Secuestrados por el juego

“Cuando ves que con una partida en la máquina recreativa ganas lo que en el trabajo tardas 8 horas, caes en la trampa.”

Ludopatía

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Es la historia de José. Tiene 42 años. Con 24 comenzó a jugar. No sabía como salir del pozo, hasta que recurrió al Grupo de Jugadores Anónimos de Albacete. Logró controlar la situación dos años. Tiempo en el que encontró a su pareja. Hace unos seis años volvió a recaer:“Pensaba que por jugarme uno o dos euros no pasaría nada nada. Pero cuando me quise dar cuenta, estaba por motivos de trabajo todo el día en carretera con la furgoneta. Por el camino, pasaba por los bares para jugar. Cuando eres ludópata, tienes la bombilla encendida todo el día, maquinando de dónde y cómo sacar dinero. Mi problema en esta segunda vez que recaí, es que no comenté nada a mi pareja. El error es quedarse callado. Ella se dio cuenta cuando le quité su tarjeta y me gasté más de mil euros en una noche”.

Es la realidad que cada día viven cientos de personas. Es el día a día del ludópata, como lo es también Guillermo: “No dormía pensando en el juego. Me pasaba la noche planificando la ruta del día siguiente. Me levanto y voy a esta máquina, luego a las quinielas, si tengo o no suerte, voy a otro sitio. Todo el día pensando en el juego”. Así estuvo durante casi 2 décadas. No podía controlar sus impulsos. Las tragaperras pensaban por él.

Las causas que originan la ludopatía se desconoce. Alberto cree que depende de la conocida como “suerte del principiante”: “Al principio tenemos la suerte, o la mala suerte, según se mire, de ganar. Echas 2 monedas y sacabas cien euros. Juegas una segunda vez y te vuelve a salir. Te vas animando y buscas que te vuelva a tocar, pero resulta que la suerte ya te ha abandonado. Y así sigues jugando descontroladamente, hasta que al final enfermas.”

Luis cree que es la sociedad la que te incita a jugar, por el afán de ser el mejor: “Cuando ves que con una partida en la máquina recreativa ganas lo que en el trabajo tardas 8 horas, caes en la trampa.”

Mentirosos, ansiosos, a veces incluso violentos. Son algunos de los síntomas que alertan que has caído en las garras del juego. Una enfermedad que no tiene cura, solo rehabilitación. La recaída es una amenaza constante, al igual que las tentaciones, al menos en los primeros años. Luis ya ha no se pone nervioso cuando ve una máquina, aunque tuvo que tomar medidas al principio: “Cuando estaba en terapia, me resultaba casi imposible no jugar cuando me cruzaba con una máquina, pero sabía que no podía, ya que tenía que justificar donde me gastaba el dinero. Tenía que salir sin dinero de casa, y cada vez que compraba algo, justificarlo con tickets a mi pareja. Con el tiempo aquello pasó y ahora incluso las cuentas de la casa la llevamos entre los dos.”

La salud se resiente, como la de José: “El jugador no duerme. Su estado nervioso se altera mucho. No es una persona conflictiva, pero sus nervios no paran. El corazón es el enemigo del juego.”

Alberto llegó a experimentar imágenes más propias de las películas: “Cuando alguna noche perdía todo el dinero, me dedicaba durante horas a pasear. En ese momento lo único que piensas es en cómo resolver el problema. Pero no se resuelve, va a más, porque piensas en la peor de las soluciones, en buscar el dinero para seguir jugando y recuperarlo.”

Volver a confiar en un ludópata se antoja difícil. No es para menos, teniendo en cuenta las cantidades que se han dejado en el juego. Entre Guillermo, Luis, José y Alberto han invertido unos 800.000 euros. Una enfermedad que no entiende de clases sociales, porque el patrón es el mismo: gastar más de lo que ingresas.

La ludopatía es la obsesión por el juego, pero es además una máquina de generar tensión y de hipotecar las relaciones con tu entorno. “Yo estudiaba fuera de mi casa, en Madrid. Me iba a jugar solo y la gente no se daba cuenta”, cuenta Guillermo, que asegura que su relación con la familia era meramente de interés: “Con mi familia mi relación se limitaba a pedir dinero. Me asignaban una cantidad todos los meses para poder mantenerme, pero antes de acabar ya estaba pidiendo, siempre con mentiras, diciendo que lo necesitaba para la Universidad, pagar la gasolina o abonar la factura de la luz. Todo mentira.”

A José, su adicción al juego le costó muchas amistades: “En el camino se quedan muchos amigos, porque los dejas de lado para jugar. Una vez entras en el juego, no hay amigos.” Y por cada euro que pierdes, el carácter se va agriando: “Te vuelves más agresivo, contestas más a las personas que están a tu lado. Cuando ganabas iba bien, pero si me gastaba 500 o 600 euros y no me había tocado nada, y no sabías de donde sacar dinero para jugar, me volvía agresivo”.

Luis perdió sus habilidades sociales: “Yo antes me relacionaba con mucha gente, hasta que empecé a querer estar solo. La gente me estorbaba. Me daban consejos que yo rechazaba. Les decía que con mi vida hacía lo que me daba la gana. Me empecé a quedar solo. No es un problema personal lo que te incita a jugar, pero los problemas que te van surgiendo hace que juegues más para evadirte.”

No solo amistades, son cientos la familias que han quedado rotas. A Luis, su mujer le echó de casa cuando comenzó a faltar dinero en casa. Entiende el sufrimiento por el que ella tuvo que pasar, pero cree que no le apoyó: “Cuando uno tiene un problema de este tipo, se le debe dar un pequeño margen de confianza y una oportunidad para saber si te puedes rehabilitar, pero ella arrojó la toalla demasiado pronto.” Luego, logró rehacer su vida, “lo que me ha permitido contar con una persona con la que apoyarme.”

Por fortuna para los 4 protagonistas, lograron salir del pozo en el que se habían metido. Guillermo lo vio claro cuando bajó a comprar el pan, y comprobó que no tenía dinero: “Un día bajé a comprar el pan, vi que no tenía ni un euro y que tampoco podía sacar dinero. Tenía 2 opciones: renegociar la hipoteca de mí casa para seguir jugando, o cortar por lo sano. Fue cuando decidí acudir a la Asociación de Ludópatas en Rehabilitación de Ciudad Real.”

Misma asociación a la que acudió Alberto, pero en Toledo: “Llegué a contraer importantes deudas con el banco y la familia. No he llegado a estar en riesgo de desahucio, pero sí he estado al borde del abismo”.

José llegó a pedir minicréditos de unos 4.000 euros, aunque hubo varias ocasiones en las que no pudo pagar: “Hubo 2 o 3 meses que no podía pagar la cuota, y me llamaba el banco exigiéndome el pago. Tuve que pedir dinero a mi madre, a mi hermana y a mi hermano para poder hacer frente a la deuda.”

Ninguno llegó a perder el trabajo, pero reconocen que la ludopatía les afectó. A Alberto le dieron incluso un toque de atención: “No me echaron del trabajo, pero dejaron de concederme adelantos todos los meses. No habíamos llegado ni a mediados de mes y ya estaba sin dinero.”

José mentía a sus propios compañeros, que además se daba la circunstancia de que eran de su propia familia: “A veces, cuando el cliente me pagaba las facturas, las ocultaba para poder jugar. Si conseguía ganar algo de dinero, depositaba el dinero y nadie preguntaba. Cuando descubrieron la verdad, lo primero que hizo mi mujer es romper todas las tarjetas que teníamos en común. Ahora tengo la cuenta mancomunada. Para sacar dinero tengo que ir con mi mujer”.

Una pesadilla de la que los 4 protagonistas han logrado salir, aunque vislumbran un futuro con más casos de ludopatía, especialmente entre los más jóvenes, por el auge de las apuestas online. Una enfermedad de la que aún existe poca concienciación en España. Aunque todos coinciden en algo: la clave, es jugar con responsabilidad.