“La peste Antonina”

por Rafael Benítez

Rafael Benítez

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Dentro de los interminables capítulos de “El Ser Humano es Maravilloso”, varios se están escribiendo ahora. No olviden el toque irónico del título del libro. Uno de esos capítulos es “no nos lo podíamos imaginar”, o el arte de no haber aprendido nada de cómo funcionan las epidemias en un mundo globalizado. Un amigo ingeniero me contó que le encargaron a él y otros técnicos un estudio para resolver el problema del abastecimiento de agua en unos pueblos de la sierra de Córdoba. Una vez que tuvieron el informe con todo lo que técnicamente se podía y debía hacer para que todo funcionara, pasó a la mesa de los políticos que se lo habían encargado y, por supuesto, hicieron otra cosa que no era en absoluto aconsejable técnicamente pero sí rentable políticamente. Así se ilustra el capítulo de porqué nuestros gobernantes veían cortar las barbas del vecino sin echar las suya a remojar. 

El siguiente capítulo es “y ahora que nos han pillado con el carrito del helado, ¿qué vamos a hacer?”. Fácil, primero nos perdonamos a nosotros mismos, “quién iba a saber”, aunque el caso es que se sabía, que había recomendaciones de medidas preventivas que no se tomaron e, incluso, se hizo lo contrario “más mata el machismo” decían las voces más irresponsables y descerebradas. Pero ahora han encontrado la solución, la culpa la tiene la oposición y sus recortes. No importa que los datos sean mentira, importa que los medios los repitan mucho y muchas veces. Organicemos una algarada contra el rey, la ley de Lynch siempre funciona para desviar responsabilidades y colgar al primero que pase, capitalicemos la indignación contra otros para que nadie mire nuestra irresponsable inutilidad. A ese cráneo privilegiado de la ultraizquierda que es Monedero no se le ha ocurrido otro eslogan que decir que si hoy la sanidad pública funciona es gracias al 15M. No intenten averiguar por qué, en su cabeza tiene sentido. 

Poco podemos hacer para que todo pase y, sin embargo, podemos hacer mucho. Desoír a los cantamañanas que intentan sacar rédito político de sus propios errores. Hacer caso a quién sabe y cuidar a nuestros hermanos cuidándonos a nosotros mismos, también. Mantener alta la confianza, la esperanza y la caridad hacia el otro desde el rincón de la vida en que nos encontramos. Nuestros padres se encomendaban a San Sebastián, San Roque, San Antonio Abad y todo un grupo de devociones sentidas que fortalecían el ánimo y los lazos de la comunidad, mientras, no cejaban en la ayuda a los más necesitados con los hospitales y hospicios en que se cuidaban a los caídos en enfermedad. Han cambiado los tiempos y ahora nos alimentamos de vídeos graciosos o motivadores que nos llegan a través de las redes sociales, pero no deberíamos dejar de aprovechar esos medios para sostener la fe y crecer en lo que realmente importa. En este sentido es encomiable el esfuerzo por hacer llegar oración y consuelo a tantos. 

Nos cuenta M. A. Quintana en Twitter que “el emperador Marco Aurelio vivió la pandemia de la peste antonina, que mató a una cuarta parte de los romanos infectados (…). Como además era filósofo y estoico, nos dejó esta reflexión, aún hoy pertinente, sobre la peor peste de todas:” 

“Qué afortunado el hombre capaz de abandonar esta vida sin haber probado la mentira, ningún tipo de hipocresía, lujo ni vanidad. Exhalar nuestro último aliento sin haber experimentado nada de todo esto equivale a, cuando faltan las velas del barco, echar mano a los remos. 

¿Sigues prefiriendo vivir en el mal y la experiencia no te incita a morir de tal peste? Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho peor que la infección y contaminación del aire que ahora nos envuelve. Porque la peste actual es propia de los seres vivos, en cuanto animales; pero aquella otra es propia de los hombres, en cuanto hombres. (Marco Aurelio, Meditaciones, libro IX, 2).”