El Espejo

La vocación de orar por el mundo

La jornada Pro Orantibus nos hace volver la mirada a la vida contemplativa

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Segovia tiene gran tradición de vida contemplativa; muchas son las órdenes que han buscado cobijo en su tierra. En la ciudad, el valle del Eresma, conocido como el Valle de la Espiritualidad, es lugar privilegiado para el retiro y la contemplación. A orillas del río, se han levantado conventos y monasterios de gran importancia: San Vicente el Real, ocupado por monjas cistercienses; el antiguo convento de la Santa Cruz la Real, de dominicos; El Parral, con monjes jerónimos; el convento de San Juan de la Cruz, de los padres carmelitas; y, al cabo, el Santuario de la Virgen del Fuencisla. Un recorrido que, sabiéndolo mirar, es una delicia para los sentidos y para el espíritu.

La vida en clausura mantiene la oración diaria de la Iglesia y ha sido refugio del saber durante siglos. Con motivo de la Jornada Pro Orantibus que aquélla nos propone, El Espejo, a su manera, traspasa los muros del convento de franciscanas clarisas de Rapariegos. Al aparato está la Madre Ana María, superiora del mismo, que nos confía el mimo con el que atienden el obrador que las sostiene —el secreto de sus dulces es el amor con que espolvorean el resto de ingredientes— y nos refiere la actividad en una jornada típica de sus ocho ocupantes, centrada en el trabajo, el silencio y la oración. Esta última es la raíz de su carisma, compartido por toda la vida contemplativa: orar, pedir por todo el mundo. En el caso de estas hermanas, especialmente por los que sufren. Y nos pide, en justa correspondencia, que los demás recemos también por ellas y por las vocaciones a la vida religiosa.

Santos Monjas es el sacerdote que, junto a un equipo de laicos, dirige los llamados «Ejercicios espirituales en la vida ordinaria», una propuesta original que desde hace 19 años la diócesis ofrece para acercar los ejercicios ignacianos a todo aquel que no dispone del tiempo suficiente para un retiro prolongado pero que se plantea vivir más intensamente la fe. Estructurados en torno a un encuentro semanal —nos explica Santos—, posibilitan los momentos de oración personal en casa con unos materiales sencillos. Se trata de ejercitar esa «gimnasia espiritual» que corre riesgo de abandonarse con todos los quehaceres cotidianos. Lo que más valoran los que los han hecho, nos dice, es que ayudan a organizar los espacios de encuentro con el Señor. Y eso no siempre es fácil de conseguir por uno solo.

La vida contemplativa tiene un sello especial, no hay duda. En la sección El Laico ante el Espejo, Marta y David conversan sobre la atracción que ejercen los monasterios, especialmente esos lugares privilegiados para aquietarse y dedicarse unos minutos de paz como son los claustros. Dentro de ellos, es como si participáramos un poco de la vida conventual, de su historia, de su espiritualidad. Tenemos que aprender mucho de la vida contemplativa, especialmente a transitar con menos prisas por el mundo. El ritmo del tiempo en los conventos y también en nuestra vida lo marca Dios, aunque no queramos darnos cuenta. Perdamos un poco de nuestro «precioso tiempo» en contemplar lo que tenemos a nuestro alcance. Y oremos unos por otros, como ellos hacen. Aunque, como en algunos casos ocurre, por las circunstancias de la vida, se vean obligados a cerrar una puerta tras de sí.