Madrid - Publicado el - Actualizado
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Las redes sociales se inundaron, ayer, con fotos y palabras de recuerdos de un hombre bueno, peregrino y rociero.
A las cuatro de la tarde, Pepi Sanchez, esposa de Juan Ferrer, me envió un mensaje: “¡Hola, Pedro!, buenas tardes. Ha muerto Joaquin, el Peregrino de la Hermandad. ¿Lo conocías?.
Si, claro -le contesté-, a la vez que me salía del alma un ¡ay! muy fuerte. Nos teníamos un mutuo cariño.
A continuación, Pepi, me escribió. “¿No crees que se merece un BD de los tuyos?.
Y tanto que se lo merece - le respondí -. Por ser un hombre muy querido, simpático, sincero, sencillo, trabajador, leal...
Y aquí estoy escribiendo de alguien muy apreciado por distintas razones, entre ellas, por su testimonio personal de esfuerzo y superación para salir de la droga y, después, vivir entregado, en cuerpo y alma, a su Hermandad del Rocio de Huelva A Joaquín lo quería todo el mundo. Porque, ¿quién de los que hemos hecho el camino de Huelva, por las arenas, no ha pronunciado alguna vez estas palabras: “¡Joaquín, dame agua, por favor!”...
Y él te mitraba y, con una sonrisa, te daba una botella de agua “fresca”, y nos hacía más feliz.
Después del reparto del agua se iba a ayudar al Carrero. Era un trabajador incansable. Nadie podía seguir su ritmo.
Hace cuatro años murió su madre, a quien adoraba y con la que vivía. Me dicen sus amigos que para él fue un golpe tan fuerte que ya nunca volvió a ser la misma persona de siempre.
Las últimas horas de su vida han sido admirables: rodeado de sus nueve hermanos y sobrinos que lo besaban, acariciaban y lloraban. Murió con la medalla de la Virgen sobre su pecho, pidiendo: “¡Llevadme a Almonte!.
Por algo, el poeta escribió: “Cuando muere un rociero, hay un Rocio en la tierra, otro Rocio en el cielo. Las marismas son eternas. Allí está siempre la Reina. Madre de los rocieros”.
Juan Ferrer, quien, en sus ocho años como Presidente, lo conoció muy bien por fuera y por dentro, me enviaba el siguiente mensaje: “Joaquín ya estará con la Virgen del Rocío, en el cielo”. Sin duda -le respondí-.
¿Quien ayudará, ahora, al Carrero a llevar por los caminos la carroza del Simpecado??. ¿Quién se subirá en el tractor para repartir el agua?.
Los peregrinos lo echaremos mucho de menos, el próximo Rocío. Y cuando, al atardecer del camino, miremos a las puertas del cielo nos vendrá a nuestra retina la imagen de Joaquín, diciéndole a los sedientos peregrinos: “¡Tranquilo, tranquilo, hoy agua para todos”!.
A partir de ahora, este hombre bueno, nos repartirá otra clase de agua, sacada del manantial eterno de las marismas azules. ¡Buenas Tardes!