GASTROCOPE

Estos son los momentos más emotivos de los premios GastroCOPE 2022

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

La gala de esta tercera edición comenzó de lo más emotiva y emocionante ya que en esta ocasión era inevitable acordarnos de algunos de los personajes que han tenido protagonismo durante este último año, la mayoría relacionados con el sector vitivinícola, con la evidente excepción del Restaurante Casa Carmela que se acaba de convertir en establecimiento centenario. Cumplir cien años de actividad y seguir brillando profesionalmente no está al alcance de cualquiera. Nos encontramos ante un icono gastronómico que trasciende las fronteras de nuestra Comunidad.

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Nada menos que un siglo preparando las mejores paellas a leña en esta antigua barraca, frente a la playa de la Malvarrosa. Lugar de culto arrocero que congrega tanto a fieles parroquianos, como a numerosos visitantes que acuden al reclamo de su legendaria maestría arrocera. Toni Novo, cuarta generación al frente del restaurante, maneja hábilmente el timón para que un equipo muy profesional se entregue al empeño de convertir una comida en Casa Carmela, en una experiencia gastronómica inolvidable.

¿Cómo olvidarnos de Michel Grin? Personaje vital en la historia del vino valenciano que nos dejó el pasado mes de enero. Persona afable y educada que durante décadas compaginó la sabia dirección de Bodegas Murviedro, con su cargo de Cónsul Honorario de Suiza en Valenmcia. A Michel Grin se le reconoce, junto al también desaparecido Arnoldo Valsangiacomo y José Mª Gandía, como los tres padres del vino valenciano. Protagonistas brillantes de una época en la que supieron ver el gran potencial de nuestros vinos para iniciar un despegue que, aun hoy, resulta imparable.

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Ellos realizaron una apuesta de futuro aprovechando las excelentes conexiones del puerto de Valencia y convirtiendo el barrio del Grao en el epicentro del sector. Tres protagonistas que con su importante contribución, elo sector sea hoy un auténtico motor socioeconómico para la Comunitat. José Mª Gandía es el tercer nombre que nos faltaba en ese triunvirato legendario a los que el vino valenciano debe reconocer. Perteneciente otra gran saga vinícola que, en contra de lo que vaticina el oscuro mito de la tercera generación, fue precisamente quien dió el impulso definitivo al tomar la iniciativa en 1971 de convertirla en la primera bodega valenciana que comercializó vino embotellado, dejando la política de los graneles y enh contra de la opinión Familiar.

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Su marca Castillo de Liria, aún hoy, cincuenta años después, todavía sigue siendo todo un icono para una empresa que ha conseguido tener presencia en 90 países y ser la mayor bodega de la Comunidad Valenciana. Ese atrevimiento y visión empresarial de José Mª Gandía fueron el punto de partida hasta conseguir que en 2018, el Consejo Europeo de Cofradías Enogastronómicas les concediera el premio «Aurum Europa Excellente» a como la «Mejor Bodega Europea».

Y no podíamos hablar de vinos sin tesrimoniar el reconocimiento de GastroCOPE a Cosme Gutiérrez. Ingeniero Químico de formación, con un Máster en Viticultura y Enología, entró a formar parte del Consejo Regulador de Vinos de la Denominación de Origen Valencia en 1973 como inspector, compatibilizando el cargo con el de profesor de Física en la Escuela de Ingenieros Técnicos Industriales de Valencia. En 1987 se dedicó en exclusiva al Consejo Regulador de Vinos de la DOP Valencia, siendo nombrado al año siguiente Jefe de los Servicios Técnicos, labor que llevó a cabo hasta que una década más fuera nombrado Secretario General y en ya en el 2009 fue elegido, por mayoría absoluta, Presidente del Consejo Regulador, cargo que ha ejercido con brillantez hasta el pasado 2 de Noviembre. Casi 50 años dedicados a potenciar y defender nuestros vinos, aunque el ha preferido asumir siempre un papel discreto atribuyendo los éxitos logrados a su equipo y sobretodo a las bodegas.

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Cosme deja una huella de agradecimiento entre las bodegas valencianas a las que ha tratado de servir fielmente. Se marcha con un deseo cumplido, que en las cartas de los restaurantes comiencen a tener presencia nuestro vinos, como reflejo de una calidad sobradamente contratada, y con un anhelo pendiente, que cuando vayamos a esos restaurantes, del mismo modo que pedimos un Rioja o un Ribera, pidamos un Valencia.