La misericordia de Dios empapa la tierra

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Mario Iceta Gavicagogeascoa, para el domingo 24 de abril de 2022

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Queridos hermanos y hermanas:

«Dios es misericordioso y nos ama a todos. Y cuanto ma?s grande es el pecador, tanto ma?s grande es el derecho que tiene a mi misericordia» (Diario, 723). Con este mensaje de Santa Faustina Kowalska latiendo con fuerza en mi recuerdo, celebramos hoy –con infinito gozo pascual– el Domingo de la Divina Misericordia.

La misericordia cambia el mundo, «lo hace menos fri?o y ma?s justo», como ha manifestado, en ma?s de una ocasio?n, el Papa Francisco. Porque el rostro de Dios es el rostro de la misericordia, el de un Padre que conoce de la primera a la u?ltima de nuestras debilidades y, sin embargo, las convierte en perdo?n hasta que regresemos para morar en Su presencia.

La misericordia alimenta la compasio?n, destierra el orgullo, la egolatri?a y la soberbia; nos hace, a la medida del amor de Dios, menos egoi?stas y ma?s humanos.

La misericordia es sensible al dolor del hermano y al sufrimiento del herido, y vislumbra –en el corazo?n llagado– una tierra sagrada donde es necesario habitar para sembrar paz, sosiego y armoni?a.

Ciertamente, como escribio? el profeta Jeremi?as, «el amor del Sen?or no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada man?ana se renuevan; ¡que? grande es su fidelidad!» (Lam 3, 22-23).

Necesitamos la misericordia, estamos tan necesitados de actos de bondad y de compasio?n… Pero, para llegar a entender el corazo?n de su mensaje, hemos de abrazar la cruz de Cristo: el reflejo ma?s grande de Su amor por cada uno de nosotros. Un camino que nos lleva a esa Resurreccio?n que hemos de celebrar cada di?a: en nuestras familias, tareas ordinarias y ocupaciones. Hemos de ser compasivos; tanto como Dios espera de nosotros –hijos escogidos y preferidos– hasta que seamos signos vivos de Su amor.

Dios «ha elegido ser misericordioso con su pueblo» y, por tanto, «la misericordia es una expresio?n de quie?n es E?l y su amor por nosotros” (Ex 34, 6- 7). Una mirada que se encarna en el mensaje que santa Faustina recibio? de Jesu?s y que escribio? en una de las pa?ginas de su diario: «La humanidad no encontrara? paz, hasta que no recurra con confianza a mi misericordia». Y, por eso, es tan importante que pidamos a Cristo que infunda el don de la misericordia en nuestra vida: perdonando a quien nos hiere, consolando al que sufre en soledad, acerca?ndonos a los ma?rgenes, siendo pacientes con quienes nos esperan para volcar sobre nuestras espaldas su agoni?a y amando a quienes se hacen pasar por nuestros enemigos.

Es la llama que dejo? encendida el Papa san Juan Pablo II, en 2002, durante una visita a Polonia, su tierra natal: «Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia, porque en la misericordia de Dios el mundo encontrara? la paz, y el hombre la felicidad». Paz y felicidad: dos caras que los cristianos debemos llevar impresas en una misma moneda, para asi? anunciar el derroche de amor que portamos como en vasijas de barro.

Queridos hermanos y hermanas: somos enviados –como Pueblo de Dios– para reparar la Casa del Sen?or; cuenta con nosotros para que restauremos las grietas del Reino y vivamos como E?l vivio? (Cor 5, 15).

Y me aferro a las palabras pronunciadas por el Papa eme?rito Benedicto XVI, cuando dijo que no se comienza a ser cristiano «por una decisio?n e?tica o una gran idea», sino «por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientacio?n decisiva».

El Hijo de Dios quiere recordarnos hoy que ha asumido nuestra carne, y asi? nos ama; siendo de?biles, fra?giles y quebradizos, pero misericordiosos.

Pase lo pase, solo el amor permanece. Lo entendemos si miramos a Mari?a, la Madre de la Misericordia, la mirada enamorada de Dios que viene a inundar de esperanza un mundo entristecido. Mire?mosla, y descubriremos que Ella nos ayuda a vivir con entran?as de misericordia.

Seamos misericordiosos, como tambie?n lo es nuestro Padre (Lc 6, 36), hasta que empapemos de bondad la tierra y hasta que vayamos por can?adas oscuras y nada temamos al descubrir que la bondad y la misericordia del Sen?or nos acompan?an todos los di?as de nuestra vida (Sal 22).

Con gran afecto, os deseo un feliz Domingo de la Divina Misericordia.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

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