CARTELERA

«Mi amor perdido»: Ni el gato de Schrödinger

La nueva comedia romántica de Emilio Martínez-Lázaro cuenta la historia de una pareja de enamorados que terminan separándose

MIAMOR PERDIDO

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Hubo un tiempo –quizá demasiado lejano- en que nuestra industria cinematográfica dominaba la comedia. No sólo éramos ingeniosos pergeñando historias chispeantes, sino que también contábamos con un amplio ramillete de directores y actores dotados para el género. Hoy en día, todo aquello se perdió como lágrimas en la lluvia.

La comedia moderna española ha mutado de forma ostensible y evidente. Ya no es lo que era. En la actualidad asistimos a la aparición de dos tendencias bien definidas. Por un lado, la burla casposa de brocha gorda, señal inequívoca de la creciente vulgaridad en la que vivimos. Por otro, la farsa adocenada y sumisa bajo la censura de lo “políticamente correcto”, incapaz de cuestionar el pensamiento ideologizado en buena parte de nuestra sociedad.

“Miamor perdido” se adscribe sin rubor alguno a la segunda variante. Su director, el veterano Emilio Martínez-Lázaro, conoce perfectamente este artero terreno y sabe que para asaltar la taquilla conviene no herir susceptibilidades; sobre todo, después del inesperado pelotazo que supuso “Ocho apellidos vascos” (2.014) y su inevitable secuela “Ocho apellidos catalanes” (2.015).

Ahora, Martínez-Lázaro ha intentado repetir similar maniobra. Para ello se ha sacado de la manga otra blandengue comedia romántica que, por momentos y a duras penas, pretende seguir los pasos de la memorable “La Guerra de los Rose” (1.987), sólo que sin la mala baba destilada por Danny DeVito. Claro, así las cosas, el tiro no podía si no salirle por la culata. Son cien minutos de auténtico, genuino y puro aburrimiento. Las situaciones no funcionan en ninguno de los casos y los chistes, salvando el que compara al perro Mistetas con Pablo Alborán, no tienen la más mínima gracia.

Comentario aparte merece la interpretación del cada vez más desenfocado Dani Rovira, el cómico de moda en el cine patrio, que trabaja a destajo, pero que desde hace cierto tiempo decidió virar hacia el rentable camino de la chabacanería. Su fácil verborrea resulta estomagante. Y sus limitaciones, cada vez más a la vista del plumero, no parecen tener límites.

Me queda claro que el gato de Schrödinger no merecía este trato.

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