Dos generaciones de mujeres policías: la entrada a un mundo de hombres que está cambiando

Delfina Tapia fue una de las primeras mujeres policías locales de España. Vicenta, 54 años después, afronta su profesión en un mundo radicalmente distinto

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Dos generaciones de mujeres policías: la entrada a un mundo de hombres que está cambiando

Laura García

Córdoba - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

De "mujer florero" a policía judicial. De la entrada a un mundo de hombres con cierto toque de inocencia, a la evolución, 54 años después, de la mujer en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que ya alcanza puestos de mando. Delfina Tapia fue una de las diez primeras mujeres policías locales de España. Abrió esa puerta en Córdoba, con 21 años, en el año 1970. Vicenta Rodríguez nació ese mismo año, y hoy es subinspectora de la Policía Judicial en la Local de Córdoba. Al principio fueron diez mujeres, hoy son 35. Conversan sin tapujos y sus realidades se rozan a momentos, pero trascurren como dos finas líneas paralelas.

El mundo ha cambiado radicalmente en 54 años, la sociedad es otra. En los 70, no había mujeres policías, ni militares, ese trabajo no estaba confeccionado para ellas. Cuando se abrió esa puerta, se hizo con los tacones y la falda a cuestas. "Me imagino patrullar con medias, faldita y unos tacones, y me da un patatús", dice Vicenta, que se enfunda el uniforme y se ata los cordones todos los días para ir a trabajar. Delfina no tuvo esa suerte. Tuvo que patrullar disfrazada de mujer de la época: "una vez asaltaron el parque infantil de tráfico, que entonces estaba a cargo de la Policía Local. Tenía que trepar la pared con mi compañero y no pude, era imposible así vestida", cuenta Delfina, que también hizo de modelo el día en que, delante de todo un pleno municipal, tuvo que comprobar si su rodilla asomaba o no al cruzar las piernas para elegir uniforme femenino. "Valiente quizá, pero la edad te hace ver las cosas de forma distinta. Con 21 años no lo piensas. Yo soy hija de Guardia Civil, nací y me crie en un cuartel. Para mí el uniforme era normal, no sentí que fuera ningún acto de valentía. Mis padres, para la época que era, estaban encantados", relata Tapia.

Rodríguez entró en la Policía Local con la edad máxima permitida, con 35 años. Lo hizo porque, siendo ordenanza en un centro cívico, se interesó por el trabajo de los compañeros policías. "Me di cuenta de que había muchas secciones y que podía desarrollarme en una actividad mucho más completa que la que conoce el común de la gente", cuenta. Por eso, empezó como Policía de Barrio, patrulló las calles, entró a la oficina de denuncia, a la de atención a la mujer y al menor. Escaló a oficial y, tras un tiempo en numerosas funciones, consiguió llegar a ser Subinspectora de la Policía Judicial. Delfina entró "como policía y así me quedé, aunque yo sabía que tenía capacidad para mucho más".

Es el paso de los años y la existencia de referentes lo que está cambiando. Aunque aún no es suficiente: "las oportunidades ya las hay, iguales para todos, pero hacen falta mujeres que se presenten a puestos de mando. Las mujeres que se forman hoy lo hacen fijándose en que trabajamos con mucha naturalidad, ya no hay que subir una gran montaña, pero tienen que ver que este es un lugar en el que promocionarse", defiende Rodríguez.

Tampoco se afronta igual la vida personal. Rodríguez decidió no ser madre, y no pasó nada. Tapia lo fue y, "como no sabían dónde ponerme", tuvo que darse de baja durante los nueve meses que duró su embarazo.

La Policía Local frente a la violencia de género

Vicenta Rodríguez, que trabaja mano a mano con casos de violencia de género, asegura a COPE que la Policía Local de Córdoba está trabajando para reducir el número de casos, aunque considera que "estamos mejor que antes". No obstante, ofrece una visión nada peculiar sobre estos hechos: lo que ocurre con los niños víctimas de esta violencia que luego acceden al cuerpo de policía local. "Estamos trabajando en ello y habrá novedades pronto. Lo importante es que ese niño no tenga un sentimiento de institución y revictimización", asegura. "Lo cierto es que, en cuanto a cifra de asesinadas, tenemos una asignatura pendiente. Ahí seguimos fallando, pero eso no debe marcar toda la realidad", remarca. Aun así, confiesa que no es el más agradable de los trabajos.

Delfina, por ejemplo, lo rechazó en su día: "Tuve una experiencia muy mala, que me impactó. Nos llamaron de un bloque donde una pareja se estaba peleando. Subimos y, al llamar al timbre y que nos abriera el hombre, vimos todo destrozado. La mujer tenía la cara hecha polvo. Él, al salir, vio a la patrulla de mujeres y comenzó a increparnos. En aquel entonces, viendo todo lo que vimos, no pudimos entrar ni hacer nada. Luego fui incapaz de atender a las mujeres que denunciaban, me recordaba todo a esa primera intervención".

Ahora, como explica Rodríguez, es mucho más sencillo: pueden ayudar a las mujeres incluso cuando no han denunciado. "Ese hombre, ahora, vendría detenido por una actuación de oficio, no habría que ponerla a ella en la tesitura de tener que denunciar si hay indicios suficientes". Eran otros tiempos.

Un punto de inflexión en Córdoba

La historia se paró un 18 de diciembre de 1996. Un coche patrulla, con dos mujeres en su interior, perseguía a un delincuente italiano que acababa de atracar un banco en la capital. Marisol Muñoz y Mari Ángeles García murieron en ese mismo coche por el impacto de varias balas que disparó Claudio Lavazza a bocajarro contra ellas.

Les tocó a ellas, pero podía haber sido Delfina Tapia quien viajara en ese vehículo: "Yo hacía patrulla con ellas en ese momento porque mi compañera, al estar embarazada, estaba en oficina. Ese día no me tocó a mí. Fue durísimo, eran como mi familia. Había cinco coches patrulla en el turno y dos eran de mujeres, ahí íbamos nosotras y por eso éramos una piña", describe. "Después de aquello, volví a salir a patrullar sin miedo, era mi trabajo, pero nunca las he olvidado". Para Vicenta Rodríguez, que no lo vivió, supone "un antes y un después, se ha tomado en serio el trabajo de la mujer en la calle y son un icono para todos en la Policía Local, tienen el respeto de todas las generaciones venideras". Saben que corren un riesgo y no quieren permitirse "el drama", su trabajo es gestionar conflictos y tratan de no llevárselos a casa.


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