Artistas malditos
Córdoba - Publicado el - Actualizado
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Si el arte es provocación para despertar el compromiso social, los artistas han aprendido en Córdoba a desarrollar un sentido de la oportunidad digno de cualquier estudio de marketing. Tras las últimas manifestaciones artísticas, rentabilizar la rebeldía y la libertad creadora no parece tan inocente: No aparenta ser la consecuencia no querida de su creatividad, sino el resultado calculado para la promoción impagable que deriva de meter el dedo en el ojo a la administración y a los ciudadanos.
Si el arte es rebeldía, ésta es aquí una actitud muy rentable para salir del anonimato. Una apuesta rentable para hacer visible la rebeldía, muy por encima de la calidad de las obras y el mensaje revolucionario que en teoría atesoran. Para eso cuentan con la coral de críticos de andar por casa, capaces de perpetrar pesadas teorías, trufadas de ideología y confiadas en generar ruido. Faltaría más. Hay quien ve en las caras de la muralla un alegato contra la gentrificación derivada del turismo, una demostración plástica del capitalismo salvaje y hasta la expresión clara de un ahogo existencial. Otros vemos caras de arcilla untadas de pegoland en el único lugar donde no iban a pasar desapercibidas.
En poco más de un mes, dos obras han acaparado el foco informativo por la injerencia en los valores consensuados por todos. Nunca pensó la autora de “el cuadro de Diputación” en obtener tal promoción a cuenta de una obra menor en la factura y aborrecible en lo estético, como tampoco habrá alcanzado en su entorno tales cotas de popularidad el autor o autores de “las caras de la muralla”, tan explícito en su intención por descansar en el patrimonio de todos. La promoción es una necesidad manifiesta para el artista, de ahí que no crea para nada en la inocencia de su acción creativa. Ni en la impostura de creerse artistas malditos.