¡Estoy vivo!

por Pedro Rodriguez

Pedro Rodríguez González

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¿Qué hora es? -preguntó Carmen-. Son las doce menos diez. Faltaban diez minutos para terminar el día.

Nos habíamos quedado solos. Mis hijos y nietos acababan de irse. La fiesta de cumpleaños había durado tres horas. La noche era muy calurosa. En la terraza daba gusto estar. No teníamos sueño.

Lo hemos pasado muy bien, ¿verdad? -le comenté a mi mujer-. “Si. Creo que todos teníamos muchas ganas de reunirnos para celebrar tu cumpleaños, y que estamos vivos, después de lo pasado...” -me responde con toda la razón del mundo-.

Carmen, ¿te has dado cuenta de que no nos reuníamos desde Navidad? -le pegunté- “Es verdad. No había caído. Demuestra que nos gustan mucho los ritos y las tradiciones...”

Exactamente. Sólo pensar en las tradicionales fiestas navideñas ilumina el rostro de la mayoría de la gente -especialmente de los niños-.

Y el ritual de los cumpleaños -ayer- los celebramos con la alegría del apagado de las velas en la tarta, símbolos de paso en nuestras vidas.

Anoche tuvimos la suerte de celebrar tres ritos a la vez. Mi cumpleaños, o sea, el paso de los años en el ciclo de la vida. El paso de la primavera al primer día de verano, con muchísimo calor. El fin del Estado de alarma y el paso a la nueva libertad.

¡GRACIAS, GRACIAS Y GRACIAS!

A las doce y media de la noche, seguíamos los dos sentados en la terraza. Carmen estaba más cansada. A mi me daba pena decirle adiós al día de mi cumpleaños, en el que mi familia me había regalado la mejor de sus sonrisas. Lo mejor de cada uno.

En el móvil. no dejaban de aparecer felicitaciones de cientos y cientos de amigos de la familia de los 5.000 amigos de Facebook.

¿Eran de compromisos?. No, ni mucho menos. Para que alguien te desee un feliz cumpleaños no necesita ser tu amigo del alma, ni quererte con locura, los valoro como un gesto educado, sincero y amable.

Habría sido peor que ni los amigos del alma, ni los de mi ”familia digital”, hubieran registrado que en el día de ayer mi sensibilidad estaba a flor de piel. Estaba en llamas. Desprendía fuego de amor y de alegría.

Después de la jornada llenas de emociones, sentimientos y nostalgia, acabé rendido en la cama. Era la una y media de la noche.

Lo último que recuerdo, antes de dormirme, es estar con el móvil respondiendo a un amigo. Lo cual hago extensivo a todos los que no he podido corresponder: “¡Muchas gracias, amigo o amiga...por tu cariñosa felicitación...”. ¡Gracias, gracias y gracias! “BUENOS DÍAS”