OPINIÓN: El presente incierto, por Juan Carlos Gumiel
"Mi voz ya no tiene el color de la voz de antaño. Cientos y cientos de programas de radio en directo y miles y miles de cuñas grabadas han ido erosionado..."
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Mi voz ya no tiene el color de la voz de antaño. Cientos y cientos de programas de radio en directo y miles y miles de cuñas grabadas han ido erosionado esta garganta castigada por el tiempo. Sigo grabando, sigo haciendo radio, pero ahora noto que escribo más limpio y más nítido, que no bien, pero sigo escribiendo. Se me ha perdido el cromatismo del sonido, la modulación, la frescura, la juventud desenfadada de la palabra como también esa ambición intensiva de los retos excesivos y los egos constantes. Todos vamos perdiendo y ganando contiendas en este camino empedrado del transcurrir de los tiempos y su dificultades coyunturales. Los años no pasan en balde, y las páginas se pasan más rápido de lo que creemos o aparentamos. Qué paradójico se me hace creer que vamos ganando, cuando en realidad indefectiblemente todos estamos perdiendo. Perder siempre tuvo su magia y sus secretos, su superación y sus gracias, este que les escribe, se ha pasado la vida perdiendo y eso que se ha ganado mi ignorancia, seguir aprendiendo.
Hasta aquí, muchos pensarán… está hablando un fracasado, ni muchos menos. Perder físicamente cualidades te hace incrementar otras bondades que tenías aparcadas o escondidas en lo más hondo de tu potencial como mortal ser humano, nuevos recursos y piruetas que a marchas forzadas vas experimentando y adquiriendo. He cambiado los aciertos y errores del pasado por nuevos aciertos y errores del presente a base de seguir equivocándome, pero con mucho más tiento y cuidado. No renuncio de lo que un día fui ni renuncio de lo que ahora soy, me gusta comunicar y me apasiona seguir opinando desde este pequeño desayuno de palabras que les escribo cada lunes, en soledad y silencio, para que usted luego le ponga el matiz, la voz y ese sonido preciso que me falta; en cada frase, en cada letra, en cada idea de la palabra.
Aprender, explorar, ensayar, preguntar e intentar mejorar es la dinámica de trabajo más placentera cuando las facultades ya no son lo que eran, los especialistas lo llaman afán de superación.
Modelar y moderar las fibras de la sensibilidad o el ímpetu desbocado de la mediocridad y la ignorancia es una tarea tan ardua como apasionante. Emocionarte ante una bella historia de amor o de vida, denunciar una injusta o aberrante situación, exaltar las bondades de una persona o colectivo o en su defecto mandar al carajo con cierta elegancia y diplomacia a miserables y ofendiditos de piel fina. En definitiva, apartarse u obviar a las personas que les late el interés y la circunstancia particular más que el corazón y la razón es uno de los nutrientes que se gana, poco a poco, con la humilde cátedra del tiempo.
Mi opinión (de momento) es libre, y soy muy consciente que para muchos no siempre será acertada. Siempre he trabajado así, con el alma puesta en la voz o como ahora mismo en el teclado. Soy de esos individuos que no buscan convencerte ni mucho menos doblegarte, pero si en alguna ocasión te hago pensar o reflexionar, la misión de la comunicación quedará recompensada.
Imponer una línea matriz de pensamiento, como ahora a todas luces pretendidamente se esta haciendo, es lo peor que nos puede pasar, dividir la sociedad en buenos y malos nos aboca a una autodestrucción paulatina como ya sufrieron desgraciadamente nuestros ancestros. No podemos fiarnos de los necios, de los mediocres, de los fanáticos, de los palmeros… tenemos que aprender a valorar y cuestionar hasta a los que nos parecen más sabios, solo así continuaremos libres, con reflexión y con criterio, sin aborregamientos y, de esa manera, avanzaremos hacia una cohesión congruente de buen futuro en este presente tan incierto.
Por eso hoy quise ponerme en primera persona, mostrándoles mis carencias y defectos, sin rubor ni vergüenza, en una autocrítica necesaria y vital para poder construir y seguir construyendo. Esa autocrítica de la que hoy muchos de nuestros políticos carecen, ganándose nuestro desafecto, intentado convertir esta sociedad globalizada en un mundo de falsos ganadores en el que, sin duda, todos menos ellos, estamos perdiendo.