Los primeros jugadores de Laso no olvidan sus "entrenamientos durísimos" y su "bocanada de aire fresco"
Los entonces prometedores Álex Urtasun y Oliver Arteaga aportan más luz sobre la alternativa castellonense del laureado técnico vasco
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“Me acuerdo del primer partido que dirigió. No tenía el boli en la mano, se dio cuenta, se dio la vuelta y se lo pidió al segundo entrenador”, revela Álex Urtasun. “Se me viene a la cabeza la primera charla que tuvimos con él. Éramos un equipo de formación y encontrarte a Pablo Laso, todo un referente del baloncesto español, en el vestuario… Imponía un poco de respeto. Se notaba que era una persona de baloncesto, que sabía mucho y que tenía una ilusión enorme por entrenar”, añade Oliver Arteaga.
Urtasun, como Laso, es ahora producto ACB, aunque en su caso de la mano del Baloncesto Fuenlabrada. Por su parte, Arteaga milita un escalón por debajo, en el Oviedo Club Baloncesto de la LEB Oro (aunque pasó, en la máxima categoría, por Valencia, Zaragoza y Manresa). Ambos formaron parte, en Castellón, de la primera plantilla a la que entrenó el gran culpable de que el Real Madrid de la canasta recuperase el prestigio nacional y continental perdido.
Fue en la temporada 2003-2004, cuando la LEB Plata aún era LEB 2 y Laso llevaba cuatro días, como quien dice, retirado. Algo que le sirvió para conectar de inmediato, tras salvar el excesivo y lógico respeto inicial, con sus pupilos. “Te iba diciendo detalles de lo que él aprendió como jugador. Te hacían entender mejor el juego y a chavales jóvenes como nosotros, que imagino que iríamos como pollo sin cabeza, les aportó ese granito de arena de su experiencia. Te intentaba simplificar todo y guiar en la pista con su conocimiento”, apunta Urtasun.
“Hacía un poco de tutor. Recuerdo ver muchos partidos en la tele con él, mientras cenábamos o comíamos. Nos aportó muchísimas cosas a todos los niveles: cómo te tenías que cuidar, comer sano, no olvidar los estudios… Tener a nuestro lado, de entrenador, a un jugador tan importante como había sido él… Intentábamos absorber lo máximo posible”, asevera, en este sentido, Arteaga.
A pesar de compartir tanto tiempo con sus chicos, Laso sabía muy bien cuándo ser cercano y cuándo estricto. “Entrenábamos mucho. Eran entrenamientos durísimos, mañana y tarde”, confiesa, entre risas, Urtasun. “Te exigía el 200% cada día. Tuvimos alguna charla bastante subida de tono”, le sigue Arteaga. La verdad es que el preparador vitoriano no tuvo un reto nada fácil en su estreno en la banda: salvar la categoría, con la mitad de la temporada ya consumida cuando llegó al equipo.
Sin embargo, superó el desafío con creces. A pesar de que, lo dicho, parecía que venían mal dadas en Castellón. “El equipo estaba un poco deprimido. Teníamos un americano que no lo estaba pasando bien, al que le estaba costando mucho acoplarse al equipo y al baloncesto español. Cuando Laso llegó, nos dio esa bocanada de aire fresco. Se comunicaba muy bien en inglés, algo que le costaba muchísimo al anterior entrenador. Nos dio esa mentalidad de defender e ir cada día al máximo. Aprendimos muchísimo de él: intentar dar el máximo en cada entrenamiento y partido”, destaca Arteaga.
“Uno de los grandes secretos de Pablo es que consigue que el jugador juegue a su nivel. El 90% de los jugadores que pasan por sus manos son capaces de jugar a su nivel”, resalta, por su parte, Urtasun. “A nivel clasificatorio, subimos muchísimas posiciones. A nivel baloncestístico, crecimos muchísimo. Todos recordamos aquel año de una manera muy positiva en nuestras carreras”, sentencia Arteaga. Fueron días de mucha intensidad, pero también de mucha convivencia, mucha cercanía y, sobre todo, mucho baloncesto: a todas horas (partidos de Valencia Basket incluidos en La Fonteta).
Después, llegó todo lo demás: primer equipo taronja (Castellón era su filial entonces), Cantabria, San Sebastián y Madrid. Pero esa es otra historia. Mucho más conocida que aquella que, en tierras castellonenses, dio inicio a la (segunda) leyenda de Pablo Laso. En esta ocasión, pizarra mediante.