La vida consagrada en vísperas de la fase final de la Asamblea Diocesana

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Mario Iceta Gavicagogeascoa, para el domingo 30 de enero de 2022

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

4 min lectura

Queridos hermanos y hermanas:

Este próximo sábado cinco de febrero comienza en nuestra Archidiócesis la fase final de la Asamblea diocesana con una Eucaristía que tendré el gusto de presidir a las diez de la mañana en nuestra catedral. Estáis todos invitados. Os ruego que nos sostengáis con vuestra oración continua en vuestras familias, parroquias y comunidades pidiendo la asistencia permanente del Espíritu Santo.

Como preludio a esta fase final, celebramos el próximo miércoles dos de febrero la jornada de la vida consagrada. «Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama». Detrás de este precioso pensamiento de san Agustín, siempre he visualizado a las personas consagradas, que se dejan cautivar por la mirada de Jesús para enamorarse eternamente del Amado.

A la luz del lema «Caminando juntos», la Iglesia celebra esta Jornada, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Señor. Un lema que supone hacer camino de manera inseparable y que inspira la razón de ser de nuestra Asamblea diocesana y que resuena en la fase del sínodo de los obispos que estamos celebrando en nuestra archidiócesis.

Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada invitan, en su mensaje para esta celebración, a «volver la mirada al mismo Jesús» que «se proclamó camino, verdad y vida» (Jn 14, 6). En este sentido, haciendo alusión a unas palabras pronunciadas por el Papa emérito Benedicto XVI, recuerdan que «los consagrados son buscadores y testigos apasionados de Dios en el camino de la historia y en la entraña de la humanidad». Para la vida consagrada, escriben, «la invitación a caminar juntos supone hacerlo en cada una de las dimensiones fundamentales de la consagración, la escucha, la comunión y la misión».

Consagrarse para escuchar a Dios y para, en plena comunión, percibir cada uno de los sentires de la misión. Así late la vida consagrada que tanto bien hace a la Iglesia, y que la enriquece «con sus virtudes y carismas», hasta mostrar al mundo –como apuntan los obispos– el «testimonio alegre de la entrega radical al Señor».

Cuánta belleza encierra el caminar juntos en la consagración, en la escucha de la Palabra de Dios, en la comunión y en la misión. Un andar habitado, el de la vida consagrada, que es testimonio de alegría, de entrega, de gratitud, de lealtad y de amor. Sobre todo de amor. Un amor que se da sin descanso, en el silencio sonoro de la oración, y entre los trazos de un servicio donado a Dios y a todos los hermanos, particularmente a los más sufridos y necesitados.

En este sendero enarbolado de belleza podemos recordar las palabras del Papa Francisco, en 2014, a los consagrados, cuando confesó que están llamados a ser en la Iglesia y en el mundo «expertos en comunión, testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia de la humanidad según Dios». Porque ellos, con su ejemplo, nos enseñan que la flaqueza que se da en la humildad «es la mayor fortaleza» (San Agustín, CS 92,6) y que el fruto que nace de sus manos solo se construye con amor. Porque han descubierto el mayor tesoro y se han dejado seducir por la mirada de Dios que les llama a un seguimiento cercano e incondicional.

La Virgen María, modelo de fecundidad y compromiso, ayuda a seguir las huellas de Cristo en este caminar juntos. Como lo hace la vida consagrada, sanando heridas, poniendo corazón y manos en la tarea, y rescatando a quienes perdieron la vista con la piel del barro herido.

Queridos hermanos y hermanas que constituís el hermoso tesoro de la vida consagrada en nuestra Iglesia diocesana: vosotros edificáis amorosamente el Cuerpo de Cristo. Asimismo, sois «testigos del Reino en medio del mundo», tal y como recalcan los obispos en su mensaje para esta Jornada. De esta manera, «soñando, rezando y participando juntos, contribuís decisivamente para que la Iglesia sinodal no sea un espejismo», sino «un verdadero sueño que pueda hacerse realidad». A vuestra oración nos encomendamos para que encontremos a Dios caminando con nosotros y podamos decir, como san Agustín, «por amor de tu amor, hago lo que hago» (Conf. 2, 1).

Con gran afecto, vuelvo a pedir vuestra oración para que el Señor colme de frutos de santidad y ardor evangelizador nuestra Asamblea diocesana.

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