"En Huelva tenía que ser..."

por Pedro Rodríguez

Rodri

Pedro Rodríguez González

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El fin de semana pasado falleció Manuel Marín Delgado, a los 86 años de edad, cuando se encontraba pasando el verano en Punta Umbria. ¿Quién es este hombre para traerlo hoy al BD?.

Fue un personaje esencial en la historia cultural de Huelva en los años sesenta y setenta: profesor, escritor, conferenciante, pregonero, organizador de múltiples acontecimientos sociales y culturales como la Vendimia de la Palma del Condado o actos vinculados al hecho colombino.

En los años ochenta, tras casarse con Mari Paz, sobrina del entonces Obispo de Huelva, García Lahiguera, trasladó a Madrid su residencia, donde ha vivido como “embajador” de Huelva, llevando siempre la bandera onubense en su mente y en su corazón.

Su distancia profesional la acortó los veranos en Punta Umbria, donde vivió en una casa en primera linea.

Por ello, tenía que ser en Huelva (su tierra natal) donde dijera su adiós a la vida, a pesar de que, cuando en Julio lo saludé en la calle Ancha (silla de ruedas), parecía que la vida le decía: “aún soy tuya”, aunque él y su familia supieran muy bien que “ya no era...”.

Tanto así que unos días después se nos ha ido para siempre con las estrellas, y ya hace propaganda de Dios allá en el cielo.

“MARI PAZ, ¡AYÚDAME!”

Ya no veremos más al entrañable y genial Manolo Marín, caminando a paso lento por la orilla de la playa de Punta, vestido de blanco, con su sombrero y su original bastón.

Era la imagen genuina de un hombre diferente, impoluto, atrevido, creativo, innovador, detallista, delicado, brillante, esencial...

Este verano, Manolo no ha podido pisar la arena, ni bañarse en el mar, y ha tenido que conformarse con estar sentado en su terraza contemplando los atardeceres, como preludio de su entrada por las “puertas del cielo”, caminando por las olas del mar que tanto amaba.

Ayer, por la tarde, fuimos a acompañar a su mujer, Maria de la Paz, una persona excepcional, que lo ha querido, mimado, cuidado, especialmente durante los últimos diez años de enfermedad.

Al despedirnos desde la terraza, tras hora y media recordando la vida y y obra del irrepetible Manolo Marín, las lagrimas de Maria de la Paz bañaban el rostro de una mujer extraordinaria.

Estoy convencido de que al entrar en la casa echaría un vistazo por la habitación, en la que ya no estaba..., y que esta noche habrá seguido “escuchando” a Manolo llamarla: “Maria: no puedo más, “¡Ayúdame...!. “BUENOS DÍAS”.

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