«El Bautismo y la vocación cristiana»
Mensaje de Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, para el domingo, 7 de enero de 2024
Madrid - Publicado el
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy conmemoramos el Bautismo de Jesús: el día en el que san Juan Bautista, a orillas del río Jordán, proclamó a Cristo como Cordero de Dios y se manifestó la presencia del Padre con el Espíritu Santo junto al Señor (Mt 3, 13-17). La imagen del cordero era bien conocida para el pueblo hebreo. Su sacrificio les libró de la esclavitud de Egipto y comenzaron el camino de la libertad hacia la Tierra prometida.
Desde aquel momento, el Bautismo convierte a las personas en miembros del Cuerpo de Cristo, del Pueblo de Dios, es decir, de la Iglesia. Los bautizados somos, por tanto, discípulos de Jesús, con una misión que guía nuestras vidas y consiste en aprender a amar como Él nos ama y anunciar en todos los ambientes la misericordia de Dios y la vida que Él otorga.
El agua del río Jordán purifica el corazón de toda la humanidad. Así, Jesús nos otorga la filiación divina y nos enseña a dirigirnos a Dios como Padre, fuente de la verdad y del amor, que nos capacita para edificar una sociedad justa y fraterna, donde todos tienen cabida en la mesa generosa que Él nos regala.
A Dios le basta una gota de agua para bañar de esperanza cada rincón de esta tierra. Todo encuentra una nueva plenitud en Él. También nuestro propio ser es transformado al hacernos verdaderamente hijos de Dios, nuestra más profunda y verdadera identidad, porque no nacimos de sangre ni de deseo humano, sino de su amor (cf. Jn 1, 12-13).
El nuevo año que ahora comenzamos marca el rumbo de un Pueblo, el nuestro, que camina en la Historia y que debe testimoniar que Jesús está vivo y nos abre a la esperanza. Con el Bautismo da comienzo la vida pública de Jesús. Y también la nuestra, pues –mediante el don del Espíritu– entramos a formar parte de la familia de Dios, de una comunidad cristiana que nace al pie de la Cruz para abarcar el corazón de todo el universo.
El Señor se deja bautizar por Juan como uno más, en humildad y sencillez. De este modo acoge nuestro barro y nuestras limitaciones para hacerlas suyas. De esta manera, transforma el gesto de dejarse bautizar en una manifestación de su divinidad.
La celebración del Bautismo cristiano comienza con la señal de la cruz. Es la manera de hacernos miembros del hogar, de la familia, de la comunidad cristiana. Porque la cruz es signo de un amor entregado que se convierte en un don para nosotros, para que también nosotros seamos don para los demás. El agua derramada sobre nuestra cabeza purifica nuestro ser, y ceñidos en una vestidura blanca impuesta el día de nuestro bautismo, nos revestimos de eternidad para caminar según el Espíritu (cf. Ga 5, 16).
El bautizado no porta un signo visible que lo distingue de los demás. Sin embargo, se ha convertido en templo en el que habitan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y ahí no prevalecen nuestras limitaciones, caídas o defectos, porque la gracia de Dios empapa la Tierra, y también nuestro barro, para vivificarlo con su misericordia.
El don recibido en el bautismo nos impulsa a vivir constantemente en el amor a Dios y al prójimo, haciendo el bien a todos y poniéndonos al servicio del más necesitado, teniendo los mismos sentimientos de Cristo Jesús y viviendo con alegría nuestra condición de discípulos y misioneros.
Para este nuevo año, os propongo vivir esta nueva condición, que es la realidad más profunda de nuestra propia identidad, viviendo las obras de misericordia: visitando al enfermo, dando de comer al hambriento y de beber al sediento, dando posada al migrante y al peregrino, vistiendo al desnudo, visitando al encarcelado, enterrando al difunto, enseñando con mansedumbre al que no sabe, aconsejando con delicadeza al desorientado, corrigiendo con humildad al equivocado, perdonando al que nos ofende, consolando al triste, sobrellevando con paciencia los defectos propios y los del prójimo y orando por los vivos y por los difuntos.
Ponemos este deseo de plenitud en las manos de la Virgen María. Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga durante este año 2024 que acabamos de comenzar.