Encuentro Mundial de las Familias: un abrazo de esperanza y plenitud

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Mario Iceta Gavicagogeascoa, para el domingo 26 de junio de 2022

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

3 min lectura

Queridos hermanos y hermanas:

Estos di?as se ha venido celebrando en Roma el Encuentro Mundial de las Familias, que concluye hoy. Un encuentro marcado, de principio a fin, por el amor. Desde las catequesis que han ido entretejiendo el corazo?n del evento, pasando por las distintas conferencias y las mesas redondas, hasta el abrazo final con lo ma?s importante: la Eucaristi?a.

Hablar de familia es abrir la puerta al esfuerzo, a la lealtad, a la escucha, a la confianza y al cuidado. Es un mosaico admirable que, aunque a veces no sea perfecto del todo, encuentra su esperanza si responde al plan de Dios en la Sagrada Familia de Nazaret.

El lema El amor familiar: vocacio?n y camino de santidad ha estado presente, en todo momento, como una «oportunidad de la Providencia», tal y como sen?ala el Papa Francisco, «para realizar un evento mundial capaz de involucrar a todas las familias que quieran sentirse parte de la comunidad eclesial».

Y asi? ha sido. El evento de Roma ha supuesto abrazar el mundo de la Pastoral Familiar que tanto embellece a la Iglesia. El Festival de las Familias, con los diversos testimonios, el Congreso Pastoral, con las celebraciones y las adoraciones eucari?sticas, conferencias y paneles para poner en dia?logo experiencias de todo el mundo, la Santa Misa… Todo, desde la mirada de familias enteras, parroquias, comunidades, delegaciones, movimientos y asociaciones, todo hablaba de Dios.

Un acontecimiento mundial desplegado, a su vez, por todas las dio?cesis del mundo. Un momento de encuentro, pero tambie?n de escucha y discusio?n entre los agentes de pastoral familiar y matrimonial. En este sentido, me vienen al corazo?n las palabras del cardenal Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, cuando sen?alo? que las familias son «el terreno que irrigar» y, al mismo tiempo, «la semilla que sembrar en el mundo para hacerlo fecundo con testimonios reales y crei?bles de la belleza del amor familiar».

La familia es, siempre, un signo de alegri?a, de fe, de plenitud. Es esa mano generosa que, gracias a su inherente vocacio?n al amor, inunda de esperanza a una tierra necesitada de cuidados. La familia unida lo vence todo, lo alcanza todo, lo supera todo. Y solamente escucha?ndonos unos a otros, como ha reiterado el Santo Padre una y otra vez, escucharemos al Espi?ritu que habla a la Iglesia.

«La familia es la ce?lula ba?sica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (Evangelii gaudium, n. 66). Tras esta afirmacio?n del Papa, solo nos queda pensar que, para vivir el amor verdadero, debemos preguntarnos acerca del origen de este amor. Un amor que nos precede, pues «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos crei?do en e?l» (Jn 4, 16). El amor de Dios se hace realidad en la vida humana y, desde ahi?, hemos de amar como E?l nos ama, siendo conscientes de que Dios se sirve del amor esponsal para revelar Su amor.

El Papa eme?rito Benedicto XVI, en un discurso pronunciado en la vigilia de Hyde Park en noviembre de 2010, manifesto? que Cristo necesita familias «para recordar al mundo la dignidad del amor humano y la belleza de la vida familiar». Estos di?as, yo he sido testigo de esta belleza, experimentando la alegri?a del Evangelio, afianzando la promesa de volver a anunciar con audacia la hermosura de la vocacio?n matrimonial: un camino de santidad y una llamada al amor que todos tenemos en nuestro corazo?n.

Un encuentro donde ha estado muy presente la bienaventurada Virgen Mari?a, la Madre de Dios, el modelo de vida familiar. Nos encomendamos a Ella, y le pedimos que continu?e cuidando de la Iglesia, para que siga siendo familia de familias que acoge, que acompan?a y que vive con la pedagogi?a de un Dios que es verdad, cercani?a, consuelo, cuidado y misericordia.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.