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La desescalada ha comenzado. Las comunidades luchan por salir rápido del confinamiento. La gente está enfadada con las autoridades sanitarias y políticas que nos gobiernan a base de improvisaciones. Un día dicen una cosa y al siguiente la contraía, lo cual acrecienta el miedo.
La única recomendación invariable ha sido: “Guardar la distancia social, a dos metros, sin besarse ni abrazarse”.
Desde que nos abrieron las puertas para salir a pasear, Carmen y yo salimos con mascarillas y guardamos la distancia social.
Cómo te pasará a ti, nos cuesta trabajo guardarla. A mi se me olvida. La reacción es buscar el beso de mi pareja o el abrazo del amigo al que no ves desde antes de la pandemia.
Nos paramos, nos miramos, y hablamos a dos metros unos de otros. ¿Cómo estásís?. ¿Cómo lleváis el confinamiento...?. ¡Bieeen!. ¿Y vosotros...? ¡ Nosotros también muy bieeen !. La conversación es a gritos, porque entre la “distancia social” y las mascarillas se apagan las palabras.
Ayer volvimos pronto del paseo a cumplir con el rito de los aplausos de las ocho a los sanitarios, con la sorpresa de que, en mi calle, no había nadie en los balcones.
No sonaba en la esquina de la calle La Palma la banda sonora de la pandemia (Resistiré) que nos instaba a la autoconfianza, el coraje y la resistencia, ni Ivan (11 años) tocaba, con su saxofón, el himno de Andalucia.
“¿Por qué no habrá nadie?” -me preguntaba Carmen-. No lo sé. Pero será por más de un motivo.
A lo mejor, la gente esté cansada de aplaudir por rutina. Quizá esto sea un signo de rebeldía pasiva ciudadana por ser España el país del mundo con más sanitarios contagiados del virus, con 45.000 infectados, de los que 44 de ellos han perdido la vida.
Podría ser consecuencia de que los mismos sanitarios prefieren los tests y la protección a los aplausos, que nadie del gobierno los escucha. Acaso sea por todo a la vez, quien sabe...
Termino, mi mujer me pregunta: “¿Cómo vas?”. Terminando- le contestó-. “Deberíamos salir antes de que haga más calor...!
Dentro de un momento, cuando nos pongamos las mascarillas y los gorros, no hay quien nos conozca. Este virus nos ha disfrazado el rostro.
Quizás, lo bueno del disfraz es que al no conocernos nadie te ayuda a mantener la distancia social.
¡Qué pena!, con lo que me a mí me gustaría darle un beso fuerte a mi mujer y un abrazo cálido a un amigo.
Pero ya lo haré cuando todo esto pase. Y que cada día falta menos para que las puertas se abran de “par en par”. La puerta de la esperanza. ¡BUENOS DÍAS!