Juan Fernández Lacomba, el artista que plasma el paisaje del Rocío en sus cuadros: "Es enigmático"
Sevilla - Publicado el
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Juan Fernández Lacomba es sevillano. Nacido en Triana. La familia de su padre; de Huelva. Y de niño, veraneaba en el Coto de Doñana. Recuerda como si fuera ayer aquel día que su abuelo le señaló un punto en el horizonte y le dijo: “Ese es el Coto de Doñana”. Con esos credenciales, cómo no ser rociero.
Un gran artista. El Pintor de las marismas, ese rincón que Juan Fernández Lacomba define “como una zona muy enigmática. Inexplorada. Y realmente es una gran desconocida donde se sitúa la ermita de la Virgen del Rocío”.
¿Qué colores tiene el Rocío? Más que colores. Son sensaciones. “Hay calor. Esfuerzo. Yo hablaría de olores ásperos y resinosos, mezclados con una brisa y una arena que siempre está húmeda a pesar del calor”.
Esa humedad lo impregna todo. Hasta las flores que adornan el Simpecao durante la peregrinación a la aldea. Para Fernández Lacomba, “en el camino, hay siempre un olor sagrado a flores marchitas que están ofrecidos en la mesa de la carreta”.
Las noches del Rocío no son azules o negras. Hay rojos, verdes, morados, azules. Y no se olvida del sonido del tintineo de los luceros cuando cae el relente, que para él también tiene un color. “No hay cosa más emotiva en la marisma.”
Las noches estrelladas del Rocío tienen una profundidad enorme. Y esa profundidad es lo que el artista plasma en sus cuadros. “Son sensaciones abismales. Para quien tenga sentimiento y uso de razón, sepa sentir y ver". Y es que el camino ofrece sensaciones impresionantes. Sensaciones que quedan en el recuerdo para siempre.
Los sonidos del camino
Ante tal magnitud, Fernández Lacomba se pregunta: ¿Qué formato debería tener un cuadro de una noche estrellada en el Rocío? ¿Cómo se expresa ese momento?
¿Y cómo dibujar ese silencio que hay en el camino al alba? El pintor nos responde: “El silencio es como la voz o la música, el silencio también tiene sus planos. Y el viento. Con esas intensidades juega para dibujar los espacios”.
Otro cuadro para la retina: Cuando la marisma se llena de agua. Porque es un momento que invita a la reflexión. El cielo y la tierra se ven reflejados en un todo. “Esas sensaciones se pueden trasladar al paisaje”.
Viviendo en el Palacio de las Marismillas
Juan Fernández Lacomba recuerda aquellos meses que viviendo en el Palacio de las Marismillas, ubicado en el Coto de Doñana. “Vivía solo, me levantaba temprano y salía a pasear para recoger material para mis cuadros. Una noche me vi en un territorio rodeado de maleza y escuchaba los jabalíes y los gamos entrar en la maleza. Al búho y a los grillos. Cada murmullo. Cada sonido, te ayuda a plasmar esos cuadros".
El Rocío tiene una luz mediterránea difícil de plasmar. Colores reconocibles como la sombra de los pinos. Aunque más que colores son sensaciones, son tempuras. "Hay algo áspero en el camino. Seco. Casi de esparto; como el jaguarzo, esa flor que nace en las marismas. Y todo ese conjunto da incluso escalofríos".
El Cerro de los Ánsares
Los amaneceres en silencio son también fuente de inspiración para Juan Fernández Lacomba. “El amanecer es más místico, al igual que el atardecer. Cuando aparece el mundo están todos los animales pastando entre la niebla de las marismas entre los viejos pinos.”
¿Un lugar favorito para dibujar? Y entonces se hace el silencio. El mismo silencio que hay en las marismas cuando termina el Rocío. Y reconoce que “le cuesta trabajo elegir uno solo. Aunque si tiene que elegir se queda con la visión desde el Cerro de los Ánsares. Es un paisaje lunar. Desde ese punto no hay ninguna población en cincuenta kilómetros a la redonda”. Un privilegio.
Ya lo dice la canción: “No he visto nada más grande ni al mismo tiempo más sencillo, que rezar un Dios te Salve oliendo a jara y a tomillo”. Y son esos aromas, esas sensaciones y esos momentos los que convierten las marismas en un lugar único. Lleno de emociones. Como las que Juan Fernández Lacomba plasma en cada uno de sus cuadros.
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