso. Brindó Nek a Enrique. Comenzó por estatuarios y un buen pase de pecho. Una inesperada caída del torero en la cara del toro lo resolvió con un de pecho de rodillas. La gente respondió. La ilusión duró nada. Una pena el viento. Pinchó y se tiró sin muleta en el segundo intento. Dio una vuelta al ruedo merecida.