Jaén - Publicado el
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Es el día más triste del año. No me cabe la menor duda. El siete de enero está maldito en los calendarios. Debería haber sido tachado de las agendas. Tras la efusión de la Noche de Reyes vuelve la cotidianeidad gris de los horarios de trabajo y las prisas de cada jornada. Las calles bulliciosas durante toda la Navidad se quedan vacías. No consuela que crezcan lentamente las horas de luz vencido el solsticio de invierno.
En nuestra ciudad las luces de Navidad se quedan hasta la noche de San Antón para dar realce a la carrera. No me cabe ningún reproche, pero la sensación de que son postizas y están de prestado fuera de espacio y tiempo aumentan la zozobra de los viandantes. El siete de enero tiene la misma tristeza que un domingo de invierno por la tarde, cuando a la vuelta del fútbol no queda más aliciente que esperar que llegue otra vez el viernes.
Solventemos esta melancolía de un plumazo. ¿Cómo se han portado los Reyes con ustedes, dilectos oyentes? ¿Que la camisa nueva –“una pasada, oye”- les tira un poquito? Pues ya saben a buscar con prontitud el tipo de las sílfides. No se me quejen por minucias del color o el tejido. Luzcan las nuevas prendas con garbo y alegría. En el peor de los casos consuélense ante la amargura del padre, seguidor del Barcelona, que le había comprado a su hijo para Reyes una camiseta de Dani Olmo. “Papá, ¿los Reyes que son tan listos no se han enterado de que Dani no puede jugar más con el Barcelona? Podríamos dejarla en el nacimiento hasta que lo quitemos. Seguro que como son magos la cambian por una de Yamine”. El padre contesta que por supuesto. Esconde la camiseta maldita -”quizá el año que viene”- antes de proceder con el sablazo de una nueva adquisición.
Piensen también en los fantasmas que recorren el Palacio de la Moncloa. El presidente de Gobierno acaba de darse cuenta del inmenso error cometido con la alcaldía de Jaén. Ha firmado su sentencia de muerte. Irrevocable y sin posibilidad de amnistía. Ni el avance de la ultraderecha, ni las investigaciones judiciales, ni las desavenencias conyugales con sus socios gubernamentales eran su final. Pero ni siquiera Pedro Sánchez puede sustraerse a la maldición de que nunca coinciden los gobernantes de nuestro ayuntamiento y de España. Julio Millán le ha clavado el puñal fatal. Sánchez no llega a junio. Al tiempo. Porque, ¿a quién se le ocurre desafiar a unos hados tan contrastados?
Palabras, divinas palabras