Estimado Sr. ministro,
A propósito de sus últimas declaraciones sobre la tauromaquia, le escribo para trasladarle dos ideas que ya conoce usted y una que creo que desconoce. Me habría gustado poder decirle todo esto en persona, razón por la que solicitamos una reunión hace tiempo, petición que todavía no ha debido de tener tiempo para contestar. Usted es una persona inteligente e instruida y que sabe escoger las palabras precisas para expresar ideas importantes, como sin duda es para usted todo lo relacionado con la tauromaquia. Por eso siempre que se refiere a los toros lo hace de la misma manera, insistiendo en que la tauromaquia ahora mismo es cultura porque lo establece así la Ley de 2013, pero que “una mayoría de la sociedad no está de acuerdo con la tortura animal”. Pero sabe que esto no es cierto, que es una utilización de las palabras para reencuadrar ideológicamente el tema de la tauromaquia donde a usted le interesa. Porque sabe que la tauromaquia no es cultura porque lo diga la ley, sino que la ley establece la obligación de protección de la tauromaquia precisamente porque es cultura. El que una actividad sea cultura o no es algo preexistente a la ley. De hecho, la Constitución en ningún momento dice que las leyes declaren lo que es cultura, sino que obliga a las administraciones a proteger lo que es cultura. Y eso es lo que sucede con la tauromaquia. Por tanto, la realidad cultural de la tauromaquia es previa. Y nadie puede arrogarse la decisión de qué sea cultura, sean muchos o pocos los que gusten de esa manifestación cultural. La historia ha demostrado que ampararse en mayorías para prohibir derechos como la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad religiosa o la libertad de creación artística (que está en la base de la tauromaquia) es algo propio sólo de regímenes totalitarios. Lo que también usted sabe es que es una barbaridad en términos jurídicos poner en relación la tauromaquia con la expresión “tortura animal”, siendo el tema de la tortura, regulado en la Convención contra la tortura de Nueva York, un tema grave que no debería tratar a la ligera. Pero es además un insulto, permítame decirle, inaceptable. Usted no puede sugerir que millones de personas en el mundo están a favor de la supuesta “tortura animal”, gente de todo tipo y condición, empezando por personas como Jorge Semprún, por quien ha declarado pública admiración. Usted es el ministro de Cultura del Gobierno de España, no un activista antitaurino. Le ruego tenga una mayor consideración por todos los españoles. Y es que, además, podría asegurar que en el momento que está leyendo esta carta lleva usted puestos unos zapatos de “tortura animal”, como los magníficos zapatos que llevó el día que acudió a su primer Consejo de Ministros. Según su lógica, una mayoría de españoles no están de acuerdo con sus zapatos. Para fabricar unos zapatos de cuero como los que lleva se ha tenido que sacrificar una ternera de meses, que seguramente haya vivido ese tiempo casi siempre estabulada. Todo para que pueda presumir de unos estupendos zapatos de cuero. La tauromaquia o la elaboración de unos bonitos zapatos de cuero son elementos de nuestro refinamiento como seres humanos, seres que tienen también una dimensión cultural o espiritual, seres que buscamos la belleza en sus múltiples formas como alimento del alma, igual de necesario que el físico. Por último, permítame trasladarle lo que creo que no sabe.
Obviamente, la defensa y promoción de la cultura, como cualquier obligación jurídica, tiene límites. Y en el ámbito de la cultura la Convención de la UNESCO sobre el Patrimonio Cultural Inmaterial de 2023 o la Convención de la UNESCO sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales de 2005, establecen eso límites que no pueden traspasar las expresiones culturales: los derechos humanos y libertades fundamentales. Y como es evidente, la tauromaquia en modo alguno traspasa esos límites. Promover el fin de la tauromaquia es una manera de colaborar con la censura cultural. Lo sorprendente es que mientras en sus discursos públicos usted está enarbolando con una mano la bandera de la lucha contra la censura de unas expresiones culturales, con la otra pretende censurar otras. No lo verá así porque ningún censor en la historia se ha reconocido nunca a sí mismo como tal. Cuando un régimen prohíbe determinados libros, películas o canciones, jamás lo hace invocando el valor de la censura, siempre hay un supuesto bien superior al que proteger, ya sea el orden público, la moral o los derechos de los animales. Sr. ministro, su obligación es defender, proteger y fomentar todas las manifestaciones culturales. Le gusten o no. Sin censuras. Con libertad. Reciba un afectuoso saludo,
Victorino Martín.
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