La torería de Morante y Urdiales no tapa el enésimo petardo de Juan Pedro Domecq

Dos orejas por coleta pasearon este lunes en Santander Morante de la Puebla y Diego Urdiales antes un descastada y desfondada corrida de Juan Pedro Domecq

Morante de la Puebla y Diego Urdiales en su salida a hombros de la plaza de Santander/S.N./COPE.es

Sixto Naranjo Sanchidrian

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Santander y su 25 de julio. Santiago Apóstol, patrón de España y de una ciudad que no esconde su amor a la Patria. Da gusto pasearse por el centro de capital cántabra mientras se contemplan las numerosas banderas rojigualdas que jalonan las fachadas de sus edificios. Ser y sentirse españoles sin complejos.

Pero para complejos, los que arrastran los toros de Juan Pedro Domecq. No es manía persecutoria ni ensañamiento. Es la realidad contada con objetividad. El hierro ducal vive inmerso en un bucle melancólico lleno de mansedumbre y descastamiento. Ya van unos cuantos petardos gordos este año y Santander ha sido uno más. Nada por fuera, con un trapío de plaza de tercera facilona; y nada por dentro, con toros muertos en vida, ayunos de casta. Pero ahí sigue. Impuesto por las figuras y aceptado cuál trágala por las empresas.

La torería de Morante de la Puebla y Diego Urdiales, los triunfadores a la postre del festejo, ni siquiera pudo tapar el estrepitoso fracaso de la divisa sevillana.

El primero de Morante duró un suspiro. Una tanda y media si acaso. Tras el trámite de varas y un precioso recorte para dejar al toro en suerte, el de Juan Pedro no quiso pasar en la muleta del sevillano. Así que Morante, sin pensárselo, se fue a por el acero para darle matarile. Se agradeció la brevedad, bien es cierto.

Pero donde Morante se reconcilió de verdad con Santander fue con el jabonero que hizo cuarto. Un animal de escasas prestaciones, pero al que el torero cigarrero cuajó tanto con el capote con la muleta. A la verónica primero, con ese compás tan suyo. Y después con la muleta. Sobando poco a poco al toro, limando las aristas de una embestida informal para dejar muletazos de sabroso trazo. Hubo una tanda perfecta a derechas, a pies juntos. Y un monumental cambio de mano que acabó en un pase del desprecio que hizo temblar los cimientos de Cuatro Caminos. Y un final con otra tanda a pies juntos, esta vez al natural que tuvo toda la verdad del toreo de Morante. La estocada viajó desprendida y atravesada, pero el toro tuvo una muerte espectacular y eso ayudó a la concesión del doble trofeo. Se le cantó ‘Santander la Marinera’ y todo fue felicidad. Lejos y olvidada del todo queda ya esa salida tumultosa entre almohadillas del año 2018.

Diego Urdiales tapó las justificadas protestas al liviano trapío de su primer toro a base de torear con notable expresión a la verónica. Tuvieron composición y sabor los lances del arnedano al impresentable toro de JPD. Tras poner en apuros a El Víctor durante la brega en banderillas, su jefe de filas extrajo dos tandas bien trazadas por el pitón derecho. Con ese codilleo tan característico de Urdiales, esa colocación cabal y el mando como arma frente a discontinua embestida del toro. Un animal que después, cuando le presentó la zurda, echó la persiana. La coda final tuvo torería y gracia. Hubo más torero que toro y así es difícil alcanzar mayores cotas. El toro se desentendió del torero cuando este intentaba cuadrarle para entrar a matar. Lamentable imagen de un animal rajado y sin instinto de pelea. Al hilo de las tablas dejó un contundente volapié Urdiales, lo que le valió para pasear una dadivosa oreja.

El quinto fue el animal que sacó mejores intenciones de seguir la muleta en el último tercio. Urdiales, que se había gustado en un quite a la verónica, dejó muletazos armónicos y de gran pureza por ambos pitones. Se le veía a gusto al riojano con el bombón de Juan Pedro. Pero cuando se echa tanto edulcorante a la bravura, pasa lo que pasa, que el animal acabó echándose ante de que Urdiales cambiase la espada simulada por la de verdad. Se demoró en las labores de cuadrar al toro para entrarle a matar y, cuando se dejó, la espada se fue a los blandos. Cuestión que restó puntos a la nueva oreja que obtuvo el diestro.

Un kilo le faltaba al tercero para llegar a la media tonelada. Su vareada anatomía no vino después acompañada de motor para mover tan liviana carrocería. Juan Ortega dibujó varias verónicas de vuelo y ajuste y después, muleta en mano, dejó detalles de toreo caro. Especialmente por el pitón derecho. Pero todo, como no, lastrado por la nula emoción y poder de la embestida de su oponente. Dejó regusto, más no poso lo realizado por el sevillano. La estocada, marcando los tiempos, tiró al toro sin puntilla. Hubo petición, pero no mayoría de pañuelos, por lo que todo quedó en una ovación que tuvo su peso y mérito.

El sexto, por tamaño y volumen, era el padre de todos los toros anteriores. 584 kilos marcaba la tablilla. Otra historia era su novillada cara y la escasa ofensividad de sus defensas. “¡Llévalo al matadero, Juan Pedro!”, se dijo desde el tendido mientras su pupilo se movía con medias arrancadas y de forma cansina. Allí había poco que rascar y así lo vio Ortega, que se lo quitó de en medio con habilidad al segundo intento toricida.

FICHA DEL FESTEJO

Santander, lunes 25 de julio de 2022. 3ª de Feria. Tres cuartos de plaza.

Toros de Juan Pedro Domecq, mal presentados, de ínfimo trapío. Mansos, descastados, vacíos por dentro. Solo el tercero se dejó con clase hasta que se echó muerto en vida.

Morante de la Puebla, silencio y dos orejas.

Diego Urdiales, oreja tras aviso y oreja.

Juan Ortega, saludos tras petición y silencio.