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El lunes de la semana pasada tuve la suerte de asistir a la entrega de los premios “Marismas”, en su 19 edición, concedidos por el Ayuntamiento de Huelva a personas o entidades destacadas en la lucha por la igualdad de la mujer.
Dos días antes, había recibido una llamada de teléfono para decirme: “Pedro, me han otorgado el premio “Marisma” de este año…”
¡Qué bueno!, ¡qué alegría!, ¡te lo mereces…!” - exclamé tres veces con mucho énfasis-.
Ella siguió hablando: “Si puedes, me gustaría mucho que me acompañaras esa tarde, pues a ti te debo parte del premio…”
De esta manera, Juani Carrillo, creadora de la primera concejalía de la mujer, en la historia del Ayuntamiento de Huelva, me estaba diciendo, más o menos: “Pedro, en las marismas te espero”.
La invitación la tomé como la orden de una compañera de equipo, de una mujer valiente que ha dedicado la mejor época de su vida a trabajar, luchar y soñar numerosas iniciativas en favor de la igualdad de la mujer.
Una de ellas, fue la creación del “Premio Marisma”, el mismo galardón que, con gran elegancia política, le han otorgado a ella.
También fue reconocida y premiada, Gabriela de la Fuente, igualmente destacada en la defensa de los derechos de la mujer, como primera alcaldesa de Riotinto y primera directora del Centro de la Mujer.
Las dos agradecieron los reconocimientos a su biografía en defensa de la mujer, con sinceras palabras, llenas de emotividad.
Entre premio y premio, en el patio había otra mujer de raza y arte, Angela Vargas, que interpretaba canciones alusivas al acto.
La cantante, embarazada de ocho meses, rompió a llorar y perdió la voz al cantar el siguiente fandango: “Escapé. Me hiciste daño aquel día /Y de tus manos me escapé /Y era tan grande la herida /Que nunca más volveré /A perdonarte la vida”.
Yo estaba cerca de ella y pude escuchar los latidos de su corazón, convertido en la sede y la fuente de su sensibilidad afectiva y sentimientos.
¿Qué te ha pasado, Angela? -le pregunté después-. “No sé, Pedro. Es la primera vez que me pasa una cosa así…
Al salir del Ayuntamiento, el sol comenzaba a bajar deprisa buscando su lecho habitual en las Marismas del Odiel.
Había terminado una y empezaba otra fiesta de luz, color y de amor en un enclave privilegiado de la naturaleza, enfrente de la ciudad y cerca del mar.
¡Pedro, en las marismas te espero!
“BUENOS DÍAS”