Dos años del estado de alarma.

"Con el tiempo, fuimos viendo que había también muchas mentiras u ocultaciones en la información que nos llegaba, que no se nos contaba todo"

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Se han cumplido en esta semana, el lunes 14 de marzo, dos años desde que, como consecuencia de la pandemia del covid, el Gobierno decretara el estado de alarma en toda España, y el consiguiente confinamiento domiciliario que quedó establecido de manera inmediata. Hoy, miro hacia atrás, y parece mentira que aquello llegara a ocurrir. Lo que nos hubiera parecido imposible, y nunca lo hubiéramos creído, si nos lo llegan a contar antes de que pasara, se había convertido en una realidad.

Es cierto que, por aquel entonces, la noticia fue acogida con resignación y serenidad, pues en aquellos primeros compases de esta pandemia, todos teníamos cierto miedo e incertidumbre, ante esta nueva enfermedad, de consecuencias todavía desconocidas, que asolaba a nuestro planeta; por ello, todos asumimos esa situación, de forma responsable, como algo lógico e inevitable, pero no por ello menos duro. En aquel momento, todos confiábamos en que aquello no duraría mucho, unas semanas o unos meses a lo sumo. No podíamos imaginar lo equivocados que estábamos, lo duro que iba a ser aquello, lo mucho que íbamos a perder por el camino, ni las nuevas oleadas y variantes del virus que quedaban por venir, que harían que la pandemia se prolongara hasta lo inimaginable.

Hoy nos parece mentira, que estuviéramos cerca de tres meses sin salir de casa, sin poder ver ni abrazar a familiares o amigos, inventándonos mil cosas en las que ocupar el tiempo, y siguiendo todos los días las noticias en la televisión, escuchando datos y situaciones tremendas, causadas por esta pandemia.

Sin embargo, con el tiempo, fuimos viendo que había también muchas mentiras u ocultaciones en la información que nos llegaba, que no se nos contaba todo y que incluso, se aprovechaba tan lamentable situación, para colarnos determinadas medidas, que nada tenían que ver con la pandemia, y que de otra forma, hubieran encontrado un fuerte rechazo de la ciudadanía. Empezábamos a ser conscientes, de que estábamos sufriendo una privación de los más elementales derechos y libertades fundamentales, que iban más allá de lo que la situación pandémica exigía y que se prolongó mucho más de los quince días previstos inicialmente. Y en efecto, tiempo después, el Tribunal Constitucional declaraba inconstitucional aquel estado de alarma.

Para mi, sin embargo, lo más duro y difícil de asumir, fue el cierre de los templos y lugares de culto. Y hay que reconocer, que en esa decisión, no toda la culpa fue del gobierno. Quizás todos debiéramos haber defendido con más valor y convicción, desde la propia Iglesia, que el acceso a los templos, y el poder recibir los sacramentos, era para nosotros una actividad tan esencial, como otras muchas que fueron autorizadas (estancos, bancos, peluquerías, etc), pues precisamente era entonces cuando más lo necesitábamos, y cuando más necesario hubiera sido dar ese testimonio de Fe, como muchas veces antes ocurrió, en otros momentos de la historia, ante situaciones mucho peores que esta. No hubiera sido difícil permitir eso, compaginándolo lógicamente, con las medidas sanitarias y de seguridad, que todos respetábamos para acceder a los centros y lugares que estaba permitido.

En estos dos años, no hemos quedado sin ver los pasos en Semana Santa, ni acompañar a nuestros titulares en la estación de penitencia, y no tuvimos Romería del Rocío (quién se lo iba a maginar), y sin tantas otras cosas que eran parte de nuestra vida… De cómo vivimos aquello, sobre todo de ese primer año (2020), sin Semana Santa y sin Rocío, nos da cumplida cuenta Nacho Molina, nuestro líder de “Cofrades a la Cope”, en su reciente y oportuno libro, de obligada lectura, “La última Rebujina. Crónica de la Semana Santa y el Rocío que nos robó la pandemia”. Pero tras estos dos años, aquí estamos, y dando gracias a Dios por ello, porque nos ha dado salud y fuerzas para salir adelante, cuando muchos se quedaron desgraciadamente en el camino.

En la fecha en que nos encontramos, a mediados de marzo de 2022, con la prudencia que la experiencia de lo pasado aconseja, con las vacunas y con todo lo que hemos aprendido de este virus, la situación es otra muy distinta; en la gran mayoría de los casos, la enfermedad cursa de manera asintomática o con síntomas muy leves; la población asume que tenemos que aprender a convivir con este virus, y en lo que a la Semana Santa o al Rocío se refiere, todos esperamos con enorme ilusión y ya casi damos por hecho, que este año podremos volver a celebrarlo y disfrutarlo.

Ha sido duro, a pesar de que todavía la pandemia no ha terminado, pero reitero que tenemos que dar muchas gracias a Dios y a la Virgen. Porque el mundo y el ser humano, no deja de sorprendernos; cuando todos esperábamos salir de ésta, pensábamos en la recuperación y en volver a la normalidad de nuestras vidas, estalla una cruenta en injusta guerra en el corazón de Europa, que nos deja imágenes y situaciones aterradoras, que nos llenan de dolor por lo que está ocurriendo, y de vergüenza por comprobar de lo que es capaz el ser humano. Y estamos en los primeros compases de esta guerra, que comienza con la injusta invasión rusa de Ucrania, y sus consecuencias y derivadas son todavía imprevisibles. Quien nos iba a decir, que ante lo que estamos viendo en Ucrania, el estado de alarma, el confinamiento y todo lo que trajo consigo, se nos antoja ahora como mucho menos grave.

Confiemos y recemos, para que se imponga pronto la razón, la cordura y la justicia, y podamos volver lo antes posible, a aquella normalidad, tan esperada y anhelada.

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