OPINIÓN

Ad líbitum, con Javier Pereda | 10 OCT 2024 |

Hoy: "antisemitismo"

Redacción COPE Jaén

Jaén - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

      
      
             
      

Acaba de cumplirse el primer aniversario del 7-O. Los 1.400 asesinatos de jóvenes judíos indefensos, con premeditación, alevosía y ensañamiento, por las milicias terroristas de Hamás, causó conmoción al mundo entero. La opinión pública se presenta dividida para enjuiciar esta escalada bélica en Oriente Próximo. Israel se enfrenta, de momento, contra siete Estados: los terroristas de Hamás en la Franja de Gaza, los terroristas de Hezbolá en el Líbano, los hutíes en Yemen, Siria, Cisjordania, Irak e Irán. La República islámica teocrática iraní lidera y abastece de armamento a los “proxies” (intermediarios) terroristas, con el firme objetivo de destruir a Israel. Estados Unidos se ha alineado con la única democracia del Oriente Medio, región geoestratégica para Occidente; China y Rusia apoyarán posiblemente al régimen chií del ayatolá Alí Jamenei. Hemos seguido de cerca la evolución de la guerra en Gaza y más recientemente en Líbano, con la eliminación de los mandos militares y más de 42.000 muertes. Se critica a Israel por la falta de proporcionalidad en el uso de la legítima defensa, que ha costado la vida de multitud de niños e inocentes. Las milicias terroristas de Hamás y Hezbolá han construido sus arsenales de armas, defensas y refugios bajo hospitales y escuelas, en medio de la ciudad, para disuadir, victimizándose, de los ataques israelíes, con túneles que superan los 700 km. Israel ha repelido miles de misiles gracias a la “cúpula de hierro”. Para analizar si la guerra preventiva que está desarrollando Israel es justa, hay que considerar todos estos datos objetivos, más allá de planteamientos ideológicos. La desproporcionada bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, hizo que la Segunda Guerra Mundial concluyera. Con la bomba de plutonio y uranio, los estadounidenses evitaron reeditar la sangrienta batalla de Okinawa, y eludieron miles de muertes, tras el ataque japonés a Pearl Harbor. La Administración Biden ha exhortado al Gobierno de Netanyahu a preservar a la población civil del conflicto. El Gobierno español ha adoptado una posición antisemita, a favor de Hamás, contraria a la mayoría de los miembros de la UE, en sintonía con el narcobolivarianismo con Zapatero como maestro de ceremonias. Aparte de los “Acuerdos de Abraham”, entre Israel y Emiratos Árabes, la paz resulta una quimera, ante la Guerra Santa de los mulás, que mantienen el conflicto. Tampoco el derecho internacional ha logrado evitar los males que genera toda guerra, porque, aunque sea una sola vida, cualquiera es sagrada desde la concepción hasta su muerte natural. Algunos se permiten tergiversar las palabras de Jesús cuando se acercó y lloró por Jerusalén: “¡Si conocieras también tú en este día lo que lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos” (Lc 19,41-42). Un reproche profético del Señor, momentos antes de su Pasión, anunciando la destrucción del Templo y de la Ciudad Santa, por las legiones romanas bajo el mandato del emperador Tito en el año 70. Ciertamente, el pueblo judío condenó a muerte al Príncipe de la paz, junto con el procurador romano Poncio Pilato, pero allí también estaban representados todos los hombres, a quienes Jesucristo redimió de sus pecados. Entonces, como ahora, no podemos culpar al pueblo judío o al pueblo persa, a Jerusalén o a Teherán, porque en este conflicto complejo todos tienen su parte de responsabilidad. La causa de la guerra radica en el odio, en el deseo de venganza, en la envidia que llevó a Caín matar a Abel; en definitiva, en la soberbia de imponer el criterio, en las estructuras de pecado. Las guerras regionales o globales tienen su origen en el corazón del hombre, en la epidemia del divorcio como expresión de la destrucción de la familia, en los desencuentros personales. La hipocresía humana se escandaliza con la mota en el ojo ajeno, pero ignora la viga del propio. Se denuncia los genocidios que interesan. Porque la “Shoah” y el exterminio anual de 73 millones de personas inocentes e indefensas, constituye la guerra más injusta e inhumana que casi todas las legislaciones mundiales otorgan carta de naturaleza, convirtiendo el seno materno en un Auschwitz. El derecho a la vida, la de todos, no se puede banalizar ni dejar al albur de intereses ideológicos, insolidarios o de poder. Por eso, se hace preciso señalar el derecho fundamental de cualquier civilización y país: “¡Am Israel Jai!” (El pueblo judío vive).