Madrid - Publicado el - Actualizado
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El estreno en nuestra ciudad de la película documental “Amanece en Calcuta” (2021) de José María Zavala, está recogiendo buenas críticas, a juzgar por la afluencia de asistentes. Antes de la reciente reapertura de los multicines, “Cinefórum Tomás Moro” contactó con la distribuidora “European Dreams Factory”, quien ha concedido la licencia y un precio simbólico por entrada. El metraje de 88 minutos, recoge el testimonio vibrante de un sacerdote, una nadadora, un budista converso, un niño hindú abandonado, una enfermera abortista y una madre de familia, que nos acercan a profundizar, a través de sus vivencias personales, en la figura de la Madre Teresa de Calcuta (1910-1997). El mérito de los santos no está tanto en su logro personal, como en que han dejado actuar a Dios en sus vidas: “Soy el lápiz de Dios”.
Esta monja de origen albanés, fundadora de las Misioneras de la Caridad, que se dedicaba a los más pobres de entre los pobres, en quienes veía el Cuerpo de Cristo (en el dolor, la enfermedad, el hambre…), alcanzaría fama: en múltiples ocasiones figuraría entre las mujeres más admiradas por los estadounidenses. Era consciente de la tentación de la vanidad: “No soy humilde, pero soy demasiado pequeña para ser orgullosa”. La “Mother House” sería uno de los lugares obligados para el turismo y un auténtico suplicio para ella; le llevó a hacer un pacto con el Señor: por cada flash de una foto, saldría un alma del purgatorio. Un periodista norteamericano —al verla atendiendo a un enfermo con heridas hediondas—le espetó que no haría ese trabajo ni por un millón de dólares; ella le respondió: “por un millón de dólares tampoco lo haría yo”. En una visita de 50 profesores universitarios uno le pidió un consejo que les ayudara a cambiar su vida. Ella le sugirió un aspecto práctico, concreto y, muchas veces, nada sencillo: “Sonríanse unos a otros”; “porque una sola mirada puede cambiar el mundo”.
Las obras de Dios llevan consigo padecer la “noche oscura del alma” y la incomprensión: le criticaban que, en vez de enseñar a los pobres a coger los peces, se los entregara; a lo que ella respondía que ése era su carisma, y que respetaba otras formas de actuar. Aquella mujer vestida con un sencillo sari blanco de bordes azules, de apariencia frágil, había recorrido descalza la India para derrochar dignidad y cariño a los indefensos. En su cara se reflejaban las arrugas de una entrega sin reservas—“Amar hasta que duela”— por los más desfavorecidos; de quienes “está de moda hablar de ellos, pero no con ellos”. En su carácter se conjugaba la exigencia y la fortaleza con la dulzura y belleza interior.
No se trataba de una activista con una acentuada sensibilidad solidaria, sino que sacaba todas sus fuerzas para servir a los demás de las intensas horas de oración. El budista Kinley Tshering debe su conversión al catolicismo en Bután a las oraciones de los primeros evangelizadores portugueses; y su sacerdocio —como Cristopher Harley—a la Madre Teresa, que le aconsejó: celebra la misa como si fuera la primera y última vez. María del Himalaya relata su conmovedor regreso a la Iglesia, después de practicar abortos, hasta descubrir la luz y la verdad. Existía una estrecha complicidad —propia de los santos— entre Juan Pablo II y la que fuera Nobel de la Paz (1979), en defensa de la vida: “El aborto es el peor enemigo de la paz. Si no quieren a los niños, dénmelos a mí”.
Así narra su experiencia Emmaneul Leclercq, ahora doctor en filosofía, que fue abandonado en un basurero de Bombay y recogido por la propia Madre, hasta adoptarlo una familia. Patricia Moreno agradece profundamente a la religiosa macedonia que interviniera en la curación milagrosa de su marido; correspondió con la adopción de varios niños. Subraya cómo una persona tan menuda —no hace falta ser un poderoso líder—ha sido capaz de una revolución en el mundo. El mensaje de la Madre Teresa nos invita a ser mejores personas, a entregarnos hasta que duela. Por ello no es preciso trasladarse a “Kolkata” (en bengalí), porque el lugar en el que vivimos podemos convertirlo en un amanecer en Calcuta (la ciudad de la alegría), para superar tanta o mayor pobreza espiritual.