El Acueducto de Segovia que vemos… El Acueducto que nos mira

La ciudad y su máximo símbolo se han identificado mutuamente a lo largo de los siglos: no hay otro acueducto romano urbano como este en el mundo

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Una vieja de negro riguroso subía las escaleras de Santa Columba para rezar en la iglesia. El templo románico, que se perdería por completo años más tarde, estaba a los pies del Acueducto y su atrio se abría a la pequeña plaza del “azogue pequeño”. La mujer miró súbitamente hacia arriba porque le faltaba el resuello y reparó en cómo la policromada y dorada Virgen de piedra resplandecía, y se dirigía con lento y mágico movimiento pendulante, a la hornacina del pilar 108 del monumento romano que sería su altar por siglos, a veinte metros sobre el suelo. Su sobrino, que no tenía nada que hacer hoy, había quedado al cuidado de los cacharros del puesto. Desde arriba de la escalinata se dominaba la muchedumbre reunida en la plaza; hasta ahí llegaban con nitidez el murmullo de la gente y los olores de ganados y especias.

El hervidero del mercado del Azoguejo, con sus puestos de verduras de las huertas de San Lorenzo, de botijos y cacharros de barro, de vino, de encurtidos y especias, contemplaba cómo se izaba hasta el nicho del Acueducto la imagen de la Virgen María, encargada por el de la Jardina, jienense seguramente, y ensayador de la Casa de Moneda. Era 1520, un frío marzo.

El lento pasar de las yuntas de bueyes cargadas de piedra o de fanegas de trigo, junto a la fuente de Santa Columba, guiadas con los silbidos de sus pastores. Subían con dificultad por Perocota para cruzar bajo la “Puente Seca”, que bajo ella no pasa el agua, en dirección a Pedraza, o de vuelta, por la carretera que iba al Noreste, siguiendo la sierra y la Cañada Real Soriana. Se arracimaban en la plaza las gentes: los que compraban o vendían, los que estaban ociosos o buscaban trabajo en el campo o en el teñido de la lana, algún raterillo, los que venían a por agua con sus cántaros, los que tenían animada tertulia… Eran días convulsos.

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Clara Martín, alcaldesa de Segovia, habla sobre el Acueducto

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Cuántas veces pasó por aquí la Católica, que se hizo coronar en la iglesia de San Miguel de la Plaza Mayor y dio una fortuna para restituir el agua al recinto amurallado. Isabel I encargó a Fray Pedro de Mesa en 1483, prior del Monasterio del Parral, que estudiara los remedios al desastre del paso del tiempo y del ataque de Al Mamún hacia 1072. Fuera el jerónimo Fray Escovedo el que al final hiciera de arquitecto reparador entre 1484 y 1489. La reina emulaba así a P. Mummius Mummianus y a P. Favius Taurus, patricios segovianos, que restituyeran entorno al 117 de nuestra era, el agua a Segovia municipium romano, constituido con base en el oppidum celta preexistente. No sabemos el nombre real de quien construyera el monumento: lo citamos como mera hipótesis del epigrafista Alföldy en su lectura de las cartelas del sotabanco de su parte más alta de los 90 del siglo pasado. Misteriosa es la interpretación de Géza Alföldy de las muescas que en el sotabanco estaban y que terminaban rezando “AQUAM RESTITUERUNT”, como si hubiera habido otra construcción para el agua anterior a esta.

Las letras en la cartela eran de bronce, letras capitales romanas, de unos cuarenta centímetros de altura y de buen peso a la vista de su tamaño. Ya en 1520 habían caído algunas y amenazaban con desprenderse de sus anclajes el resto, con el riesgo de caer sobre los que transitaban el Azoguejo. Antonio de la Jardina fue encargado de retirar el bronce para acuñar moneda y este aprovecharía el viaje para colocar la Virgen de piedra y un San Sebastián de madera, policromadas al gusto de la época, en las hornacinas que otrora fueron sede para Hércules o algún dios o emperador romano ya perdido.

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Con el nuevo agua que restituyera la reina como esperanza, algunos palacios nuevos se están levantando dentro de los muros de la ciudad y hay mucha actividad constructora. La ciudad crece en este siglo XVI a la sombra del Acueducto (pasó de 15.000 a 25.000 habitantes). Segovia no paró nunca de reparar y atusar el monumento, siempre bajo la necesidad del agua para la industria, para el ganado, para el riego, para beber… Una ciudad sólo puede subsistir si tiene agua, bien lo sabía el romano, y gracias a é Segovia ha seguido siendo un asentamiento viable hasta nuestros días. Recordad aquellas otras ciudades romanas, medievales… que han sido abandonadas (Confluentia o Tiermes, por ejemplo). De ello se ocupaba un “maestro de cantería o del betún”, creado en las Ordenanzas de 1505 dadas por la Reina Doña Juana que se dieron para el adecuado uso del agua. Más tarde fue denominado “guiador del agua” y, después “fontanero mayor”, casi hasta nuestros días; no tenía fácil su labor, porque a hurtadillas robaban el agua, hacían tomas en la noche, de la canal, ocultaban los daños… El agua, de más valor que el oro tantas veces…

Fue entonces cuando en los barrios de San Justo y El Salvador, con el Acueducto reparado, proliferaran las casas de los pañeros segovianos que tomaban el agua de su canal mediante pértigas o cerbatanas que se encaramaban en los pilares hasta el canal superior. Casas de tres o cuatro plantas, la superior, un sobrao con una galería abierta para secadero llamado tirador por la forma para subir los fardos de lana mediante cuerdas y poleas cogidas al alero de la fachada. Ahí fue el Acueducto no sólo clave de desarrollo urbano; fue él mismo colonizado por las edificaciones que se adosaban y trepaban aprovechando los pilares de granito.

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Si la de la reina católica fue la reparación más importante, otras de ellas, en el siglo XIX, llevaron a la demolición de las casas adosadas al monumento que existían en su recorrido entre el desarenador de San Gabriel y la muralla, sobre todo hasta la Plaza de Día Sanz. “Unas casucas que quitan el esmero y mira que aparenta el famoso edificio”, advierte el Marqués de Quintanar en 1796 al Pleno del Ayuntamiento. Desde 1803, el arquitecto D. Alberto García Pintado había ya desarrollado el proyecto, que no llevó a cabo hasta que en 1806 un desafortunado accidente del coche de la embajada de Suiza hizo perder su bebé a la embajadora en la estrecha calle de San Antolín, lo que terminó por precipitar las demoliciones, que se prolongaron hasta 1817. Pero el mercado seguía a sus pies, como siempre…

Había mutado ya entonces el significado de la obra de ingeniería, que ahora ya sería un referente histórico y artístico de aquella antigüedad clásica. Las crónicas de la época ya valoran el Acueducto en cuanto monumento de la antigüedad. No es que antes no se apreciaran sus valores estéticos, pero hasta aquí primaba su sentido utilitario; ahora era prioritario su significado cultural y monumental. En el siglo XIX nace la idea de Patrimonio Histórico al rebufo de las destrucciones ocasionadas en la Revolución Francesa; comienza la historia de valoración y restauración consciente de monumentos (alejada de la mera conservación utilitaria) a la vez que el historicismo va cuajando poco a poco en las corrientes artísticas.

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Podemos enmarcar estas “obras de liberación” en el movimiento de aprecio de los monumento de la Roma clásica iniciado en el Coliseo y en el Arco de Tito por los arquitectos Valadier y Stern a comienzos del siglo XIX para los Papas. Tempranamente fue declarado Monumento Nacional en 1884, a pesar de los recelos de la Corporación Municipal, que defendió que el Ayuntamiento sí cuidaba del monumento y la declaración no podía suponer su descrédito en este sentido.

Muchas otras obras fueron llevadas a cabo con posterioridad; sólo destacar las obras restauradoras de varios arcos en la calle de Almira en 1868, según una inscripción en el propio monumento, restauración ya realizada con criterios estilísticos. O también aquellas de 1974, que llevara adelante el ingeniero Fernández Casado, o las últimas de 1992, bajo la dirección del arquitecto Francisco Jurado. Estas son las más importantes, pero nunca faltaron acciones de conservación, que han conseguido que el Acueducto mantenga un aceptable estado de conservación hasta hoy.

Sin embargo, los esfuerzos para ordenar el entorno del principal monumento segoviano serían infructuosos, empezando por las alineaciones del arquitecto Odriozola a principios del siglo XX, que intentaría construir una plaza como tal con el Acueducto en su centro. Las demoliciones para despejar su entorno sólo siguieron en los años 60, en el afán franquista por la apropiación del monumento como “arco triunfal”, expresión de las glorias españolas viejas. La operación fue mayor que liberar de casas la hoy denominada Plaza Oriental o Plaza de la Artillería: se proyectaron grandes avenidas (digo grandes en comparación con el tejido urbano preexistente), como Vía Roma, Padre Claret y Fernández Ladreda, hoy del Acueducto, operaciones de cirugía urbana, atrayendo todo el tráfico a los pies del Acueducto convertido en paso obligado de todos los movimientos vehiculares de la ciudad. La excusa para tal liberación de edificios fue otro accidente: el choque de un camión contra uno de los pilares centrales del monumento en 1957. Hizo tomar cartas en el asunto al propio ministro de fomento… otra vez como en época de los Reyes Católicos o en 1806, las medidas venían de arriba, de instancias superiores.

El paso de coches bajo los arcos de la estructura proliferó desde los años 70 a los 90 de forma exponencial. El antiguo hervidero del mercado se había convertido en un río infranqueable de vehículos que apenas encajaban entre los pilares de sillares de granito. Hasta 20.000 vehículos al día pasaban por allí. Y a la vez, proliferaba el turismo y el aprecio del monumento para propios y extraños. En 1992, aprovechando las obras de restauración que emprendería la Junta de Castilla y León y los informes muy negativos de expertos sobre la conservación del granito de sus sillares, el alcalde D. Ramón Escobar Santiago optó por cortar el tráfico por completo bajo los arcos, medida que fue controvertida pero muy apoyada por los ciudadanos. Años antes una plataforma ciudadana había emprendido la campaña “Yo no paso”, con el fin de alejar el tráfico del Acueducto. Esta supresión del tráfico cambió el mapa mental de la ciudad que conocíamos hasta aquí y obligaba a pensar cómo hacer cada desplazamiento, porque el lugar de destino, de repente, estaba mucho más lejos que antes y el tráfico se complicó sobremanera en la ciudad. Sin embargo, los segovianos asumieron el reto, comprendiendo que su Acueducto no debía soportar nunca más las vibraciones, contaminación y riesgos de impacto o roce derivados del paso de vehículos por sus estrechas arquerías. Es este un proyecto de ciudad, un proyecto de todos, en el que se profundizó con peatonalizaciones (la más importante la de la avenida del Acueducto), aparcamientos subterráneos, infraestructuras viarias… Por fin se había recuperado el bullir de gentes a los pies del Acueducto porque rápidamente tomó el público el Azoguejo… y se hicieron conciertos y actuaciones (Els Comediants representó la leyenda del Acueducto con el espectáculo Dimonis en 2002).

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Muchas cuestiones y anécdotas me dejo en el tintero, como los festivales internacionales, que convertirían en Acueducto como telón escénico desde la celebración del Bimilenario en 1974, que trajo la Loba Capitolina, o la impresionante visita de Juan Pablo II, que utilizó el Acueducto de altar para la celebración de la eucaristía solemne en 1982.

El Acueducto y la ciudad se han identificado mutuamente a lo largo de los siglos: no hay otro acueducto romano urbano como este en el mundo: único, singular, universal… Siempre el Acueducto, majestuoso, se ha prestado a la admiración de todos; nada hay que desvele sus preguntas, a cuyas respuestas nos acercamos sólo en hipótesis: quién lo hizo, en qué fecha, por qué fue hecho y para quién… qué ciudad iba a abastecer… Y siempre suscitó la curiosidad y la creatividad que atribuyó a Hércules o a los Egipcios o griegos su construcción, o al diablo… En todo caso fueron hombres grandes, bien conocedores de su arte, para poner un canal de agua a 30 metros sobre el suelo, como un horizonte tendido entre dos montañas, como la línea que separa el mar y el cielo. Agua que viene de lejos y que no has de volver a beber. Agua que ya se olvidó del tiempo. “Cerremos los ojos para ver” decía Joyce en el Ulises… En el Acueducto de Segovia hay algo de mágico, que, no por sincero, deja siempre oculto su sentido. Y siempre guardián de su misterio, nos contempla, él a nosotros, como si fuera eterno.

Segovia, 5 de enero de 2022

MANUEL MARCOS RAMÓN

Arquitecto Municipal de la Oficina del Patrimonio Mundial de Segovia

Concejalía de Patrimonio Histórico del Ayuntamiento de Segovia

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