Ciudad Real tiene en los Judas y las Muñecas de Alamillo una tradición única
La noche de Sábado de Gloria destella en Alamillo como en ningún otro lugar
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La noche de Sábado de Gloria destella en Alamillo como en ningún otro lugar. Cuando ha caído la penumbra y toda la cristiandad espera ya el triunfo del Señor sobre la muerte, esta pequeña población ciudadrealeña asiste al momento desde una tradición única. Mezcla entre lo pagano y lo religioso, entre los ciclos agrarios y lo trascendental, capaz de asombrar, siempre, a propios y a extraños.
Los Judas y las Muñecas forman parte de una etnografía propiamente enraizada en este rincón, a poniente, del eterno y agropecuario Valle de Alcudia. La particularidad, a diferencia de manifestaciones parecidas en las que el discípulo traidor sale también malparado el Domingo de Resurrección, es que se acompaña de personajes femeninos encarnados sobre unas cruces interiores.
Los unos y las otras que, durante la tarde de la víspera con que concluye la Semana Santa, comparecerán por parejas y caracterizadas de igual temática cada una de ellas, son confeccionados por alamilleras y alamilleros en tanto se prolonga el Triduo Pascual, desde el Jueves Santo. Luego, en cuestión de horas, ambos protagonistas, los femeninos primero y los masculinos al día siguiente, protagonizarán sus respectivos rituales.
La confección de estas Muñecas, a base de capas de papel, con no pocos detalles, aflora precisamente de los cruceros de madera que las sostienen y cuyos extremos horizontes van provistos de unas anillas para, en la noche de autos, posibilitar su espectacular volteo en comba aérea, envueltas en las llamas que, previamente, desde el suelo, quedan prendidas por las enaguas bajo la primera luna llena del equinoccio primaveral.
Tan álgido momento llega cercana la medianoche en la céntrica calle Nueva donde, principalmente, se habrán expuesto en las horas previas junto a sus Judas consortes.
Luego, ellas, atadas de ambos brazos por cuerdas, se hacen girar con una larga cuerda desde balcones enfrentados, por jóvenes que se van relevando debido al tamaño y al peso de las Muñecas, algunas de las cuales tardan bastante en arder del todo.
A esta celebración de luces encandiladas en la oscuridad de las horas contribuyen las pavesas que saltan por los aires, acompasadas a las sucesivas bolas de fuego que van surcando la noche. En ocasiones, se corean el número de vueltas que da la muñeca hasta consumirse del todo y dejar, al fin, la cruz que lleva en su interior, que se descuelga para hacer acomodo a la siguiente protagonista.