CRÍTICA CINE

«La favorita» Una nueva víctima del cine de autor

A la podredumbre en la corte de la reina Ana Estuardo, acostumbrada a los caprichos, le hubiera venido mucho mejor una buena dosis de discreción.

«La favorita»

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Antes que nada, conviene reconocer el excelente trabajo interpretativo de las tres actrices protagonistas de “La favorita”. Sin la inestimable aportación de la tripleta formada por Olivia Colman, Emma Stone y Rachel Weisz, esta comedia negra del director griego Yorgos Lanthimos no habría cosechado los importantes premios y distinciones que presenta en su palmarés. Incluso, para no parecer cicatero en los elogios, también es de justicia admitir su admirable producción, sobre todo en aspectos tan significativos como la puesta en escena, el vestuario o la peluquería.

Ahora bien, una vez dicho todo esto, también conviene aclarar que la película de Lanthimos no es, ni mucho menos, la maravilla que algunos proclamaron a bombo y platillo en el pasado Festival de Cine de Venecia. Estamos ante una función más preocupada de las formas que del fondo, más interesada en buscar la pose que en captar la esencia, en definitiva, más orientada al lucimiento particular de su director que a contar una historia.

Las intrigas y corruptelas perpetradas en la Inglaterra de principios del siglo XVIII, puestas de manifiesto para mostrarnos las vilezas que llegan a cometerse cuando se trata de conquistar el poder, no dejan de desprender un desagradable tufo a forzada autoría. Da la impresión de que Lanthimos tiene la imperiosa necesidad de diferenciarse de los demás, de demostrar en todo momento que es poseedor de unas “señas de identidad” y que su cine, por moderno y vanguardista, está a la última en cuanto a angulaciones de cámara.

El legado de Orson Welles, en su vertiente mal entendida, nos sigue deparando jóvenes directores con la obsesión de conseguir un “universo” propio. Quizá se necesite madurez cinematográfica para comprender que contar la historia de la degradación humana a través del falso halago, no requiere tanto subterfugio.