El paso del padre de Los tres Mosqueteros por Córdoba en 1846

Alejandro Dumas visitó la ciudad con su hijo, que se enamoró de una cordobesa, durante un recorrido por España que plasmó en tres libros

El paso del padre de Los tres Mosqueteros por Córdoba en 1846

Toni Cruz González

Córdoba - Publicado el

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Alejandro Dumas -el padre de “Los tres Mosqueteros” y “El Conde de Montecristo”, entre otros libros- visitó Córdoba en 1846 en el contexto de un viaje singular por España que plasmaría en su “De París a Cádiz” y en otros dos libros más (“Dos artistas en España” y “La Gastronomía Española”). Dumas vino a nuestro país por encargo del ministro de Negocios Extranjeros francés, Monsieur Salvandy, que quería que hiciera de cronista oficial de la boda de la infanta española Luisa Fernanda, la hermana menor de Isabel II, con Antonio de Orleans, Duque de Montpensier e hijo del rey de Francia Luis Felipe. En su aventura, junto a su hijo entonces de veintidós años le acompañaron su secretario, el poeta Auguste Maquet, los pintores Aldolphe Desbarolles y Eugène Giraud, y Eau Benjoin, su criado etíope.

En esos tiempos de Romanticismo literario, España es imaginada en Europa como un país exótico y lleno de tópicos. Otros franceses como Merimé, Gautier o George Sand ya se habían inspirado en la siempre convulsa nación al sur de los Pirineos para sus composiciones.

O casi siempre convulsa, porque a Dumas lo que primero le llamó la atención de España fue la seguridad. Salvo un incidente en Granada, donde él y su hijo fueron apedreados, apenas tuvo discusiones culinarias con la población local-como gourmet que era, detestaba la ruda forma de tratar el producto de los cocineros españoles-. El país está en calma desde 1844 con la llegada al poder del general Narváez y las múltiples armas que pasan de contrabando en Irún para garantizar su seguridad les resultaron al final totalmente innecesarias.

Resulta llamativa una frase que Dumas redactó tras conocer las variadas costumbres y vestimentas de los diversos pueblos de la península: “En fin, todos los demás hijos de las doce Españas que consintieron formar un solo reino, pero que no consentirán jamás formar un solo pueblo”.

A Dumas, escrito ha quedado, no le gustó la gastronomía española (especialmente los garbanzos), pero sí su diligencia y la calidad de su tierra: “Si los españoles no comen o comen mal es simplemente porque no quieren comer bien. La tierra, esa madre fecunda en casi todos lados, es pródiga en España; las más hermosas hortalizas crecen sin necesidad de cuidados y los frutos más sabrosos maduran sin que nadie los cultive”.

Madrid, engalanada para las bodas reales del 10 de octubre de ese 1846, le enamora - “En Madrid sólo llaman la atención las mujeres feas”- y hasta la cataloga de la ciudad de los milagros: “me entran unas ganas terribles, ahora que gracias a las precauciones que he tomado tengo asegurada mi existencia material, de naturalizarme español y elegir domicilio en Madrid”.

De Madrid parte a Toledo, que le parece una ciudad moribunda y, de allí y tras recorrer La Mancha quijotesca, llega a Andalucía.

Andalucía es vista por Dumas como un Oriente lejano y, por eso, en sus líneas remite al lector a Las Mil y una noches. “El andaluz, en el año de gracia de 1846 sigue siendo tan árabe como los mismos árabes”, llega a escribir. Pasa por Granada y queda fascinado por la Alhambra, el Generalife y el Sacromonte.

El tortuoso camino entre Granada y Córdoba culmina con las loas de los aduaneros de ciudad de Mezquita a la obra del escritor, lo que llamo la atención de Dumas: “¿Conoce usted a alguien más literario y más adecuado que los soldados y los aduaneros cordobeses?”. Sobre Córdoba, Dumas escribe: “Cada uno de nosotros se había figurado su propia Córdoba: uno gótica, otro árabe, otro casi romana; porque manteníamos los recuerdos de Lucano y de Séneca tan vivos como los de Abderramán y los del Gran Capitán. Sólo habíamos olvidado una cosa, imaginarnos una Córdoba española, que era justamente la que habíamos encontrado. Calles estrechas, sucias, en las que está prohibido tirar agua, sin duda por miedo a que el agua las lave un poco”. La suciedad le desazona, pero alaba la hospitalidad de los cordobeses (él se alojó en el célebre Mesón del Sol en la actual calle Magistral González Francés), la belleza de la Mezquita, una cacería en la Sierra y las comidas que le preparó un cocinero de Lyon que encontró en la ciudad. La anécdota de su estancia entre los cordobeses sucedió cuando la expedición se puso a buscar la Casa de Séneca y en su lugar encontraron un burdel.

A su hijo le debió gustar Córdoba más, porque dejó la ruta tras enamorarse de una cordobesa de alta alcurnia. Dos años más tarde, Alejandro Dumas hijo publicaba La Dama de las Camelias. Quién sabe si esta obra -que teóricamente está inspirada en un romance de su escritor con una cortesana en París- empezó a ser gestada en algún palacete cordobés…

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