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“El paraíso jamás será paraíso, a no ser que mis gatos estén allí, esperándome...” -anónimo-.
El paseo de la ría era, ayer, un paraíso. Al final del mismo nos estaba esperando un precioso gato.
Las aguas del Odiel estaban en calma. Había marea alta. El color azul suave del agua formaba un todo continuo con el del cielo.
A las once y media comenzamos a caminar a la altura del “Palacio de los Atardeceres”. Al llegar a la las gigantescas piedras que rematan el paseo, nos pareció escuchar un leve maullido.
A Carmen y a mi nos extrañó el sonido. “¿Es acaso un gato que nos “saluda”?”. Eso parece. Miramos, lo vimos, pero seguimos nuestra marcha, con la primera metida.
Pero la figura del gato no la olvidábamos. En el fondo, teníamos malla conciencia de haber pasado de largo...
Cuanto más lejos estábamos del paseo era mayor nuestra curiosidad en volver a verlo. Carmen, ¿tú crees que seguirá en las piedras?. “¡Si, ya lo verás!.¿Por qué se va a mover del sitio?” - me respondía- El paisaje de la ría del Odiel estaba más precioso que nunca. Como decía al principio, la lámina de agua era un “plato”. El silencio únicamente se rompía con el sonido de alguna bicicleta, y el mismo paso de los “peregrinos del camino del Odiel”.
Cuando, sin esperarlo, escuchamos el chapoteo de los remos de dos jóvenes deportistas, deslizándose en una piragua por las mansas aguas de la ría, con el fondo de los árboles de la marisma. (Imagen ilustrativa).
Después de esto nos volvimos, con prisa, sabiendo que el gato es un monumento a la independencia: desaparece cuando quiere y vuelve cuando le parece.
Al llegar al Paseo, lo buscamos entre las piedras y no lo veíamos. Pero, de pronto, Carmen gritó: “¡Gato a la vista!”. “¡Allí está...!”. ¿Dónde...?. “Sentado en el suelo del mismo paseo”. Parecía que estaba esperándonos. (Imagen ilustrativa).
Me acerqué a él y le dije: “No te mueva que voy a hacerte una foto para escribir mañana el BD...”.
Comprobé que no era un gato vulgar. Era muy fotogénico. Con los ojos verdes y el cuerpo de tres colores, como si sus antepasados hubieran sido de una familia imperial.
Por el atractivo, parecía un gato romano que vive entre las piedras de la ría del Odiel, la misma por la que, hace veintiún siglos, llegaron los romanos a Huelva, (restos arqueológicos en Parque Moret) El gato es el animal que los egipcios adoraron como divino, y los romanos veneraron como un símbolo de la libertad.
Con esa libertad estaba, ayer, sentado el gato “romano” en el suelo del Paseo. Lo hacia con elegancia, solo, libre y misterioso.
Para terminar, me pregunto: ¿Qué le habrá pasado por la mente para irse a vivir al paraíso de la ría del Odiel, frente al “Palacio de los Atardeceres, en las mismas puertas del cielo? ¡BUENOS DÍAS!