Madrid - Publicado el - Actualizado
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Con la fiesta del Bautismo del Señor, volvemos al tiempo ordinario. A nuestros días y jor-nadas cotidianas, donde el trabajo y la vida de familia ocupan nuestros quehaceres. Ahora que se hacen muchos propósitos con el año nuevo, y quedan atrás ya las fiestas entrañables de la Navidad; ahora que los niños vuelven al colegio, esas son las tareas que nos ocupan gran parte de nuestro tiempo. Pero hemos de sacarles brillo. Es ahí donde el Señor quiere que le busque-mos. Santa Teresa decía con gracia que “también entre los pucheros anda el Señor” (F 5,8). Efectivamente, en lo cotidiano es donde tenemos que saber encontrarlo. Y saber valorar la vida ordinaria, que no es la mediocre.
El heroísmo nuestro se presentará en contadas circunstancias de la vida, de forma extraordinaria. Pero no sabremos afrontar esas situaciones cuando sean difíciles si no tenemos una preparación previa, un entrenamiento. Y ese adiestramiento es el de cada jornada. Esa preparación consiste en practicar día a día las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) y las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Poner en la existencia de cada día lo que somos y los valores que proclamamos, en los problemas que van surgiendo en nuestra vida familiar, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales. Es ahí donde tenemos que sacar brillo, sin dejar que la rutina nos domine. Y abandonar a un lado la mediocridad, la tristeza, y ese aburrimiento que ataca nuestra vida a veces cuando carecemos de entusiasmo -¡cuando nos falta Dios, el sentido sobrenatural de la fe!-, cuando nos falta cariño, cuando echamos de menos ese empuje de ilusión. ¡Vamos a iniciar este año nuevo con esa fuerza en la vida ordinaria!
CRISTIANOS COHERENTES
La fiesta del Bautismo del Señor nos recuerda también nuestro propio bautismo. El bautismo que recibe Jesús, sin tener ningún pecado, es un bautismo de penitencia (cfr. Jn3,1-6; 3,21-22), como proclamaba Juan. Con él, comienza su vida pública. Y eso nos trae también el recuerdo de que nosotros estamos también bautizados. Bautizados con un Sacramento por el que recibimos la salvación de Jesús. Hemos pasado de la muerte a la vida, del pecado a la gracia. Y por el bautismo somos hechos hijos de Dios y, al mismo tiempo, hermanos unos de otros en esta gran fraternidad que es la Iglesia.
El bautismo es lo más importante que nos ha ocurrido, porque por él hemos sido hechos cristianos. Y el ser cristianos no es una cuestión teórica. Es una transformación radical de nuestro ser. No podemos decir que somos creyentes y no practicantes, como si fuera una modalidad asumible de cristianos. No podemos manifestar que somos cristianos católicos sólo de cabeza. Tenemos que trasladar la fe a nuestra vida cotidiana. Este domingo es un recordatorio para pensar que nuestro bautismo nos compromete, y que hemos sido transformados. Vivamos, pues, conforme a lo que somos. ¡El obrar sigue al ser! Somos hijos e hijas de Dios, somos hermanos unos de otros. Somos, al mismo tiempo, otros cristos, ¡cristianos! San Pablo lo dice de forma muy gráfica cuando señala que hemos sido revestidos de Cristo (cf. Gál 3,27), injertados en Él (cf. Ef 2,13). Vivamos como tal, sin alardes llamativos. Con nuestro ejemplo en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones sociales. Sin acomplejarnos y con respeto exquisito a las convicciones de los demás, pero sin esconder las nuestras.
Queridos amigos, hagamos este esfuerzo por sacar brillo al Bautismo, y, con él, a nuestra vida de cada día. Pero empecemos por aspirar a la santidad. Sí, la santidad a la que estamos lla-mados todos los bautizados; una santidad canonizable; no es un privilegio de unos pocos. El Papa Francisco nos los recuerda en su Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate, sobre la que estamos reflexionando especialmente este curso en nuestra diócesis: “El Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (LG, 11)” (GE, 10).
Segundo, vivámoslo en las cosas pequeñas del día a día y con quienes más queremos. Tercero, manifestémonos con coherencia y con buen ejemplo en la vida social y en el trabajo. Y así haremos una sociedad mejor, y caminaremos hacia la santidad, que es lo más importante: vivir como hijos e hijas de Dios (cf. 1Jn 3,1). No hagamos de la fe algo tan privado que no nos atrevemos a imponérnosla ni a nosotros mismos o solo la dejemos para casos de emergencia.
UNÁMONOS FRENTE A LA DESPOBLACIÓN
Y, por último, me ha impresionado esta semana la noticia que ha aparecido en la prensa. Hemos perdido 500 habitantes en nuestra ciudad de Ávila, y 2.200 en la provincia durante 2017. Vamos a pedirle a Dios que los políticos y todas las personas responsables cada una en su ámbito de actuación miren este problema con esfuerzo, con interés, con ilusión, para terminar con esta sangría de despoblación, que en definitiva es empobrecimiento para nuestra tierra. Pidamos que el Señor les dé luces, que dejen de lado los intereses partidistas, y que todos aunemos fuerzas por ayudar a nuestra sociedad. Pidamos que los esposos sean generosos con la vida y ayudémosle a acogerla con generosidad. Pero no lo olvidemos: seamos mejores, buenos cristianos, que es la mejor forma de hacerlo.
Con todo mi afecto y bendición,
+ José María Gil Tamayo
Obispo de Ávila