IGLESIA

Conchita Barrecheguren, una joven santa para la Iglesia de hoy

De la nueva beata, Mons. Gil Tamayo pide que su ejemplo cunda entre nosotros y en los cristianos laicos en la vida de familia y en los enfermos

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Redacción COPE Granada

Granada - Publicado el - Actualizado

11 min lectura

La Archidiócesis de Granada cuenta desde esta mañana con una nueva beata granadina: Conchita Barrecheguren, que falleció en 1927 con 22 años y cuyo milagro por intercesión ha sido reconocido por la Iglesia para su proclamación como beata, en la curación de una niña de 16 meses en Alicante.

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La ceremonia, celebrada en la Catedral, ha estado presidida por el cardenal prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, Mons. Marcello Semeraro, en representación del Papa Francisco. Junto a él, han concelebrado el arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, el emérito D. Francisco Javier Martínez, y los obispos de Guadix, Córdoba, Jerez y el arzobispo emérito de Valencia. Han concelebrado en torno a un centenar de sacerdotes y han participado en la ceremonia alrededor de 2.500 fieles, algunos de ellos procedentes de la provincia como Albuñol, Motril o Jayena; y de otras ciudades españolas como Salamanca o Alicante, ésta última donde reside la niña en la que la intercesión de Conchita ha obrado el milagro.

A la ceremonia también han asistido distintas autoridades civiles y militares, en representación de la ciudad de Granada y de la región en Andalucía.

RITO DE BEATIFICACIÓN

El arzobispo de Granada Mons. José María Gil Tamayo, acompañado por el postulador de la Causa, solicitó ante el Prefecto que la joven granadina fuera contada entre los nuevos beatos de esta Iglesia diocesana. A continuación, Mons. Semeraro pronunció la fórmula de beatificación, que fue acogida con un sonoro y profundo aplauso de los fieles y concelebrantes, al mismo tiempo que se desplegaba la gigantografía con el rostro de la nueva beata, incorporando así a la Iglesia de Granada a la beata Conchita Barrecheguren.

El rito de beatificación se vivió con profunda emoción entre los fieles, especialmente entre los familiares de la joven Barrecheguren y la familia redentorista, comunidad a la que estuvo vinculada en vida, así como su padre Francisco, que, junto a Conchita, fue declarado Venerable el 5 de mayo de 2020.

“Concedemos que la Venerable Sierva de Dios María de la Concepción Barrecheguren, fiel laica, que aceptó con fe los dolorosos sufrimientos de la enfermedad, encontrando en ella oportunidad de gracia, redención y caridad, sea llamada con el nombre de BEATA para la posterioridad”, recoge la Carta Apostólica por la que se proclama beata a Conchita.

La fiesta litúrgica se celebrará el 13 de mayo, día en que falleció en 1927 y “nació para el Cielo”, indica la Carta Apostólica.

PALABRAS DURANTE LA CEREMONIA

En sus palabras durante la homilía, el cardenal Mons. Semeraro habló de la vulnerabilidad y sufrimiento en la joven beata, que en nuestro tiempo hemos experimentado, personal y comunitariamente, de forma reciente, con motivo del coronavirus.

“La vocación que llega de la vulnerabilidad, nuestra Beata la ha reconocido, la ha aceptado y la ha vivido. Nos ha indicado también el método sobre cómo hacerlo. De hecho escribió: «Mi amor será un Dios crucificado, mi alimento la oración, mi fortaleza la Eucaristía...». Para realizar este programa de vida buscó también un ejemplo en Santa Teresa de Lisieux. Los Santos beatificados y canonizados, ha dicho el Papa: «recuerdan a todos que vivir el Evangelio en plenitud es posible y es bello»”, afirmó el cardenal en su homilía.

«MI AMOR SERÁ UN DIOS CRUCIFICADO»

Homilía para la beatificación de la Venerable Sierva de Dios María de la Concepción (Conchita) Barrecheguren Al inicio de la primera lectura bíblica de nuestra Liturgia Eucarística hemos escuchado al apóstol Pablo comparar a nosotros los cristianos con vasijas de barro (Cf. 2 Cor 4,7). En algunos aspectos no debería sorprendernos esta comparación.Ya al inicio del libro del Génesis encontramos escrito que «el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo» (Gen 2,7). En otra ocasión hemos oído repetir la plegaria del profeta Isaías: «Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero» (64,7). Está, después, la antigua advertencia que repite: «eres polvo, hombre, y al polvo volverás». Pero el Apóstol ha querido decirnos que en esta vasija de barro, que somos nosotros, hay un tesoro inestimable y es Cristo. También en la carta a los Gálatas san Pablo escribe:«no soy yo el que vive, es Cristo que vive en mí» (2,20).

¡He aquí la paradoja! Los tesoros, nosotros los conservamos en vasijas preciosas y los custodiamos en cajas fuertes. Jesús, en cambio, viene a habitar en nosotros. Adorando el misterio de la Encarnación, San Agustín exclamaba: «¡Oh humildad del Hijo de Dios! El que contiene el mundo yacía en un pesebre; no hablaba aún, y era la Palabra. ¡Oh debilidad manifiesta y asombrosa humildad, en la que de tal modo se ocultó la divinidad entera!» (Sermo 184, 3: PL 38,997). Es la paradoja del misterio cristiano.

Este misterio también lo podemos contemplar hoy en la vida cristiana de la nueva Beata. Su vida terrena fue breve –apenas veintidos años- y además, señalada muy pronto por el sufrimiento y la enfermedad.

¡De verdad una vasija de barro! Pero en ella se ha cumplido lo que escribe el Apóstol: «Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados... llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 410).

Recorramos, entonces, brevemente la historia de la beata Conchita. Nació aquí en Granada al comienzo del siglo pasado. Era hija de unos padres verdaderamente afortunados por muchos motivos. No les faltaba, de hecho, el bienestar económico, pero abundaban más aún en bienes espirituales. La familia en que nace Conchita, efectivamente, estaba edificada sobre las solidas bases de la fe. Su padre, Francisco, después de la muerte de su mujer, se convertirá en religioso redentorista y ahora es Venerable. ¡Singular fecundidad de la vida de la gracia! La educación religiosa recibida de sus padres la dispuso a aceptar con serenidad y alegría las muchas molestias provocadas por una salud cada vez más gravemente comprometida. La frecuencia de los Sacramentos y particularmente la Comunión diaria, a la que nuestra beata se mantuvo siempre fiel, la sostuvo en la fatiga y la dispuso a acoger en todo la voluntad de Dios. Le fue de gran ayuda la devoción a la Virgen María, a la que honoraba con el rezo del Rosario.

De este modo, experimentó la promesa del Señor: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante» (Gv 15,5). Co chita ha dado fruto abundante porque ha estado siempre unida a Cristo y jamás se ha separado de él, también en las oscuras horas de la prueba. De hecho, tuvo que afrontar adversidades humanamente superiores a sus débiles fuerzas, como la enfermedad mental de la madre, sus propios sufrimientos físicos y, en la última fase de su existencia terrena, las provocadas de la tuberculosis... En cambio, ella lo iluminó todo con la sabiduría de la Cruz, convencida que las penas y los sufrimientos hacen que la criatura esté más cerca y se asemeje a Cristo.

En una ocasión Papa Francisco dijo que el secreto para ser «muy felices» es reconocerse siempre débiles y pecadores, o sea «vasijas de barro» (Homilía en Santa Marta, del 16 de junio de 2017). En aquella ocasión enfocó un aspecto de la condición humana, que después, especialmente en los años sucesivos con ocasión de la pandemia del Coronavirus, se mostraría con mayor evidencia: ¡la vulnerabilidad, la fragilidad! Reconocerla –decía el Papa- es una de las cosas más difíciles de nuestra vida y por eso, en vez de reconocerla, tratamos de cubrirla, de disimularla para que no se vea. Esta, en realidad, es una dimensión constitutiva de lo humano y es, en cuanto tal, una dimensión que nos interpela y nos reclama respuestas, porque contiene una vocación que es una llamada a la sociabilidad en la forma de la solidaridad.

A esta vocación es llamado, para dar una respuesta, especialmente el creyente, el cual conoce al Dios que se ha hecho carne y que, haciendo propia la debilidad de la condición humana, la ha transformado en el lugar de construcción de la fraternidad, de la solidaridad, del amor. Diremos, en efecto, que la respuesta cristiana puede encontrar respuestas similares, que pueden ser dadas por parte de tantos que, aún no creyentes, son igualmente sensibles a lo humano y al sufrimiento de los hombres. Y es así como la fragilidad puede desempeñar un papel importante en la creación de una ética compartida y ser un elemento de base para una armónica convivencia social.

La vocación que llega de la vulnerabilidad, nuestra Beata la ha reconocido, la ha aceptado y la ha vivido. Nos ha indicado también el método sobre cómo hacerlo. De hecho escribió:«Mi amor será un Dios crucificado, mi alimento la oración, mi fortaleza la Eucaristía...». Para realizar este programa de vida buscó también un ejemplo en Santa Teresa de Lisieux. Los Santos beatificados y canonizados, ha dicho el Papa: «recuerdan a todos que vivir el Evangelio en plenitud es posible y es bello»

También ahora esta nueva Beata se convierte para todos nosotros en un modelo a imitar. Sobre todo, a quien se encuentra en el sufrimiento y en la prueba, la beata Conchita, con el ofrecimiento de su joven y breve existencia y con la confianza total en Dios, muestra cómo la conformación a Cristo, en el amor crucificado, transforma la sustancia de la vida, aún la más compleja y difícil.

Por esto hoy nosotros elevamos el agradecimiento al Señor, que con sus heridas ha redimido el mundo. Haciendo propias las palabras de un gran santo, animados por el ejemplo de la nueva beata y confiados también en su intercesión, rezamos: «Oh, Jesús, por las heridas que por nuestra salvación has sufrido sobre la cruz y de las que ha salido la sangre preciosa con la que hemos sido redimidos, te suplico que me dieras también con el arma ardiente y potentísima de tu infinita caridad» (S. Anselmo de Canterbury, Oratio XIX ad Christum, PL 158,90). Amen.

Marcello Card. SEMERARO

Por su parte, el arzobispo D. José María Gil Tamayo dirigió unas palabras de agradecimiento por esta proclamación de la nueva beata, tras las cuales intercambió un abrazo de paz con el cardenal, al que también se sumó el postulador de la Causa, recibiendo en ese momento una copia de la Carta Apostólica.

Asimismo, en sus palabras al término de la ceremonia, el arzobispo Mons. Gil Tamayo transmitió al Papa el afecto hacia su persona y ministerio, en nombre también del arzobispo emérito, D. Francisco Javier Martínez, y de toda la Archidiócesis, expresando asimismo la plena comunión con el Santo Padre y su magisterio.

Mons. Gil Tamayo habló de “inmensa alegría” en esta beatificación, porque Conchita nos recuerda lo esencial de la vida en nuestra Iglesia que es “la vida en Cristo y la santidad en primer plano”, al mismo tiempo que aludió a otros beatos y santos granadinos, desde los mártires granadinos, san Cecilio, fray Leopoldo de Alpandeire y la madre Riquelme, entre otros, “todos ellos llamados a la santidad en el seguimiento a Cristo”.

De la nueva beata, Mons. Gil Tamayo pide que “su ejemplo cunda entre nosotros y en los cristianos laicos en la vida de familia y en los enfermos”. El arzobispo de Granada expresó la gratitud al cardenal por su servicio en esta beatificación en nombre del Papa Francisco, a los misioneros redentoristas y a todos los fieles y devotos.

Por su parte, el Superior Provincial de los Misioneros Redentoristas, Francisco Caballero, también dirigió unas palabras en las que recordó cómo la vida de Conchita es un signo del “reconocimiento de Dios por la sencillez”. Asimismo, recordó que “la beata nos enseña que en la realidad difícil y de sufrimiento siempre está presente Dios”. “Se dejó configurar como modelo real de Cristo y corazón misionero”, señaló el Superior Provincial, destacando la sencillez con la que vivió en la vida cotidiana el amor de Cristo, a principios del siglo XX, también desde el sufrimiento por su enfermedad y por la demencia que padeció su madre.

PROYECTO DE SOLIDARIDAD

En la ceremonia ha sonado por primera vez el himno interpretado de forma expresa para esta ocasión, compuesto por el sacerdote redentorista padre Damián María Montes.

La colecta en la ceremonia de beatificación, así como aquellas actividades que se han llevado o se llevarán a cabo en el marco de esta celebración, van dirigidas a la construcción de un nuevo servicio de maternidad en la Clínica Nokien Mbanza-Ngungu, en el Congo. Esta obra de caridad se llevará a cabo a través de la Asociación para la Solidaridad, ONG vinculada a la comunidad redentorista. Con este proyecto se reducirá la tasa de mortalidad materna e infantil y formará a personal para la atención materno infantil, entre otros objetivos. Una de las actividades organizadas cuyos fondos van destinados a este fin es la obra de teatro “Francisco y Conchita, de la Alhambra al Cielo”, que interpretará la compañía “Casi Siempre” el 21 de mayo, a las 12 horas, en el Teatro Isabel La Católica. El donativo es de 10 euros.

MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS

Tras la beatificación, el santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro acogerá la Eucaristía de acción de gracias mañana domingo 7 de mayo, a las 12 horas.

En este mismo santuario, cuyos restos de la nueva beata descansan desde el año 2007, está instalada la capilla, para veneración de los fieles y devotos, que seguirán rezando intercesiones y encomendándose a la joven nueva beata granadina: Conchita Barrechegueren. La fecha litúrgica de la beata Conchita Barrecheguren será el 13 de mayo, coincidiendo con la fecha de su fallecimiento.

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