SOCIO-RELIGIÓN
Carta semanal de Monseñor Jesús Fernández- "La muerte silenciada"
Escucha y lee aquí la carta de esta semana del obispo de Astorga
Ponferrada - Publicado el - Actualizado
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Carta semanal de Monseñor Jesús Fernández, obispo de Astorga: "La muerte silenciada"
“LA MUERTE SILENCIADA”
La celebración del Día Mundial de la Prevención del Suicidio, el pasado 10 de septiembre, ha ofrecido la excusa para hacer públicos algunos datos que sin duda deben preocuparnos a todos y que confirman el fuerte aumento de los suicidios en los últimos tiempos. En efecto, al año se producen en el mundo en torno a 700.000 muertes por esta causa y, de ellas, 3.671 en España. Esto quiere decir que, en nuestro país, cada día se suicida una decena de personas. El suicidio ha pasado a ser la principal causa de mortalidad no natural entre jóvenes de 15 a 29 años. Si preocupantes son estas cifras, preocupantes son también las que se refieren a aquellos que lo intentan o han pensado en él. Por cada suicidio real, se habla de que lo intentan unas veinte personas y unas sesenta al menos se lo han planteado.
¿A qué se debe esta plaga? Parece ser que lo ha impulsado la pandemia de la Covid-19, pero también otros factores sociales, familiares y personales. Estas afirmaciones son sin duda demasiado genéricas por falta de datos sobre el particular. El problema no ha sido estudiado en serio y, sobre todo, no ha sido publicitado. Efectivamente, viene siendo un tema tabú del que no se habla, sin duda por miedo a que surta el efecto contrario y, en vez de evitarlo, se produzca un incremento.
El suicidio va muy ligado a la falta de percepción del sentido de la vida, lo que causa sufrimiento y conduce a la desesperanza. Por lo general, las nuevas generaciones presentan un grado menor de tolerancia al dolor que generaciones anteriores. Muchas veces el paternalismo, otras los avances tecnológicos, otras las coberturas sociales, han conseguido brindar una vida más fácil y minimizar el sufrimiento y la sensación de fracaso vital pero, al mismo tiempo, nos mantienen más vulnerables a la hora de afrontar las dificultades que nos salen al paso.
El sufrimiento forma parte de la condición humana y, tarde o temprano, lo tendremos que afrontar. “Lo que cura al hombre –dice Benedicto XVI- no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”
Vivimos en una sociedad y en una cultura en las que priman el éxito profesional, la eficiencia y la rentabilidad. Pero realmente el hombre ha sido creado para vivir la comunión con Dios, con los demás y con la propia naturaleza y sólo será feliz viviendo esa comunión. Ante la plaga de suicidios, el Papa Francisco invitaba a los obispos japoneses en el año 2019 a priorizar espacios donde “la cultura de la eficacia, el rendimiento y el éxito se vea visitada por la cultura de un amor gratuito y desinteresado capaz de brindar a todos, y no sólo a los que “llegaron”, posibilidades de una vida feliz y lograda”.
El mal de la desesperación madura y se agrava cuando se padece en el infierno de la soledad. Sus raíces son muy profundas, por lo que no se soluciona solamente con más estudios, más información, más profesionales de salud mental; se necesita la acogida cálida, el acompañamiento y la escucha, la educación en la resiliencia, compartir el dolor ajeno y, en definitiva, identificarnos con el dolor de Cristo en la cruz, un dolor redimido por el amor y la entrega por la salvación del mundo.