OPINIÓN

Una noche electoral en Maldita Dulzura

Cada semana Ernesto Medina, con la colaboración de Antonio Agudo, disecciona la actualidad de Jaén en sus Divinas Palabras 

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Las Divinas Palabras con Ernesto Medina. Hoy una noche electoral en Maldita Dulzura

Antonio Agudo

Jaén - Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Las alegrías, y sobre todo los duelos, mejor acompañados. Razón por la cual los partidos políticos disponen sus sedes para seguir los resultados electorales como si se tratara de una jornada de puertas abiertas. Cuando la morada no da para montar los festejos -nadie piensa nunca que vaya a haber sepelio- se alquila un restaurante o un salón de bodas, aunque los invitados del novio no se hablen con los de la novia.

La elección del lugar no es una cuestión nimia. Hay quien se marca unos puntazos que quitan el sentido. Para estos menesteres el Partido Popular tiene a un profeta, a un crack. El iluminado de la intendencia pepera contrató una cafetería llamada Maldita Dulzura donde se reunieron la noche electoral Cuqui y sus colegas de candidatura. Ellos solitos. Porque según se cuenta por los mentideros parte de la dirección provincial y del aparato del PP celebraba en un hotel la presumible derrota de sus propios correligionarios.

El iluminado de la intendencia pepera contrató una cafetería llamada Maldita Dulzura donde se reunieron la noche electoral Cuqui y sus colegas de candidatura

No me negarán que no es hermoso el nombre, Maldita Dulzura. Sólo con el nombre ya tienes hecha la crónica periodística. Al candidato, vencedor o vencido, ¡igual da!, se le brinda una veta de inspiración poética para que se trasmute en un Larra redivivo. Hermosa antítesis, Maldita Dulzura. Como la que debieron sufrir los muchachos de Francisco Javier Márquez toda la noche del domingo. Primero hiel, derrota, luego miel, victoria, por más que el triunfo esté todavía por concretar en pactos y negociaciones.

Hubo ambulancias aparcadas en la Carrera a la puerta de Maldita Dulzura. Unos pedían ansiolíticos en vena para combatir la crisis de ansiedad. Otros ante el inminente infarto demandaban un chute de adrenalina o pedían número en la cola de los desfibriladores. El anónimo intendente estaba pidiendo la cuenta al camarero. Barata porque en la derrota se consume poco salvo que pretendas ahogar las penas en alcohol, lo cual requiere tiempo. De pronto tronaron de ultratumba radios y televisiones: “Eh, los de Maldita Dulzura, que cuando faltaba un tres por ciento para acabar el recuento ha cambiado un concejal”. Uno solo. Un solo edil trocó las caras de tristeza en alegría. Ay esa Maldita Dulzura que se tuvo que ir al Barrio de San Andrés, donde estaba Millán con los suyos, porque en La Carrera ya no la quería nadie. Por la Judería andaba buscando almas en pena con las que consolarse. Ya se sabe que en cualquier confrontación siempre hay dos caras, quien pierde, quien gana. La Maldita. La Dulzura.

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