"La ciudad de la luz"

por Pedro Rodríguez

La ciudad de la luz

Pedro Rodríguez González

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Ayer, cuando iba a empezar a escribir el BD sobre el Litri, me interrumpió Carmen, exclamando con vehemencia: “¡Mira el cielo, el amanecer va a ser precioso!”.

Lo presentía a pesar de ser todavía de noche y sólo se escuchaba el trino de los pájaros.

Eso si, cantaban con alegría. Con la misma me dispuse a dejar lo que estaba haciendo y a preparar la cámara del móvil para inmortalizar el anunciado amanecer.

¡Dadte prisa, que el momento se va...!. Tengo fe en ella y me voy a la terraza.

El sol salia lentamente, derramando su belleza por el cielo, poco a poco, con colores amarillo, azul, magenta...(imagen ilustrativa)

¡Qué bello amanecer!. En minutos, el sol había acabado con la oscuridad y nos transmitía su rayo de esperanza para vivir un nuevo día.

Sobrecogido con el amanecer volví a sentarme a escribir. ¡Carmen, qué maravilla, lo que hemos visto...!, ¿verdad?...

El sol y su inmensa lumbre en el amanecer nos marcó tanto que fue nuestra musa y objetivo durante todo el día.

“ARDER EL CIELO”

De acuerdo con ella, decidimos viajar por la “Ciudad de la Luz” (3.000 horas de sol año), para buscar los momentos que el sol más nos ilumina y nos da más vida.

Primero fue el amanecer, cuando el sol es todavía una promesa. Después, el mediodía cuando más calienta (Paseo de la Ría)

En el atardecer nos encontramos con la auténtica “Ciudad de la Luz”, La más antigua de Occidente. La que, a veces, no defendemos lo suficiente. La que vive en mi, plena de sueños hechos realidades.

En nuestro recorrido por la “Ciudad de la Luz” pasamos por lugares próximos de nuestra infancia, cuyos recuerdos, a veces, son sólo un instante fugaz que no regresa.

Como lo fue ayer el atardecer, cuando el cielo parecía fuego (imagen ilustrativa).

El sol tenía más publico que cuando surge al amanecer. A pesar de ser la misma materia e igual de bellísimo.

Estábamos mirando a la otra orilla de Marismas del y la intensidad del sol nos quemaba la vista.

Era la estación final del viaje por la “Ciudad de la Luz”. El sol no terminaba de ocultarse en el horizonte, como si, en nuestro honor, no quisiera marcharse.

Con su explosivo color rojo parecía querer quedarse en forma de fuego en el cielo, y, quien sabe, si también deseaba que los dos ardiéramos por dentro de felicidad. ¡BUENOS DÍAS!

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