Carta Pastoral del Obispo de Jaén
Don Amadeo insta a renovar el compromiso con la evangelización
Queridos diocesanos: Al llegar entre vosotros, en las fechas que ya conocéis, me encontré que en una Iglesia en marcha, como es la de Jaén, ya había que estar pensando no sólo en qué hemos hecho, en la evaluación, sino también en qué haríamos en el próximo curso. Enseguida, por tanto, me encontré sobre mi mesa de trabajo una propuesta de Plan pastoral para el curso que ya ha llegado. Una vez leída y valorada, he de decir que la consideré oportuna y sugerente, y ahora que la he trabajado más a fondo, la considero también, como indicaré en esta reflexión a modo de carta pastoral, un excelente punto de partida, quizás incluso para un estilo sinodal de trabajo diocesano en corresponsabilidad...(sigue)
Madrid - Publicado el - Actualizado
37 min lectura
ALGUNOS ACENTOS PARA EL PLAN PASTORAL Un Plan pastoral inspirado en el de la CEE Como se puede comprobar, la propuesta de Plan pastoral para el curso que comenzamos está inspirada en el Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española, que lleva por título “Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo”. Por su parte, el de la Conferencia se inspira en la Exhortación Apostólica del Papa Francisco “Evangelii Gaudium”. En efecto, su reflexión inicial está enriquecida en el estilo pastoral de este documento, y así lo refleja tanto en su lectura de la realidad como en la inspiración pastoral de su programa, al querer situar a la Iglesia en España “en estado permanente de misión”. También tiene nuestro Plan pastoral una profunda sintonía con el Año Jubilar de la Misericordia. Nos invita a tomar conciencia de que el misterio de la Misericordia Divina hace más fuerte y eficaz el testimonio evangelizador. “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”. En efecto, o somos testigos de la misericordia o no prestamos al mundo en que vivimos el servicio que necesita. Con estas referencias os invito sumaros al sueño del Papa Francisco que nos anima a ilusionarnos con una “transformación misionera” de nuestras personas y de nuestras comunidades parroquiales. Entiendo que en este año pastoral podemos dar el primer paso en el camino hacia el sueño misionero de llegar a todos (cf. EG 31). Lo vamos a hacer apoyados en este Plan Pastoral, que nos sitúa en este objetivo: “Poner en estado de misión permanente a la Iglesia Diocesana, y animar a las comunidades y a los evangelizadores para que “con sus vidas irradien la alegría de Cristo que ellos han recibido”. Es verdad que ninguno de nosotros niega que la Iglesia de Jesucristo es desde sus orígenes una Iglesia misionera, y que evangelizar constituye su dicha y su vocación, su identidad más profunda, que existe para evangelizar (cf. EN 13). Pero hemos de reconocer que esta convicción no siempre llega a lo más profundo de nuestros corazones pastorales o, si llega, se debilita con frecuencia. A veces nos paralizan ciertas resistencias que nos impiden dar ese salto de calidad apostólica que necesita la evangelización. Quizás sea por eso que de vez en cuando se haga necesario que nos abramos al sueño de lo nuevo, de una “nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría” (EG 3). Hagamos un acto de consagración misionera Para eso os propongo de entrada que confesemos juntos, como en una especie de acto de consagración misionera, lo que dice el Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española, en el que nosotros, como acabo de decir, nos hemos inspirado: “Deseamos aprender a vivir como una Iglesia «en salida», que sale realmente de sí misma para ir al encuentro de los que se fueron o de los que nunca han venido y mostrarles el Dios misericordioso revelado en Jesucristo. «La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera».” El sueño misionero no será posible, sin embargo, si no entramos todos juntos en una profunda conversión pastoral. Cuando digo todos me refiero a toda la comunidad cristiana, que se ha de reconocer como “comunidad de discípulos misioneros”. El sentido comunitario es tan importante y necesario para la evangelización, que el Papa Francisco nos ruega: ¡“No dejemos que nos roben la comunidad”! Pues también yo os lo digo y de ese modo reitero el primer olor del perfume que, como dije en mi homilía de entrada en la Diócesis, quería para mi ministerio episcopal. “Contad conmigo para cultivar una espiritualidad de comunión, siempre naturalmente en tensión misionera (cf. PDV 12). Para ser una Iglesia misionera en salida hemos de cultivar el buen olor de la unidad entre todos nosotros: hemos de tener un solo corazón y una sola alma”. Quizás sea por eso que, con una lógica aplastante, se nos recuerda lo que nosotros constatamos cuando no cultivamos en nuestros ambientes la unidad fraterna y pastoral: “La mayor de las crisis que podemos padecer es la que nos lleve a empobrecer “el compromiso comunitario” (cf. EG 50-109). La renovación personal y comunitaria es la clave para que podamos “ser misión” (EG 273) y hacer misión entre nosotros. La sinodalidad como método de vida y acción Es verdad que siempre son posibles los problemas en la organización y en la acción eclesial, como, por ejemplo, la descoordinación pastoral; la multiplicación de propuestas que en muchas ocasiones tienden a dispersar esfuerzos y recursos; la tendencia a privilegiar lo particular e inmediato en detrimento de una pastoral de conjunto y de continuidad, pensada a largo plazo; la resistencia a salir de la rutina establecida y a emprender una presencia pastoral más claramente evangelizadora; el exceso de improvisación y el déficit de planificación en ciertas acciones pastorales; las lagunas de formación en los diversos agentes de pastoral; una conciencia comunitaria y vocacional de la vida y de la propuesta cristiana no adecuadamente consolidada. Ante esas situaciones es absolutamente necesario que adoptemos, como primer paso para la conversión pastoral a la que queremos comprometernos, “la sinodalidad”, como método de vida y de acción, que por otra parte es lo que caracteriza la vida de la Iglesia. Para evitar los males que provienen de ir cada uno por nuestra cuenta, la sinodalidad ha de ser, por tanto, el factor estructurante que la Iglesia de Jaén está llamada a asumir en las tareas que hemos de realizar unidos todos los bautizados. Como nos recuerdan nuestros obispos en el Plan Pastoral de la CEE, es indispensable la sinodalidad para la cooperación de los fieles laicos que participan activamente en la vida de la Iglesia, en la oración y en la misión, y aceptan con diligencia y generosidad las tareas que les corresponden en la actividad multiforme de la comunidad cristiana; por supuesto, lo es para la colaboración indispensable de los sacerdotes diocesanos que trabajan con abnegación y generosidad en el servicio del Pueblo de Dios; del mismo modo, la sinodalidad ha de ser el estilo que marque la presencia de numerosas comunidades de vida consagrada que tienen presencia y servicios en nuestra diócesis. La santidad en el trasfondo de toda reforma pastoral Junto a este primer acento de la sinodalidad, también el segundo olor de mi homilía, “el buen olor de Cristo” os lo propongo como punto de partida para un buen desarrollo de nuestro Plan pastoral. “Me propongo transitar con vosotros por la senda del “buen olor de Cristo, de la santidad, para un fuerte impulso evangelizador de nuestra diócesis de Jaén”. Ningún paso seguro podríamos dar en nuestra renovación pastoral si no situamos la santidad como la clave de fondo de todo el recorrido de conversión pastoral que este año vamos a iniciar. La evangelización en nuestras comunidades parroquiales sólo será posible si todos en ellas profundizan en su fe y renuevan espiritualmente su vida. La llamada a la Santidad, como vocación específica de cada persona está en el trasfondo de todo lo que haremos de cara a una profunda reforma pastoral. Sin reforma espiritual no puede haber auténtica reforma pastoral. Es por eso que San Juan Pablo II, al invitarnos a entrar en una época misionera el comienzo del tercer milenio, nos decía: “No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! […] No dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad” (NMI 29-30). “No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar” (NMI 29). Os hago este reclamo a la santidad invitándoos a fiaros de la fuerza creadora del Espíritu y pidiéndoos que os situéis en el testimonio de santidad de todos los santos y santas que han dejado su huella en nuestra diócesis, desde San Eufrasio. De un modo especial evoco con vosotros el testimonio de los santos del siglo XX: Pedro Poveda, Manuel Lozano, Manuel Basulto, Manuel Aranda y otros mártires, salidos de la vida sacerdotal, consagrada y laical. Estoy convencido de que al mirar hacia nuestra realidad social y pastoral encontraremos los frutos de lo que ellos sembraron, y que no me cabe ninguna duda han creado una cultura humana con sello cristiano entre nosotros. Es justo también que nos enriquezcamos del estímulo de tantos hijos e hijas de la Iglesia de Jaén que en nuestro tiempo siguen dando ejemplo de dedicación al Evangelio. En la era de la autenticidad: vida interior Hoy más que nunca es necesaria la santidad. El mundo en el que vivimos y al que a lo largo de este año vamos a contemplar con una mirada compasiva, está pidiendo de un modo especial nuestra autenticidad. Hay quien llama a nuestra época la “era de la autenticidad”; y se dice, no sin razón, que sólo con nuestra vida cristiana coherente podremos mostrar la belleza del Evangelio. En efecto, la “salida misionera” no responde a ninguna “estrategia” ni a ningún sentimiento de superioridad, la salida misionera es el fruto de nuestra vida interior, de nuestra fe: “Creí, y por eso hablé” (2 Cor 4,13). “El mundo de hoy necesita personas que hablen a Dios para poder hablar de Dios” (Benedicto XVI, discurso a los nuevos evangelizadores). En realidad nuestro ser cristianos discípulos misioneros se decide en la relación personal con Dios. Sólo avanzaremos por el camino de la renovación espiritual y pastoral en la medida que vivamos de un modo consciente y testimonial en Cristo. Sólo el mirar juntos hacia Cristo y hacia el Evangelio puede dilatar nuestra mirada para que podamos vislumbrar el amplio horizonte de la evangelización y el futuro de la Iglesia en medio de este mundo en cambio que con tanta intensidad nos interpela a todos. “Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que iluminados en la mente y en el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, esa que no tiene fin” (Pf 15). En realidad el verdadero significado de salida “salida” es un giro nuevo y radical hacia Jesucristo (cf. Por una Iglesia en salida con el Papa Francisco, George Augustin, Ed. Sal Terrae, p. 47). El testimonio de vida de los cristianos ocupa, por tanto, un lugar prioritario en la misión: sólo los cristianos evangelizados están habilitados para la transmisión de la fe a otros. Todo el que mira a las comunidades cristianas ha de descubrir en ellas el amor de Dios: en la alegría de vivir, en la esperanza, en la misericordia, en la ternura, en la fraternidad, en el compromiso, en el amor activo al prójimo, en la amistad, en la paciencia (cf. Ga 5,22-23). La evangelización se hace de rodillas Es necesario cultivar la vida interior por parte de todos los agentes de pastoral: sacerdotes, religiosos y laicos. Todos hemos de entrar en una dinámica espiritual que nos lleve a ser discípulos misioneros. Como el Papa Francisco les decía a los seminaristas (7 de julio de 2013): “Óiganlo bien: la evangelización se hace de rodillas. Sean siempre hombres y mujeres de oración”. Lo que cuenta en la evangelización es estar imbuidos del amor de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo, e injertar la propia vida en el árbol de la vida, que es la cruz del Señor. No lo olvidemos: reforma y santidad siempre van de la mano. Por tanto, hemos de renovar entre nosotros una viva percepción del necesario testimonio de la santidad de los cristianos, como contribución necesaria para la renovación pastoral de nuestras comunidades parroquiales. Sólo una Iglesia en estado de conversión, en constante movimiento de retorno al Señor, puede acoger a hombres y mujeres que, tocados por el Evangelio, respondan con su acogida o su vuelta a la fe. Es en sí misma como la Iglesia ha de mostrar la verdad y la salvación. Si no lo hace, y permanece en criterios y formas de vida mundanas, será incapaz de mostrar la fuerza del Evangelio. Es más, si no lo hace se convertirá en un obstáculo para la evangelización misma. Haremos nuestra renovación pastoral conscientes de que necesitamos ser testigos si queremos ser buenos maestros (EN 40). La evangelización se hace entre la gente, entre los pobres Un acento importante y necesario de la renovación pastoral en clave misionera es el social. En realidad la evangelización se desfigura si no tiene un claro acento social. Así lo ha vivido siempre la Iglesia desde sus orígenes, así lo ha mostrado con innumerables gestos a lo largo de toda su historia, así lo desarrolla su magisterio social y así lo hace hoy en su acción social. Por tanto, en nuestro análisis de la realidad social y pastoral que todos vamos a hacer, no podemos dejar de mirar hacia los problemas personales, familiares y sociales, que sabemos que los hay en cada uno de nuestros pueblos y ciudades. ¿Cómo, si no, vamos a oler a la gente, si no estamos percibiendo el olor de la situación concreta de cada uno: de su dolor, de su problema, de su necesidad? Con esta pregunta os recuerdo el tercer olor que elegí para mi ministerio: “Rezad por mí, para que mi ministerio episcopal tenga el olor de los hombres y mujeres de esta tierra, el de los andaluces de Jaén, y os sepa contemplar con la mirada de Jesucristo, el Santo Rostro misericordioso del Padre, el que se conserva como un maravilloso tesoro espiritual en esta Santa Iglesia Catedral”. Hemos de analizar los problemas en cada uno de los sectores sociales: niños, empezando por los concebidos no nacidos, matrimonios en su diversidad de situaciones, familias, mujeres, trabajo, mayores… Y no dejemos de mirar hacia los más pobres, y en especial hacia las personas que viven en las zonas más marginales de nuestros pueblos y ciudades. Por supuesto, hemos de conocer los problemas del mundo rural, que es nuestro mayor capital social, pero que también ha de ser nuestra mayor preocupación. Seamos especialmente minuciosos y concretos a la hora de conocer las necesidades de nuestros hermanos. No nos olvidemos de que todos ellos los encarnan seres humanos No tengamos nunca miedo a mirar hacia los asuntos sociales; si a algo tenemos que temer es a ignorar lo que le afecta a los hombres y mujeres a los que estamos llamados a evangelizar. Y si insisto en esto es porque hemos de reconocer con humildad y verdad que no siempre lo hacemos. “¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el asombro, la cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad y la justicia! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40)” (EG 179). HAGAMOS JUNTOS UNA MIRADA COMPASIVA A NUESTRO MUNDO Mirada a la realidad en la que evangelizamos Esta mirada a la realidad hemos de hacerla, porque no podemos evangelizar sin antes conocer a fondo el campo de la siembra del Evangelio. El envío misionero siempre tiene un destino. Es verdad que este es el mundo entero, pero un mundo con sus condiciones y circunstancias, esas a las que los evangelizadores somos enviados y en las que nos adentramos en el ejercicio de nuestra misión. Con nosotros el Evangelio se hace itinerante en el espacio y en el tiempo. Con nosotros el Evangelio encarna actitudes, lenguaje, estilo, el que sea necesario y oportuno en el tiempo presente, para la evangelización de una Iglesia “en salida”. Es por eso que para evangelizar es necesaria una doble fidelidad a Dios y al hombre. “La misión es una pasión por Jesús, pero al mismo tiempo una pasión por su pueblo” (EG 268) De hecho el Papa Francisco nos recuerda que “el amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios” (EG 272). Entremos, pues, en ese mundo en el que hoy evangelizamos. Ese es el reto que nos plantea nuestro Plan pastoral. Os propongo que os inspiréis en el análisis básico que ha hecho la Conferencia Episcopal, y que nosotros hemos de profundizar; pero hagamos el esfuerzo de situarnos en cada zona, ambiente, lugar de nuestra geografía social, cultural y espiritual diocesana. Ninguna persona, ninguna situación ha de ser excluida, a todos los hemos de ver como destinatarios del anuncio del Evangelio. Os ruego que al mirar nunca excluyáis a nadie y menos a los más lejanos social y religiosamente. Hay que ir a todos, aun a los que nos pudiera parecer que están cerrados a recibir el amor de Dios por su forma de vida. Con esperanza y “sentido del misterio” hemos de mirar hacia todos. Una mirada desde Jaén a nuestro mundo Como punto de partida insisto en el recojo el elenco de valoraciones que aparecen en el documento que nos inspira: Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo, plan pastoral 2016-2020, de la Conferencia Episcopal Española. En nuestro pueblo, generalmente, se da poca valoración social de lo religioso. La mentalidad de hoy es pragmática («se vive al día») y mundana («vivimos como si Dios no existiera»). Exaltación de la libertad individual y del bienestar material, que lleva a una cultura materialista en la que el programa ético y vital de las personas se reduce a tres convicciones: soy libre, tengo derecho a ser feliz y es conveniente respetar la libertad y felicidad de los demás. Predominio de una cultura secularista, olvidando que somos peregrinos en este mundo y que caminamos hacia la vida eterna. Del subjetivismo al relativismo. Lo religioso se quiere encerrar en el ámbito de lo privado («de la conciencia individual y de la sacristía») sin tener relevancia en la vida social y pública. El materialismo conduce a la dictadura del subjetivismo y al campo del relativismo, de los que tan acertadamente ha hablado el papa Benedicto XVI. Una cultura del «todo vale», a conveniencia de la propia voluntad y de los propios sentimientos y deseos. Sin normas morales objetivas. Como si no existiera la ley natural ni la ley divina sino solo la «ley positiva» o ley pactada entre particulares o entre quienes ostentan el poder. Olvido de los más pobres, porque cuando se organiza la vida y la sociedad sin Dios, se vuelve contra el hombre y, en especial, contra los más necesitados. Es la cultura del «descarte y de los sobrantes» de la que habla el papa Francisco. En estas valoraciones no olvidamos la responsabilidad de los cristianos, sobre todo por nuestro pobre testimonio de un modo alternativo de vivir y sentir. En realidad, entre nosotros se manifiestan las mismas carencias y lagunas que vemos en otros. Todo hemos de mirarlo con una profunda confianza en la fidelidad de Dios y en su amor misericordioso, que es lo que de verdad nos hace conscientes de que hay sólidas y profundas razones para la esperanza. Él es nuestra fuerza, «hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20) Seguramente al valorar la realidad nos centraremos en lo que nos preocupa, sobre todo en lo que supone un claro contraste con los valores evangélicos que la Iglesia propone. Pero os ruego que, al ponderar esas situaciones ante la fe y los valores cristianos, no olvidemos que las encarnan personas y que, como siempre sucede, en todas hay luces y sombras; y sobre todo no nos olvidemos de que cuantos viven, piensan y sienten de ese modo son víctimas a las que hemos de acompañar y sanar; todas están en las periferias geográficas y existenciales a las que hemos de acercarnos para evangelizar. También nosotros estamos en el punto de mira Los cristianos somos conscientes de que los alejados en lo religioso no lo son en la vida diaria; se trata de hombres y mujeres con los que convivimos en nuestros ambientes habituales, muchos de ellos, además, han salido de la vida de la Iglesia, pues son hijos de familias cristianas, educados muchos en ámbitos católicos. En razón de esta historia y de ese roce diario con ellos, es necesario que aprendamos a mirarlos con ojos misioneros y de servicio; es decir, con una mirada que se alimente en el amor misericordioso de Dios Nuestro Padre común, y que tenga en el corazón y en la retina la imagen y la vida de Jesús y, por tanto, que observe la realidad como quiere hacerlo la Iglesia, para la que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias del mundo” (GS 1) son también las suyas. Por eso, al igual que Jesús, nuestras parroquias han de aprender a mirar hacia cuantos andan por otras rutas, por muy lejanas que estén de las nuestras. En efecto, a la hora de analizar la situación hemos de tener en cuenta que es el “lugar teológico” en el que el Señor se nos manifiesta; pues es en el contexto social donde se muestran los signos de los tiempos. Hemos de reconocer todas las situaciones, aprendiendo de Jesús a distinguir el campo de la siembra (cf. Mt 13,3-9). Para que nuestra mirada sea cercana, hemos de estar entre la gente. “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura” (EG 270). Con el mirar misericordioso y paterno de Dios Nuestra mirada a este mundo en cambio, a este cambio de época (EG 52), la haremos con el mirar misericordioso y paterno de Dios. “Y vio Dios que era bueno” (cf. Gn 1,36). Estas palabras primordiales de la creación no caducan para quienes creemos en Cristo. También hoy Dios sigue mirando nuestro mundo de este modo. Eso hace que en nuestro modo de mirar no pueda haber pesimismo o fatalismo, sino de una profunda esperanza. Para eso es necesario tener siempre en cuenta la primacía de la presencia de Dios en la observación del mundo. Él también en esas situaciones nos precede en el corazón de aquellos que quizás le ignoren y le rechacen. La primacía de la gracia ha de alimentar la mirada de la Iglesia hacia el mundo. La Iglesia no se confunde con el mundo, pero no se separa de él. No se sitúa tampoco como observadora externa o crítica del mundo, sino como una comunidad que sabe participar con él de sus luces y sombras. Es por eso necesario que los cristianos jienenses nos situemos en actitud de escucha de una realidad que nos envuelve y de la que formamos parte; que estemos muy atentos a la realidad en la que vivimos. Mirándola desde la fe, seguro que escucharemos los ecos de Dios también en este tiempo y veremos notables señales de esperanza. Mirar al mundo con espíritu profético No obstante, también hemos de mirar al mundo con espíritu profético para hacer oír nuestra voz, cuando sea necesario, en aquellas circunstancias en las que el plan de Dios y la dignidad humana son puestas en causa. Porque es evidente que en el hoy del mundo hay muchas señales de alerta, hay cizaña entre el trigo (cf. Mt 13,24-30). Es necesario reconocer que nuestra sociedad está “bajo el paraguas ambiental de una fuerte secularización”. Pero miremos a esa situación como un signo de los tiempos que nos lleva a evangelizar. La relevancia de la fe se hace más patente cuando nos tomamos en serio el fenómeno de la secularización. Desde esta doble mirada, tanto de lo positivo del mundo como de lo que no camina según el plan de Dios, hemos de llegar a la convicción de que “los desafíos están para superarlos”. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia, la entrega esperanzada. Contamos con el amor y el poder de Jesucristo, empeñado en la salvación del mundo. Nuestra alegría y nuestra esperanza arraigan en la alegría de Jesús y en la firme esperanza de su venida. Él nos ha asegurado: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20)”. Por eso nuestro discernimiento ha de ser siempre evangélico. MIRADA A NUESTRA REALIDAD PASTORAL PARA UNA CONVERSIÓN MISIONERA Hagamos un ejercicio de sinceridad y verdad También nuestro Plan pastoral nos invita a mirar hacia nuestra realidad eclesial con ojos y corazón de “conversión pastoral y misionera” (EG 25). Iluminados por el Espíritu miremos hacia nuestras personas, pero también hacia nuestras prácticas y estructuras, hacia nuestras formas de presencia y nuestro lenguaje, hacia nuestros límites y potencialidades. Sólo así podremos abrirnos a caminos nuevos. A lo largo de este año pastoral miraremos hacia lo que somos y hacemos buscando entre todos lo que quiere el Señor de nosotros, siempre con ilusión, que es el impulso necesario para la esperanza. Lo haremos también con un ejercicio de verdad y sinceridad como “comunidad de discípulos que quieren encontrar un horizonte para la misión (cf. EG 21.24). Y no nos olvidemos de que es el Espíritu el que nos empuje a la audacia y la osadía sin las que hoy no es posible situarse coherentemente en la misión de la Iglesia. Seamos dóciles a su luz. Recogemos de este modo el reto del Papa Francisco: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple administración. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un «estado permanente de misión» (EG 25). En el escenario de la parroquia Aunque esta reflexión a la que invita nuestro Plan Pastoral es para todos y, por tanto, están llamados a ella los movimientos, las comunidades, los grupos, etc., de un modo especial hay que situarla en la parroquia. “La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización (EG 28). En realidad la parroquia es “comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero” (EG 28). Si se recomienda este análisis es para e poner en valor nuestras parroquias, para comprobar una vez más que no es una “estructura caduca” sino que es el ámbito comunitario esencial en el que la Iglesia actúa como “madre fecunda” de todos sus hijos. La parroquia es el ámbito más adecuado para la evangelización, sobre todo en las distancias cortas, de persona a persona, es decir, para una pastoral de “proximidad”, porque “la parroquia pone la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario” (EG 169). Es en el territorio de la parroquia donde salimos a todos sin excepción, y a todos los escenarios, sabiendo arriesgar, apostar. En la parroquia cada cristiano comparte con los demás el fervor y el dinamismo misionero; y cada parroquia lo comparte con las otras parroquias de la Iglesia diocesana, y juntas aúnan esfuerzos. “Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral” (EG 33). No partimos de cero: es mucha la entrega y vitalidad con la que contamos Como sabéis muy bien, y eso ya lo estoy experimentando, no partimos de cero: es mucha a entrega y la vitalidad de los sacerdotes y diáconos en su ministerio; los religiosos y religiosas hacen evidentes sus carismas y servicios entre nosotros, bien articulados en la realidad eclesial; entre los cristianos laicos se puede observar patentemente la profundidad de su vida espiritual, de su compromiso eclesial, de su vivencia de la caridad y de su testimonio de fe en medio del mundo. Conscientes de esta riqueza, miremos la vida de nuestras comunidades, pensando siempre en lo que en el futuro buscaremos juntos: encontrar para nuestra Diócesis de Jaén un modelo de “Iglesia en salida”. Este horizonte pastoral, ha de estar en el trasfondo de nuestro análisis. Para que no lo perdamos de vista, os invito a tener presente en la reflexión sobre nuestra acción pastoral el estilo de un cristiano discípulo misionero y de una pastora evangelizadora que el Papa Francisco propone en Evangelii Gaudium 24: Proactivo y, por tanto, que asume la osadía de tomar la iniciativa (primerear), Comprometido y próximo a nuestra realidad (involucrarse), Acogedor y disponible a hacer el camino con todos (acompañar), Paciente para recoger los frutos de su acción en el tiempo oportuno (fructificar), Capaz de celebrar los pequeños y los grandes pasos de la vida (festejar). En este modo de ser y de estar que nos recuerda el Papa hemos de inspirarnos en el discernimiento que se nos llama a hacer de nuestra acción pastoral. Estoy convencido de que este estilo misionero nos purificará de los tópicos con los que a veces resistimos a los cambios que necesitamos para pasar de una pastoral de conservación a “una Iglesia en estado permanente de misión (EG 25). El dicho habitual de nuestros ambientes de que “eso ya os hemos hecho” o “siempre se ha hecho así”, deberíamos de desterrarlo de nuestra visión de la pastoral parroquial. Tenemos que desconectar de una vez por todas el “freno de mano” que da la impresión que nos impide caminar como Iglesia misionera con más ganas e ilusión. El corazón de Dios, origen y fuente de la evangelización Para eso conviene que nunca olvidemos dónde está el origen y la fuente del movimiento evangelizador que queremos adoptar en la programación y en la acción pastoral. “La Iglesia no comienza con nuestro «hacer», sino con el «hacer» y el «hablar» de Dios. La primera palabra, la iniciativa auténtica, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también nosotros llegar a ser —con Él y en Él— evangelizadores. (Benedicto XVI, Meditación en la primera congregación General de la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 2012) Esta iniciativa divina entra en la historia por la encarnación redentora de su Hijo Jesucristo. “Jesús es su Palabra, el Dios con nosotros, el Dios que nos muestra que nos ama, que sufre con nosotros hasta la muerte y resucita. Este es el Evangelio mismo. Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido, sino que se ha mostrado y esta es la salvación. (Benedicto XVI, Meditación en la primera congregación General de la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 2012). En Jesús, Dios está cercano, está presente: este es el mensaje central del Evangelio. Dios, en efecto, ha pronunciado su Palabra eterna en modo humano; su Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Este es el anuncio que a través de los siglos llega hasta nosotros: Dios se acerca a la humanidad en Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). En la corriente evangelizadora somos conscientes también de que la dirección le corresponde al Espíritu Santo: en él confiamos para reconocer los instrumentos, los tiempos y los espacios del anuncio que estamos llamados a emprender. “¿Quién es el verdadero motor de la evangelización en nuestra vida y en la Iglesia? Pablo VI escribía con claridad: "Es él, el Espíritu Santo que, hoy como al principio de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deje poseer y conducir por Él, que le sugiere las palabras que a solas no podría encontrar, disponiendo a la vez la preparación de la mente de quien escucha para que sea receptivo a la Buena Nueva y al Reino anunciado". Para evangelizar, pues, es necesario una vez más abrirse a la acción del Espíritu de Dios, sin temor a lo que nos pida y a dónde nos guíe. ¡Confiémonos a Él!” (Papa Francisco, Audiencia general, 22 de mayo de 2013). La Iglesia, y su misión evangelizadora, tiene su origen y fuente en la Santísima Trinidad, de acuerdo con el plan del Padre, la obra del Hijo, que culminó con su muerte y gloriosa resurrección, y la misión del Espíritu Santo. La Iglesia continúa esta misión de amor de Dios en nuestro mundo. Con una mirada unitaria e integral Desde estos criterios teológicos entremos entonces en una visión integral de lo que hacemos, teniendo en cuenta lo que tenemos y lo que nos falta. De momento lo hacemos sólo con el fin de situarnos en actitud de conversión espiritual y pastoral. Miraremos al actuar de la Iglesia situándolo en la misión de Cristo, en su triple dimensión sacerdotal, profética y real, promovida siempre en comunión. Por tanto lo haremos en torno a las funciones o mediaciones eclesiales al servicio del Reino de Dios: la koinonía o comunión y corresponsabilidad, el kerigma o anuncio de la Palabra, la liturgia o celebración del misterio cristiano y la diaconía o servicio de la caridad. Esta visión le dará unidad a nuestra mirada. Hagamos una reflexión sin límites, para un sueño misionero sin límites Para concluir esta reflexión que comparto con vosotros y que insisto en que os ofrezco para que inspire la reflexión que se propone en el Plan Pastoral, os invito a que la hagáis como un impulso que encauce el como “el sueño misionero de llegar a todos” (EG 31). No olvidemos nunca que el futuro de la Iglesia es misión, más misión, siempre misión. El futuro es vivir siempre la vocación de la Iglesia, la de evangelizar. Os pido que no le pongáis ningún límite a la reflexión que se os propone; os invito a ser atrevidos y creativos en el análisis. Tened en cuenta que para que sea posible una Iglesia en salida es necesario que seamos autocríticos con la situación de nuestra vida eclesial. Por mi parte, os prometo que lo que hagamos tendrá futuro: lo recogeremos todo para trabajar en los próximos años desde este discernimiento comunitario que vamos a hacer. A lo largo de este curso, haremos juntos, a través de nuestros cauces e instituciones de corresponsabilidad eclesial, una reflexión para concretar qué hacer y cómo hacerlo con el caudal de iniciativas que, no tengo ninguna duda, el Espíritu Santo va a suscitar desde nuestra reflexión diocesana. Aunque ya todos seguramente lo hemos leído e incluso citado muchas veces, no me resisto a evocar la osadía del sueño misionero del Papa Francisco, para que nos sirva de inspiración: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG 31). Que Santa María de la Cabeza, madre e inspiradora de nuestro sueño misionero nos conduzca en esta etapa de la vida de nuestra Diócesis de Jaén, la del Santo Reino, la que vive entre un “mar de olivos”. X Amadeo Rodríguez Magro Obispo de Jaén ESQUEMA PARA EVALUAR PROYECTOS PASTORALES BÁSICOS Como conclusión y apéndice Como conclusión y apéndice de esta carta ofrezco, como indiqué, una especie de proyecto pastoral básico que, a mi juicio, debería ser la base del que se haga en cualquier parroquia. Lo propongo como guía para el análisis de nuestra acción pastoral y de su renovación misionera. Lo presento en siete grandes bloques y de cada uno de ellos cuelgo un elenco de acciones que siempre han de estar presentes en el horizonte de la vida pastoral concreta de nuestras diócesis y parroquias. Estos bloques o líneas de acción son: 1. La oración para cultivar el encuentro con Jesucristo: La vida cristiana se caracteriza por una apertura constante a la acción del Espíritu Santo, que haga florecer la gracia y a vocación bautismal. En este sentido, las comunidades cristianas están llamadas a ser verdaderas escuelas de oración. La parroquia ha de: Animar la oración personal y comunitaria como momento privilegiado para la experiencia de Dios. Alentar la interioridad en la vida personal y en los ámbitos de la vida comunitaria y facilitar y ofrecer el acompañamiento espiritual. Cultivar el encuentro con la Palabra de Dios (Lectio Divina). Ofrecer talleres de oración y promover la formación de grupos de oración. Ofrecer tiempos y cuidar los espacios para la oración. Ofrecer retiros, ejercicios espirituales y otras experiencias de reflexión espiritual. Recomendar el rezo de la Liturgia de las Horas y hacerlo comunitariamente. Acompañar a los padres para que en el despertar religioso de los hijos les enseñen a orar y practicar la oración en los procesos catequéticos y formativos. Cuidar la preparación de los laicos para que animen los grupos de oración. Aconsejar la lectura de libros de espiritualidad. 2. La celebración de los Sacramentos para el cultivo de la experiencia personal y comunitaria de la fe. Vivir la liturgia como lugar de encuentro con Dios, de tal modo que eduque la interioridad, el silencio y proponga momentos que dispongan a la escucha del Señor. Para eso es necesaria la formación litúrgica, especialmente con una catequesis mistagógica que abra a la vivencia de los tiempos litúrgicos y ayude a la comprensión de los símbolos y ritos. Es necesario también que la liturgia tenga en cuenta las situaciones personales de cuantos participan en ella. La parroquia ha de: Animar la participación plena, consciente y activa en los sacramentos y en especial en el de la Eucaristía. Programar el Año Litúrgico como una experiencia espiritual y catequética. Cuidar la celebración del domingo como Día del Señor. Preparar la Eucaristía dominical en todas sus expresiones: celebración, homilía, lecturas, cantos, silencios, etc. Promover y formar los ministerios laicales en la liturgia. Preparar y cuidar la celebración de los Sacramentos de la iniciación cristiana. Ofrecer y facilitar el Sacramento de la Reconciliación. Procurar siempre que las diversas experiencias litúrgicas recojan la vida de la comunidad y sean fuente de servicio y de compromiso misionero. Promover la preparación de los laicos para la animación litúrgica. Cuidar los espacios litúrgicos para que sean dignos, decorosos y significativos y expresiones de la belleza de lo sagrado. Cuidar las diversas expresiones de la piedad popular. 3. La formación cristiana para el crecimiento y la consolidación de la fe. El primer anuncio y a iniciación constituyen los momentos fundamentales de la acción pastoral en clave de misión, por eso todo ha de tener aire de primer anuncio y un claro estilo de iniciación, con inspiración catecumenal. La parroquia ha de: Ofrecer procesos catequéticos de iniciación o reiniciación para una identidad cristiana madura a adultos, jóvenes y niños. Cultivar la preparación de los responsables de la acción pastoral en las diversas áreas y sectores: catequesis, pastoral juvenil, pastoral presacramental, animación litúrgica, acción caritativa y social, formación bíblica, pastoral familiar, etc. Promover la formación del laicado en todas sus dimensiones: bíblica, teológica, socio-política, etc. Especialmente colaborando con instancias supra parroquiales que en nuestra Diócesis son el Instituto de Ciencias Religiosas y la Escuela de Formación de Agentes. Cuidar la formación y el acompañamiento de los padres en los procesos catequéticos de sus hijos. Colaborar en la formación de los profesores de Religión de los Centros educativos. Ofrecer el catecumenado de adultos a los que piden el Bautismo. Proponer itinerarios catequéticos a los jóvenes y adultos que piden la reiniciación de su fe y de su vida cristiana. Coordinar la tarea de los profesores de Religión con la catequesis parroquial. Despertar el deseo de Dios y proponer el seguimiento de Jesucristo en la catequesis, especialmente en la de iniciación cristiana. 4. La vida comunitaria para compartir la experiencia cristiana y buscar en común las vías de servicio evangelizador. Hay que fomentar en las comunidades cristianas una pastoral de acogida. De un buen modo de acoger dependerá en gran medida la solidez y convicción de la pertenencia de cuantos se acercan a la Iglesia. La parroquia ha de: Crear el Consejo de pastoral parroquial y el Consejo de asuntos económicos. Cultivar la vocación personal de cada miembro de la comunidad e intensificar la promoción vocacional. Elaborar un proyecto pastoral en consonancia con el diocesano, que responda a las necesidades y posibilidades de la comunidad. Animar la participación corresponsable de todos en las plataformas de diálogo comunitario: consejos de pastoral asambleas parroquiales. Propiciar la formación de grupos en los que se comparta la misma vocación cristiana, bien sean de oración, reflexión, formación, etc. Propiciar un estilo pastoral de acogida y de encuentro. Abrirse a otras parroquias de su entorno para la ayuda y la colaboración mutua, y donde sea necesario a las Unidades Pastorales. Integrar en la vida de la comunidad a todas las asociaciones, Hermandades y Cofradías. Promover la aportación de los fieles a las necesidades de la Iglesia, desde una adecuada y transparente información de las necesidades y de la contabilidad. 5. La animación de la responsabilidad evangelizadora de todos para encontrar el talante, la estrategia y los cauces de diálogo en la pastoral de encuentro con los alejados. Es necesario cultivar en nuestras comunidades cristianas cultivar una cultura misionera y vocacional, especialmente creando espacios en los que se formen los cristianos como discípulos misioneros y en los que se haga discernimiento con criterios evangélicos de la vida cristiana. La parroquia ha de: Crear un equipo de animación misionera para fomentar la conciencia de que todos los cristianos están llamados a ofrecer la fe como testigos y evangelizadores en sus propios ambientes, analizar la realidad del alejamiento de la fe y buscar estrategias de encuentro y diálogo y promover acciones específicas de pastoral misionera. Colaborar en la acción catequética en cualquiera de sus momentos o procesos. Acompañar a la familia en su experiencia, en sus responsabilidades y en sus problemas. Acompañar a los mayores en su experiencia vital y religiosa, especialmente a través del Movimiento “Vida Ascendente”. Acompañar a los padres en la educación de sus hijos. Si es posible, con una Escuela de Padres. Fomentar los vínculos entre la parroquia y la escuela. Cuidar especialmente la implicación de los jóvenes en la vida parroquial: consejos de pastoral, pastoral catequética, voluntariado en la acción social... Cultivar el seguimiento de los medios que fomentan la comunicación religiosa. Estar abiertos a los medios y cauces que hay en la Iglesia para a acción misionera. El servicio cristiano como testimonio permanente de nuestra fe. Las comunidades cristianas han de aceptar el desafío de salir a todas las periferias geográficas, existenciales y sociales, procurando formas de presencia en los diversos ambientes de la vida que necesiten el servicio de la Iglesia. Para eso es necesario intensificar el carácter misionero de las instituciones eclesiales. La parroquia ha de: Crear Cáritas como cauce para vivir y ejercer la caridad y el servicio. Fomentar y formar el voluntariado social. Cooperar solidariamente con necesidades del Tercer Mundo. Colaborar con las instituciones y asociaciones civiles que se ocupen de los más pobres. Promover la aportación generosa y suficiente de los fieles con los más necesitados. Promover y cuidar especialmente la pastoral de la salud en el acompañamiento de los enfermos y mayores y de los familiares que los cuidan. 7. El asociacionismo laical para un mejor y eficaz servicio comprometido en el mundo. Es necesario fomentar en las comunidades cristianas la cooperación de todas las instituciones, fomentado una relación fraterna. La parroquia ha de: Promover, en la medida de lo posible, los movimientos, general y especializado, de Acción Católica. Favorecer el asociacionismo laical. Promover la participación de los laicos en la vida pública y ofrecer itinerarios de formación para la acción que capacitan la presencia transformadora de los laicos en el mundo. Abrir las puertas a los movimientos, comunidades y nuevas realidades eclesiales