¿Tienes recuerdos de cuando tenías dos años? Alberto Merino, ahora con 90, sí y te van a sorprender

El proyecto Legado Cantabria dibuja la región a través de los testimonios de un centenar de cántabros entre 70 y 105 años.

Santiago Ruiz de Azúa

Santander - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Alberto Merino tenía dos años cuando estalló la Guerra Civil. Jugaba a saludar a los aviadores que sobrevolaban en cielo de Maliaño sin pensar que igual su misión aquel día era bombardear aquel lugar.

Este y el correr a esconderse en un refugio construido en la huerta que sus padres tenían delante de casa, son los primeros recuerdos que tiene.

Ahora, con casi 90 años, los ha aportado a un proyecto, que bajo el nombre Legado Cantabria, recoge los recuerdos y vivencias de 120 cántabros entre 70 y 105 años.

Un trabajo, bajo la tutela de UNATE, cuyo doble objetivo es, según ha contado en COPE la directora del proyecto Yenia Popova, dar voz a los mayores de la región y evitar que su legado se pierda. “Esto también forma parte del patrimonio histórico de una comunidad y si no se recoge, desaparece”.

Son testimonios de hombres y mujeres que, por sus edades, entornos sociales y culturales dibujan una Cantabria más rica, más divertida, más emocionante en la que entiendes los diferentes puntos de vista que tienen las personas sobre una misma vivencia. Escuchar, asegura Popova, hace empatizar y quita muchas barreras.

El de Alberto Merino es uno de estos testimonios, testimonio que, asegura en COPE, ha aportado por amor a la tierra y siguiendo los gustos de su padre por la historia y las tradiciones de la región.

Alberto recuerda cómo eran aquellos tiempos en los que la vida en comunidad era lo diario. Una época en la que faltaba de todo, “una vida natural, inmediata, de barrio”.

Recordar no da miedo, al contrario, afirma Alberto. Los malos momentos también forman parte de una persona y no hay que tener miedo a recordarlos. Este médico jubilado no olvida el día en que se tuvo que marchar a estudiar medicina a Valladolid. “Éramos diez hermanos y sé el esfuerzo de mi padre para poder enviarme a estudiar fuera. Con 1.000 pesetas tenía que pagar a la patrono donde me alojaba y si me sobraban 100, con eso tenía que pasar todo el mes” recuerda.

A Alberto le hubiera gustado estudiar ingeniería, pero su padre, secretario de la jefatura provincial de sanidad, le presentó un día a un médico del sanatorio de Pedrosa que fue quien le convenció de las grandezas de la medicina.

Años duros fuera de casa, alejado de la familia sabiendo los sacrificios por los que pasaban sus padres y hermanos para poderle dar a él esos estudios.

“Uno de los días más orgullosos de mi vida, un 24 de junio cuando regresé de Valladolid y conté a mis padres en la verbena de San Juan que había sacado un sobresaliente en la carrera. Ese día vi llorar a mi padre por primera vez”.

Cumplir años, “no hay nada malo en ello”, siempre es lo mejor para tener experiencias en la vida. Ahora más mayor se ríe al recordar como con su actual aspecto le confunden a menudo con Papa Noel.

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