Ávila

Mensaje de Mons. Gil Tamayo para esta semana: "Los enfados con Dios"

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Amigos, un cordial saludo. En esta semana voy a fijarme en algo que me ha preocupado con frecuencia y que tiene que ver con el amor a Dios precisamente, y es que a veces uno se encuentra con personas que, cuando se les pregunta por su relación con Dios te cuentan que están enojados con Él. No me refiero a un enfado pasajero, de una contrariedad sin más, tampoco se trata de que le nieguen o no crean en Él, sencillamente es que tienen un enfado morrocotudo y de años…y, créanme lo pasan mal, porque quieren a Dios de verdad y han tenido una relación frecuente e intensa con Él, que después han roto o debilitado y, en el fondo del alma, anhelan restablecerla.

Cuando uno indaga un poco, tratando de ayudarles a recomponer su amistad con Dios, y les pregunta por la causa del disgusto, muchas de estas personas responden que en un momento de su vida rogaron intensamente al Señor que les ayudara, que les hiciera un favor concreto, por ejemplo que salvará de una enfermedad incurable o de un accidente mortal a un familiar o de un mal os situación gravosa inminente y… nada: Dios se hizo el sordo. Sencillamente no les hizo caso, y así lo tienen grabado en el fondo del alma como una herida siempre abierta. Lo mismo pasa en la reacción de algunos ante el sufrimiento de los inocentes, como las que a veces nos ofrecen los medios de comunicación de atentados y de guerras lejanas o de llegadas de inmigrantes, cuando muchos han muerto en el intento o esperan ante muros levantados por el miedo proteccionista. Noticias e imágenes a las que por desgracia nos acostumbramos y no son de ficción o de película, son reales, de verdad…

A quienes de ustedes estén en esta situación, enfadados con Dios, no les voy a dar una receta infalible, sí compartir algún pensamiento que a mí, al menos, me ayuda cuando estoy en situaciones parecidas y uno le reprocha al Señor más de una tardanza, como un día hiciera Marta, la hermana de Lázaro, cuando llega Jesús a su casa, después de llevar varios días enterrado su hermano: “Si hubieras estado aquí -le dice- no habría muerto mi hermano”, dando pie a uno de los diálogos más bellos del Evangelio y donde Cristo se pone a llorar por su amigo muerto y después le resucita (cfr. Jn 11,1-44).

Dios, amigos, no pasa de nuestras súplicas, aunque a nosotros nos parezca lo contrario. Creo sinceramente que la clave de que Dios no responda a nuestras peticiones como quisiéramos, está en que sus planes sobre nuestra vida son otros y seguro que los mejores, como muchas veces comprobamos con el paso del tiempo, al escribir Él con renglones torcidos en nuestra existencia o sacar bienes de lo que nos perecían a todas luces males.

Puede que le hayamos pedimos a Dios muchas veces de forma apremiante y hasta  exigente por causas justas, pero que no entraban en el designio de su voluntad para con nuestra vida y en ello está, sin duda, la razón de por qué no nos las concedió. Esto es precisamente lo que a mí me sugiere y consuela del texto de la 1ª carta de S. Juan: “En esto está la confianza que tenemos en Él: en que si le pedimos algo conforme a su voluntad, nos escucha.” (5,14). Por tanto, para estar más seguros, al orar fíjense en lo que le pedimos en la más infalible y hermosa de las oraciones cuando decimos en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…”. Eso mismo y díganle: “Señor, si es conforme a tu querer…concédeme este favor o aquel otro”, pero sin atosigar o ponerle plazos a Dios… Ya verán como así no se equivocan y tendrán una paz grande. Ahí está la clave de la eficacia de la oración.

Y, por favor, no se olviden de colaborar con la campaña de la Jornada de la Infancia Misionera de este domingo que con lo que los más pequeños recaudaron el año pasado se destinaron casi tres millones de euros para cubrir necesidades espirituales, educativas y materiales de los niños más pobres del Tercer Mundo.

Con mi bendición, les deseo una feliz semana.

+ José María Gil Tamayo

Obispo de Ávila